Redacción Canal Abierto | “Antes de morder, ladran. Antes de pegarte, pegan cerca de ti”. Esta frase forma parte de una de las escenas más esclarecedoras sobre la violencia de género en la serie Maid (Las cosas por limpiar) que se emite en Netflix desde el 1 de octubre. La misma lidera el ranking de la plataforma y provocó una ola de comentarios en redes sociales, en especial de mujeres sintiéndose identificadas con la historia.
La crítica destaca el “guión atrapante” de la serie como uno de los condimentos más fuertes. Pero en este caso, la historia está basada en la vida real de Stephanie Land, quien volcó en su libro “Empleada doméstica: trabajo duro, salario bajo y voluntad de una madre por sobrevivir” lo que le tocó vivir en carne propia.
De esta manera, el dicho de que a veces la realidad supera a la ficción se cumple. La serie cuenta la historia de Alexandra Russell, una joven de 25 años maltratada por su pareja que decide escapar de su hogar junto a su hija pequeña. En ese camino, debe hacer frente a un sistema burocrático que introduce más trabas que ayudas para brindarle asistencia social a una madre soltera sin estudios, trabajo ni hogar, mientras transita el camino de reconocer la situación de violencia en la que estuvo sumida.
Para analizar las problemáticas de fondo planteadas en Maid, Canal Abierto dialogó con Inés Hercovich, socióloga y psicóloga social.
¿Cree que este tipo de producciones sirve para concientizar más sobre la violencia doméstica?
-No me cabe duda que son muy útiles, más allá de la intención que puedan tener, como es producir cosas donde existe un nicho para el consumo. Creo que en estas producciones, encaradas por gente con mucha sensibilidad, con mucha inteligencia y desprejuicio, con ánimo de buscar nuevas maneras entender, se van mostrando alternativas para pensar la realidad.
¿Hay productos similares en Argentina?
-En Argentina, la aparición en los medios de la violencia hacia las mujeres empieza con el asesinato de la esposa de Monzón. Ese fue el hito en el país, y la violencia doméstica empieza a ser tema por lo menos en la Capital Federal. En ese momento ya había unas primeras organizaciones feministas, surge el Lugar de Mujer y se crea el primer centro de asistencia a mujeres golpeadas. Se empieza a establecer el tema, pero todavía es muy de nicho. Lo mismo ocurre con la violencia sexual, que yo introduje en ese momento.
El tema fue tomando un lugar entre la gente a través de las telenovelas también, a pesar de que casi siempre tenían un discurso muy ambiguo y no tenían una aproximación crítica hacia ello. Se trasmitía la ideología dominante del momento, con la supremacía masculina y el rol secundario femenino. Pero eso cambió en los últimos años y -más espectacularmente- a partir del Me Too en Estados Unidos, estalla la problemática a nivel mundial.
La historia en la serie refleja las distintas “elecciones” que hacen las mujeres que viven situaciones similares. ¿Por qué se da la reincidencia?
-Cuando te acercas a los casos más concretos, los relatos, las situaciones, son mucho más complejas de lo que la militancia las pinta. Me acuerdo que en Holanda, conversando con la encargada del programa de atención a mujeres golpeadas, me contaba la sensación de frustración que tenía al ver cómo estas volvían con los violentos y rechazaban la ayuda. Pero siguió batallando y trabajando. Ahora este trabajo es más fácil porque hay un contexto social que lo propicia. Pero, la situación personal de cada mujer a veces es muy resistente y hay complejidades del alma humana que uno no puede desechar.
Hay un nivel subjetivo que es muy difícil de generalizar porque cada historia y cada persona son distintas, y eso es muy importante tenerlo en cuenta y respetar esas diferencias, si no estamos moralizando, nos estamos poniendo en jueces y eso no me parece una respuesta.
¿Y qué pasa con las mujeres que sí quieren salir de esa situación y lo tienen claro?
-Quizás no tiene esas ambigüedades en cuanto a sus sentimientos, pero se da cuenta que tiene todo en contra, que no puede llevarse a sus hijos con ella, que tiene miedo de que él la encuentre y la quiera matar, y no tiene lugares a donde recurrir que le aseguren su propia vida y la de sus hijos, que no va a poder mantenerlos porque no va a conseguir trabajo, todo este tipo de cosas ya se manejan en otro nivel y que para eso están las políticas públicas.
¿Alcanza con un Ministerio de la Mujer?
-Son muchas políticas de Estado las que hacen falta para generar un entorno social, económico, político que permita a las mujeres tomar la decisión de abandonar esas situaciones. Tienen que actuar en conjunto el Ministerio de la Mujer, de Economía, de Desarrollo Social.
Si esto no pasa, es como pedirle a alguien que haga algo que no va a poder hacer porque encima la cargas con la culpa de no hacer lo que tiene que hacer. En nuestro país está todo en contra para que una mujer pueda tomar esa decisión. Y la violencia doméstica, no es sólo un problema de la clase baja. En la clase alta ocurre muchísimo, y ahí, la razón por la que las mujeres no pueden salir de esas situaciones es el rechazo de la gente que las rodea, entonces se enfrenta a la posibilidad de quedar sola y estigmatizada. Esto sobre todo en la clase alta y religiosa. La verdad es que hay muchas cárceles.
¿Siente que hay que ahondar en cómo se trabaja sobre la violencia de género? Porque los números están, pero el por qué no. Es decir, abrir un refugio para mujeres golpeadas es un paso tardío, porque la violencia ya existió.
–Claro, es una cosa necesaria pero inútil a largo plazo, para lograr un cambio. Es atender la urgencia pero no es una solución. No estamos ahondando en la cuestión, porque estamos mirando una sola parte de la historia, las mujeres, ignorando que somos todos, varones y mujeres y todas las otras formas de identidades que hacemos la vida humana. Es como si pudiéramos borrar que venimos de padre y que parimos hijos varones, que tenemos hermanos y que los lazos entre todos son tan intensos como complejos. A veces pienso que estamos reduciendo la lucha por encontrar formas de corregir las violencias, quitarles sus aspectos dañinos y estamos reduciendo la lucha a una guerra de pancartas.