La renta básica universal incondicionada interpela tanto a la moral de la deuda como a la moral del trabajo. Aparece como crítica de hecho al asistencialismo focalizado y burocratizado y despierta el imaginario de una nueva institucionalidad posible. Una nueva forma de reconocimiento de la productividad y la cooperación social requiere del empuje popular. Repensar la riqueza, la legitimidad de la propiedad, el uso del tiempo, el cuidado mutuo, el intercambio… La renta básica no se reduce a un programa social, moviliza necesidades de infraestructura, tensiona relaciones de fuerza con el capital y reconoce autonomías. Un suelo de existencia digna es solo la condición para la reinvención de lo Común ante el estado de descomposición social y vital al que nos enfrentamos.
Corina Rodríguez Enríquez y Juan Delgado expresan generaciones y preocupaciones diversas y complementarias, entre la economía feminista y la juventud transformadora del concepto mismo de democracia.