Por Melissa Zenobi | “Lo más puro que tiene este juego es que las reglas son las mismas para todos y que todos tienen las mismas posibilidades”, explica el gran titiritero a uno de los participantes que fue descubierto haciendo trampa en alianza con quienes trabajan para garantizar el desarrollo de la competencia. Este punto marca la gran diferencia que pone el juego con el mundo real, donde las oportunidades no son las mismas para todos y todas.
El juego del calamar es una serie de 9 capítulos que muestra cómo cuatro o cinco millonarios se divierten viendo jugar a varios cientos de hombres y mujeres pobres. Se trata de personas que están en bancarrota, endeudados, que son diariamente perseguidos por prestamistas y bancos que los buscan para saldar sus deudas. Muchos de ellos con familias que no tienen siquiera el pan para terminar el día. Son abordados en la calle, o en la estación de subte, donde se los reta a jugar un juego sencillo a cambio de unos billetes.
A partir de ahí, y con el ejemplo a la vista, son convocados a jugar por más dinero. Tras el reclutamiento, son llevados a una isla, donde se les coloca un uniforme, y se les consulta “¿Quieren volver a sus miserables vidas llenas de acreedores y deudas que pagar o aprovecharán la última oportunidad que les ofrecemos?”. En una declaración jurada, las y los participantes consienten: no dejar de jugar; quien se niega a jugar es eliminado. Y los juegos terminan si la mayoría lo pide, pero el que abandona no tiene premio.
Lo que a simple vista parecieran ser juegos de niños y niñas se convierten en ese escenario en una auténtica guerra por la supervivencia. Cigarrillo 43, tirar de la soga, las bolitas: son divertimentos que por la simplicidad de sus reglas se han globalizado, y son fáciles de reconocer en cualquier parte del mundo. Las opciones son solo dos: se gana o se muere. El que logra avanzar casilleros, además de preservar su vida, está más cerca de hacerse de la gran piñata de wones (moneda coreana). Es por eso que en medio del juego, las y los participantes sacarán lo más competitivo, violento y misógino de sí mismos.
Capitalismo o vida
La historia fue escrita por Hwang Dong-hyuk en 2008, sin embargo en ese momento no encontró lugar en la industria cultural porque los productores con los que habló la consideraron “poco creíble” y que, por lo tanto, no tendría éxito. Entonces también vale pensar lo opuesto: es justamente su verosimilitud la clave del éxito. La serie se convirtió justamente en la analogía de un sistema capitalista voraz, donde unos pocos acumulan ganancias a costa de millones que ponen el cuerpo para que la rueda siga girando y que el juego no termine.
En una reciente entrevista con periodistas de América Latina, Hwang Dong-hyuk, afirmó: “Soy un director que vive en Corea, entonces de alguna manera me basé en las cosas que se viven allí y se ven reflejadas algunas de las consecuencias de las clases medias de Corea. La falta de igualdad, la diferencia entre ricos y pobres o los refugiados, son problemas alrededor del mundo y creo que todos los países están viviendo estas crisis y situaciones en este momento. Por eso se dieron estas conexiones en todo el planeta. Es decir, yo no creé la serie desde estos conceptos, pero obviamente hay conexiones con todos estos problemas por lo tanto podrías considerarlo como una consecuencia”.
Para las y los participantes, este juego, como puede ser el Quini 6 o el Telekino en nuestras sociedades, aparece como una posibilidad para seguir consumiendo, o bien salir de una situación límite ante la ausencia de empleo, o de política pública que atienda la emergencia. Sin embargo, como en toda apuesta, se puede ganar o se puede perder lo único que se tiene: la vida. Otra expresión de la voracidad del capitalismo.
La pandemia global agudizó las diferencias de un sistema extractivista y desigual. Al respecto, el creador de El juego del calamar dijo: “Una década después reescribí el guion y me di cuenta que se convirtió en algo más realista que antes, que en realidad se convirtió en algo muy triste porque la economía alrededor del mundo empeoró y la diferencia entre ricos y pobres se hizo cada vez más amplia y aumentó la gente que sufre”.
“En ese contexto es que reaparece la historia, teniendo en cuenta la situación entre países pobres y ricos. La situación en todos los países y en Corea se tornó igual, los ricos se hicieron más ricos a causa de la pandemia y los pobres fueron empujados al límite de tener más deudas. Algunos países no pudieron afrontar ni sus vacunas. Entonces, en ese sentido, esta serie no es una historia rara sino muy realista”, remarcó Hwang Dong-hyuk.
Durante el transcurso de la historia, se van armando distintas alianzas para aumentar las posibilidades de supervivencia. Pero hay dos únicas maneras para llegar al game over: si se completan los seis juegos -donde la chance de sobrevivir es para un solo jugador, el que ganará y se hará millonario-, o bien con el consenso de la mitad más uno de los participantes. Es la acción organizada de quienes están en el tablero la única posibilidad de las y los participantes para salir todos con vida de allí. Siguiendo la analogía con un sistema que oprime a las mayorías para que otros vivan en la abundancia, la rebeldía y la organización popular aparece como el camino para transformar la realidad. ¿Se animarán?
Continuará
El final del último capítulo deja el camino preparado para la realización de una segunda temporada. Sin embargo, todo indica que habrá que esperar algún tiempo. Su creador y director afirmó que tiene algunas ideas en mente, sin embargo no hay nada confirmado: “Estoy en conversaciones con Netflix ahora mismo y surgieron muchos detalles, y ustedes serán los primeros en enterarse. Ahora estoy trabajando en un film que lo pensé hacer antes de imaginar una segunda temporada de El juego del calamar, y tal vez podría hacerlo en paralelo pero no está decidido aún”, dijo.