Nunca hay que sacar la vista la pelota. Aunque todo esté ocurriendo a cuarenta metros de donde estás parado, zona de ataque, de defensa o medio campo. No dejes de buscarla con los ojos. Es la esencia del juego. Por ejemplo, sos defensor, estás parado en la puerta de tu área grande, y allá lejos, en la esquina del córner del arco contrario, el 11 de tu equipo está tratando de proteger la pelota, en ese momento su pelota, con una mano apoyada en el banderín y de espaldas a dos defensores contrarios. No, no podés quedarte así, al borde del bostezo. Porque el flaco ese que está asediado por dos defensores de metro noventa, y no deja de empujar con el culo a esos tipos para que no le quiten su herramienta de trabajo, es un compañero de tu equipo. Compartís vestuario con él, y quizá bromas o lo que fuere. Entonces no te duermas. Pensá en todo lo que debés pensar, o sea, en moverte según tu intuición, hacia un lado o el otro. Hacia delante por sobre todas las cosas. Porque la pelota que a puro cuerpo está defendiendo y protegiendo el pibe número 11 para llevársela, y tenerla, y buscar con la mirada, en instantes, a quién dársela, también es la tuya, tu pelota, gil. Siempre al pie, siempre por abajo. Eso, sí, por abajo.