Por Carlos Fanjul | EL PELO DEL HUEVO
Hoy vamos a escribir sobre Pelé. El tipo está peleando por su vida, ya cerca de cumplir 81 años el mes venidero y a uno le parece que es hora de decir las cosas como son. Tal vez como un pequeño homenaje para alguien que dijo optimista hace unas horas antes de reingresar a terapia intensiva: “estoy para jugar todavía los 90 minutos, y la prórroga también…”
Las últimas noticias hablan de una mejoría y creemos que ha llegado la hora de que los argentinos veamos a esa figura superior como lo que verdaderamente fue dentro de un campo de juego.
Antes de arrancar hace falta dejar en claro que cada vez somos menos lo que vimos al Negro jugar al fútbol. Se retiró oficialmente a mediados de 1971 y por lo tanto, hasta los Sub 50 opinan de aquel jugador solo por algunas imágenes que recorren el mundo. Ni hablar del piberío que hoy integra a la cátedra futbolera experta en el tema.
Para mover la bola hay que decir que, aparición mediante de nuestro amado Diego, la figura de Pelé pasó a integrar como el espacio del Otro. De aquel con el que se compite. Al que hay que vencer. Y ahí el diez del Santos corrió siempre en desventaja para nosotros. Porque era brazuca y el nuestro elevaba orgullosamente la albiceleste. Porque el Diez argento nos generó a cada paso algo que el otro no podía, que era esa conmoción de corazones a punto de explotar que genera el amor. Porque mientras el Diego siempre estuvo en las causas justas, el grone hizo tras su retiro lo que el esquema de poder del fútbol necesitaba que se hiciese. Porque uno era rebelde y eso nos gustaba, mientras que el otro era obediente y nos salía matarlo. Porque simplemente era el Otro…
Seamos honestos. Para sentir y decir todo eso nosotros tenemos que hacer una pequeña gran trampa: Diego se nos metía en el centro del corazón y a Pele lo rechazábamos con el mismo cuore, justamente para darle mas lugar a nuestro 10. Y para eso, del Diego no quisimos nunca escuchar de su ‘después’ de jugador porque esa era la parte que a veces se nos tornaba indefendible, pero mientras tanto del Negro solo elegíamos justamente su ‘después’ para asesinarlo, ya que ahí encontrábamos todo lo que ideológicamente era cuestionable y sin siquiera detenernos en su ‘durante’ en una cancha de fútbol. Al nuestro solo lo vemos como jugador, pero a Pelé le borramos precisamente eso.
Porque el tipo en una cancha era algo mágico. Una mezcla de gacela que iba en puntas de pie por el rectángulo con algo de felino por la belleza de sus movimientos, por el misterio de su figura.
Porque siendo volante fue un goleador implacable, y para trampearlo le cuestionamos los 1.284 tantos que acusa en total (“le anotan los goles que hacia en la playa”’, ironizamos), pero nos hacemos los bobos con los casi 800 en partidos por los porotos.
Porque no aceptamos que fue el único jugador que llevó a su selección a ganar tres Mundiales. Una bestia…
Alguna vez, quien fuera presidente uruguayo, Luís María Sanguinetti, repudiado por uno desde el costado de las ideas pero un hombre de gran cultura y sumamente futbolero, tuvo que responder a cuál de los dos hubiera elegido. El oriental pensó un poco y lanzó una idea movilizante por su condición de ser neutral, de estar en el medio de los dos: “Según cuanto dinero tenga en el bolsillo y para qué lo tenga que usar. Es decir, si tengo plata solo para pagar una entrada a una cancha elijo una donde juegue Maradona. Pero si tengo más plata y debo armar un equipo para salir campeón, sin dudas elijo a Pelé”
Interesante reflexión. Para pensar. Como hoy Messi, tal vez Diego tenía una habilidad suprema como para hacer una jugada increíble, un gol para todos los tiempos como aquel a los ingleses, definir un partido por liderazgo propio, por personalidad avasallante, por epopeya. Pero por ahí hay que reconocer que Pelé fue más armador de un equipo, como si fuera capaz de que el juego gire a su alrededor con él como centro del todo. Una especie de titiritero que hacia funcionar a la totalidad de los actores de la obra. Tal vez, solo tal vez, Pelé fue más 10 que Maradona, más veces generador de juego colectivo, mientras que el Diego –u hoy Lionel- más señalados como para agarrar la bandera y llevarla solitos hasta la red. Como que los nuestros son ellos y la pelota, mientras que el Negro fue él y el todo.
El récord de Messi. Hace unos días estuvimos por escribir esta misma columna en ocasión del récord de goles en selecciones sudamericanas que luego le arrebató Lionel al Negro con sus tres pepas contra Bolivia (79 a 77). Mientras nos maravillaba la proeza de nuestro actual capitán, uno depositó la cabeza en otro costado del dato: ¡Qué grande que fue Pelé para sostener esa marca por más de medio siglo!
Buscamos datos, comparamos cosas. Vimos que la marca conseguida por Messi también le permitió superar a Pelé como máximo artillero entre los ocho seleccionados que hasta el momento se coronaron campeones del mundo. En la realidad de los porotos anotados a nivel selección, a escala global, todos aparecen muy lejos de la extraordinaria marca establecida por el tampoco amado por la cátedra Cristiano Ronaldo, quien acumula la friolera de 111 goles con su selección.
Pelé ha convertido 43 tantos en cotejos oficiales y 34 en amistosos, mientras que Lionel anotó 45 en partidos por los puntos y 34 en choques preparatorios.
Para dimensionar el medio siglo de reinado de Pelé en esta materia hay que observar que su última anotación oficial fue 21 de junio del ’70, en la final de aquel glorioso Mundial mejicano –casi por consenso el de más bello juego de todos los tiempos-, en la que Brasil liquidó a Italia con un 4 a 1 aplastante. Aquella primera conquista para abrir a la férrea Italia quedó inmortalizada en el salto increíble del 10, casi suspendido en el aire por encima de los defensores. “Pelé no saltaba. Se colgaba de un avión para esperar que llegara la pelota”, aseveraba eufórico un matutino paulista.
En materia de choques amistosos, los registros establecen un 18 de julio del ’71, frente a Yugoslavia en el Maracaná.
El tío Eduardo y Pelé-persona. En cuanto a quien fue Pelé en esa mezcla del durante como jugador y el después como personalidad que trabajaba de Pelé, hay que apelar como siempre a la maravilla de pensamiento y escritura que representa Eduardo Galeano. En el tercer tomo de su inolvidable Memoria del Fuego, la que incluía al Siglo XX, el uruguayo se situó en el Mundial de Suecia y, bajo el título de ‘1958. Estocolmo’ el maestro se metió en una disputa muy brasileña por el amor popular que generaban Pelé y Garrincha, aquel puntero derecho de patas chuecas –de pibe había sufrido la poliomielitis- que enloquecía marcadores de punta.
Comparó Galeano:
“Resplandece el fútbol brasileño, que baila y hace bailar. En el Campeonato Mundial de Suecia, se consagran Pelé y Garrincha, para desmentir a quienes dicen que los negros no sirven para jugar en clima frío.
Pelé, flaquito, casi niño, hincha el pecho, para impresionar, y alza el mentón. Él juega al fútbol como jugaría Dios, si Dios decidiera dedicarse seriamente al asunto. Pelé cita a la pelota donde sea y cuando sea y como sea, y ella nunca le falla. A los altos aires la envía: ella describe una amplia curva y vuelve al pie, obediente, agradecida, o quizás atada por un elástico invisible. Pelé la levanta, encoge el pecho, la deja rodar suavemente por el cuerpo: sin que toque el suelo la va cambiando de pierna mientras se lanza, corre que te corre, camino del gol.
Dentro y fuera de la cancha, se cuida. Jamás pierde un minuto de su tiempo, ni se le cae nunca una moneda del bolsillo. Hasta hace poco, lustraba zapatos en los muelles del puerto. Pelé ha nacido para subir; y lo sabe”.
De Mané agregó:
“Amaga Garrincha tumbando rivales. Media vuelta, vuelta completa. Hace como que va, pero viene. Hace como que viene, pero va. Los rivales caen despatarrados al suelo, uno tras otro, culo en tierra, piernas al aire, como si Garrincha desparramara cáscaras de banana. Cuando ha eludido a todos, incluyendo al arquero, se sienta sobre la pelota, en línea de gol. Entonces, retrocede y vuelve a empezar. Los hinchas se divierten con sus diabluras, pero los dirigentes se arrancan los pelos: Garrincha juega por reír, no por ganar, alegre pájaro de patas chuecas, y se olvida del resultado.
Tiene muchos hijos, propios y arrimados. Bebe y come como si fuera la última vez. Manoabierta, todo lo da, todo lo pierde. Garrincha ha nacido para derrumbarse, pero él ni lo sabe”.
Verá el lector que el recorrido del autor por el ‘después’ de Garrincha encuentra algunas similitudes con la de nuestro Diego. Pero ese no es tema de esta nota.
Lo que ves y lo que es. Pero volvamos al Pelé-jugador, luego de esa maravilla de texto del maestro Eduardo.
Pelé jugó casi solamente en el Santos, su equipo de pueblo del que nunca se quiso ir, salvo muy al final de su carrera cuando marchó al Cosmos yanki ya para casi en ese acto asumir como personalidad bien paga, para el caso de que el establishment sembrara fútbol en Estados Unidos. A los más chicos hay que aclararles que Pelé no jugó en Europa porque debe haber rechazado más de 100 ofertas para hacerlo, ya que en Europa no se pagaba mas que en Brasil, ni se jugaba mejor que en Brasil. O sea no fue porque no hacia falta ir.
Como decíamos, quienes tuvimos la suerte de ver al Negro en un campo de juego, no podemos quitar de nuestra mente la maravilla de ver sus desplazamientos. Como alguna vez contamos, eran tiempos sin televisor y para ver a una estrella del fobal había que ir a las canchas y Santos recorría el mundo mostrando a su joya para llenar estadios y quedarse con la recaudación. Ese era el negocio en ese momento. Y uno, pibe, aceptaba gustoso ser llevado a algún estadio cercano para ver a esa maravilla felina y misteriosa, a cuyo alrededor flotaba como un halo de intriga, de la que siempre emergía algo elegante e increíblemente hábil.
Los ojos se fijaban en esa figura morena, permanecíamos también como boquiabiertos a la espera del regate o el pase diferente a lo poco ya visto. Y a lo mucho que venía por verse.
La misma expresión tal vez quedó en las caras del mundo cuando comandó, tal vez, una de sus obras más bellas. Ocurrió en la misma final del ’70 frente a Italia y aquel último gol del Brasil campeón sintetiza por ahí aquello de armador del juego de todo el resto. Como Diego y su pase a Burru en el Azteca, Pelé llenó de belleza el mismo escenario con una habilitación al ‘Eterno Capitán’ brasileño, el lateral Carlos Alberto.
Se trata de lo que muchos llamaron el ‘pase a nadie’ del negro Pelé.
Todo había comenzado muy atrás en el campo, con una doble gambeta de Clodoaldo, el pase al costado izquierdo para Rivelinho, el alargue por la raya para Jairzinho y la propuesta de pared que el puntero inició con Pelé, que venía por la franja central. El pase de Jair llegó al Diez y, cuando todo indicaba que la pelota le volvía, el moreno inigualable giró su cuerpo hacia la derecha y, sorprendiendo a todos, lanzó la pelota mansamente hacia adelante, rumbo a la punta derecha. Aunque no se ve en la foto que encabeza este espacio, el lateral por derecha del brazalete venía como una locomotora por detrás del 10, quien, como tenía ojos en la nuca, ya sabía que iba a llegar en tiempo y forma para el gol.
La imagen que refleja el momento, es una maravilla. Tiene vida. Tiene movimiento…
Así vista parece un error de un tipo que tira la pelota a nadie, que la pierde y que termina mal una jugada. Pero puesta en contexto, es una genialidad como foto y como situación de juego.
O sea, como tantas otras cosas que se nos cruzan en la vida, la foto invita a pensar entre lo que parece y lo que de verdad es. Una maravilla.
Mientras hoy lucha por su vida, a uno le queda el sabor dulce de haber visto jugar a Pelé.
Y los ojos todavía no salen del asombro por tanta belleza inteligente…