Por Sergio Rodríguez Gelfenstein | El 13 de septiembre de 1847, durante la guerra librada por México en contra de la intervención armada de Estados Unidos en su territorio, se desarrolló en el cerro de Chapultepec en las cercanías de Ciudad de México una desigual batalla. En dicha elevación había un castillo que fungía como sede del Colegio Militar. Seis jóvenes cadetes de entre 12 y 20 años, entre los 46 que decidieron quedarse a pesar de la orden de evacuación recibida de sus superiores, se inmolaron en defensa del honor y la dignidad de México. En este lugar, el país hace patente su respeto permanente a los “Niños Héroes de Chapultepec”.
Nada más simbólico que haya sido este lugar y ante la presencia de los cancilleres y altos representantes de los países de América Latina y el Caribe, que el presidente Andrés Manuel López Obrador haya querido rendir homenaje al Libertador Simón Bolívar en el 238vo. aniversario de su natalicio. En sus palabras, el mandatario mexicano recordó que Bolívar “conocía el arte de la guerra y era al mismo tiempo un político con vocación y voluntad transformadora: sabía de la importancia del discurso, de la fuerza de las ideas, de la eficacia de las proclamas y era consciente de la gran utilidad del periodismo y la imprenta como instrumentos de lucha. Conocía el efecto que causaba la promulgación de leyes en beneficio del pueblo y, sobre todo, valoraba la importancia de no rendirse, de la perseverancia y de no perder nunca la fe en el triunfo de la causa por la que se lucha en bien de los demás”.
La ofrenda del presidente mexicano al Libertador no solo vino dada por la conmemoración de su fecha natal. López Obrador hizo uso de su señera figura para poner en el tapete dos temas que expresan el ideario no resuelto de Bolívar. Por una parte, su afán por la unidad de la América al sur del río Bravo en contraposición a la doctrina Monroe y por otra, el rechazo a la expansión estadounidense que, entre otras cosas, significó la pérdida de la mitad del territorio de México.
Según el mandatario, la “consagración” de esta política se produjo cuando Cuba cayó en manos imperiales bajo la imposición de la Enmienda Platt y la ocupación de Guantánamo. En sus palabras, “para entonces Estados Unidos había terminado de definir su espacio físico-vital en toda América”. Así mismo, “la consigna [monroista] de ‘América para los americanos’ terminó de desintegrar a los pueblos de nuestro continente y destruir lo edificado, lo material, por Bolívar”.
A diferencia del pasado, la integración de estos tiempos debe ser la de los pueblos y por ello se deben conquistar gobiernos populares que avancen hacia el acercamiento, el reconocimiento y la solidaridad. Las oligarquías nunca podrán ser portadoras del ideal bolivariano. Sólo se han puesto de acuerdo para organizar ideas tan macabras como el Plan Cóndor o más recientemente, para coordinar el apoyo a la represión en Bolivia a la que gustosamente se prestaron Mauricio Macri y Lenin Moreno. En el opuesto, el mismo López Obrador junto al presidente Alberto Fernández de Argentina, cooperó para salvar a Evo Morales y otros líderes bolivianos y permitir darle continuidad al proceso de transformación de ese país que precisamente lleva el nombre del Libertador.
Así, López Obrador aprovechó la oportunidad en la que se reunían los gobiernos de América Latina y el Caribe bajo el alero de CELAC, para exponer un clamoroso rechazo a la política de Estados Unidos contra Cuba que se expresa en el inhumano bloqueo que se extiende por más de 60 años. Según su criterio, “…por su lucha en defensa de la soberanía de su país, el pueblo de Cuba, merece el premio de la dignidad y esa isla debe ser considerada como la nueva Numancia por su ejemplo de resistencia, y pienso que por esa misma razón debiera ser declarada patrimonio de la humanidad”.
“Honrar, honra” nos enseñó Martí. Se ha honrado López Obrador con estas palabras. Pero, además, hay que reconocer con criterio superlativo el valor de este gobernante que vive y labora bajo la pavorosa máxima de Porfirio Díaz: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”, que lo obliga a ser cuidadoso en extremo, midiendo cada palabra que dice y cada acción que ejecuta.
Sin embargo, el mandatario se acogió a la invariable tradición mexicana construida bajo el alero de Benito Juárez quien ya en el siglo XIX había enunciado que “el respeto al derecho ajeno es la paz”. Posteriormente, a mediados del siglo XX, cuando los rebeldes entraron en La Habana y conmemoraron el 26 de julio por primera vez en libertad en 1959, junto a Fidel y el Che subió a la tribuna presidencial el general Lázaro Cárdenas dando “continuidad a una realidad histórica” en palabras de Roberto Fernández Retamar. Así, Cuba también daba reconocimiento a ese México que acogió a los combatientes del Moncada quienes después de la prisión, encontraron cobijo en su territorio para recuperar fuerzas, organizarse y preparar desde Tuxpan en Veracruz la expedición del Granma que trajo al país a quienes habrían de conformar el futuro ejército rebelde.
De la misma manera, México atesora entre sus valores el haber sido el único país de la región que no cumplió la demanda estadounidense de romper relaciones con Cuba después de su expulsión de la OEA en 1962.
En su discurso, López Obrador expresó que: “Podemos estar de acuerdo o no con la Revolución Cubana y con su gobierno, pero el haber resistido 62 años sin sometimiento, es toda una hazaña”. Parafraseando al presidente, habría que decir que podemos estar de acuerdo o no con López Obrador, pero el haber encumbrado la voz de América homenajeando al Libertador, haber perseverado en el camino de la integración que soñó Bolívar y haber rechazado el bloqueo contra Cuba, abogando por su eliminación como es deseo casi unánime de la humanidad… es toda una hazaña, sobre todo en estos tiempos que corren.