Por Melissa Zenobi | La serie reúne la elite de actores y actrices de nuestro país: Mercedes Morán, Diego Peretti, Nancy Duplaá, Joaquín Furriel, Chino Darín, Peter Lanzani, Vera Spinetta, entre otros y otras que ponen el cuerpo a personajes que relatan varias historias cruzadas, describiendo un complejo entramado que ya hizo enojar a ciertos sectores de las iglesias cristianas.
Emilio es pastor evangélico y será quien acompañe al candidato a presidente Armando Badajoz (Daniel Kuzniecka) en una fórmula que podría ser la ganadora. La historia comienza con un masivo acto ante un auditorio lleno de pañuelos celestes, ícono nacional del activismo antiderechos cuyos adeptos militaron fervientemente contra la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Un asesinato en ese primer capítulo cambia el rumbo del armado político y será Rubén Osorio (Joaquín Furriel) quien, enviado por los servicios de inteligencia, opere desde las sombras para encausar el camino a la Casa Rosada. En medio de la polémica, una investigación judicial, encarnada en una fiscal comprometida (Nancy Dupláa), que continuamente choca contra los límites de un Poder Judicial corrompido. El pastor Emilio y su familia comandan además un hogar de niños y niñas huérfanas a quienes crían bajo los preceptos cristianos.
El Reino se estrenó hace exactamente una semana y a menos de 24 horas de estrenada ya estaba entre lo más visto de Netflix en Argentina, sosteniendo la primera posición durante toda la semana.
Tras la popularidad alcanzada por esta obra de ficción, las reacciones de los sectores mencionados no tardaron en aparecer. Algunos mensajes que circularon fueron entendidos como pedido de censura por la propia Piñeiro que a través de su cuenta de twitter expresó: “La censura es censura, la quieras disfrazar de lo que la quieras disfrazar”, “Ahora censurar una ficción ya parece medieval”.
El pico de los ataques fue un fuerte comunicado que emitió en las últimas horas La Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina (ACIERA), que agrede directamente a Claudia Piñeiro por su identificación con el movimiento feminista: “Es sabido el encono que ha expresado la escritora y guionista de esta obra desde su militancia feminista durante el debate de la ley del aborto hacia el colectivo evangélico de la Argentina, representado por millones de ciudadanos que no coincidían en su posición respecto del tema. Usar el arte para inventar una ficción con el fin de crear en el imaginario popular la percepción de que quienes lideran esas comunidades religiosas solo tienen ambiciones de poder o de dinero, contrariamente a lo que demuestran los hechos en miles de iglesias que desarrollan una misión social trascendente en todo el país, es reprochable desde todo punto de vista”.
Rápidamente muchos y muchas referentes de la cultura y el espectáculo se solidarizaron con la autora. Incluso la Unión de Escritoras y Escritores emitió un comunicado que repudia “de modo contundente el ataque recibido por nuestra colega y compañera Claudia Piñeiro por su trabajo como guionista de la serie El Reino, estrenada recientemente y producida por Netflix. No es necesario aclarar que se trata de una obra de ficción que debe gozar de plena libertad para desarrollarse. Consideramos un hecho grave que se pretenda confundir al público y manipularlo para hacerle creer que un hecho ficticio tiene algún correlato con la realidad, mucho más cuando el ataque va dirigido a una sola persona, cuyo trabajo se ve perjudicado por estas acciones de censura”.
El colectivo Actrices Argentinas también se expresó al respecto:
“La gravedad de los ataques hacia Claudia se deben especialmente a su condición de mujer y militante feminista, defensora de los derechos de las mujeres. Abandonen los intentos por silenciarnos, tanto en el arte como en las calles. Nuestras voces se escuchan más fuertes que nunca”.
El delgado límite entre la realidad y la ficción
En diálogo con Canal Abierto, el investigador Pablo Seman, autor del libro Vivir la fe. Entre el catolicismo y el pentecostalismo, la religiosidad de los sectores populares en la Argentina, analiza: “A mí me parece que, si no fue la intención de los autores del guión, la recepción de la serie ha sido como si fuese un documental o una crónica más que una ficción”.
En ese sentido, Seman opina que la serie “es un negocio más de Netflix entre un nicho de público específico y una sensibilidad anti evangélica que encarnan privilegiadamente los autores de la serie”. El investigador, además, afirma que este trabajo “ataca como documental y se defiende como ficción, escondiendo la mano que tiró la piedra”.
Ante esta polarización en la polémica que rodea la obra, Seman opina que se pierde de vista la posibilidad de complejizar sobre la temática:“Todo esto me hace pensar que hay un sector de la sociedad que podría tener una versión un poco más compleja y menos maniquea de los evangélicos aun cuando esta visión simplificada y hostil tenga mercado”, indicó Seman al tiempo que se manifestó en contra de cualquier tipo de pedido de censura o de límite a la libertad de expresión.
El investigador afirma que complejizar la mirada no implica acordar con el hecho de que en el mundo evangélico se ignora hasta qué punto causa dolor su oposición a la agenda de diversidad y género: “Desde mi punto de vista personal cada uno puede creer, y decir lo que quiera pero hay un piso intocable: la dignidad personal de alguien es independiente de sus creencias religiosas, de su genitalidad, de su identidad de género, de su orientación sexual (salvo que esta última se ejerza por fuera de los límites del consenso y la edad) y de su posición frente a la interrupción voluntaria del embarazo establecida por ley en el marco de un régimen y una votación democrática”.