Por Melissa Zenobi | “Este libro es una colección de intentos”, dice su autora, que es docente de literatura, presidenta del Consejo Directivo de Canadian Women in the Literary Arts, y fundadora del blog Hook and Eye: Fast Feminist, Slow Academy. Con una decidida y defendida primera persona del singular, Wunker ofrece un libro de y para conversaciones, y sugerencias concretas para “navegar por experiencias y espacios compartidos”. “El Yo es crucial, es el lugar desde el que podemos evaluar las situaciones, asumir la responsabilidad y darnos el espacio si no necesitamos”, dice.
En una cultura patriarcal, los sistemas, las instituciones y las interacciones refuerzan una jerarquía que privilegia la masculinidad, y por lo tanto es inequitativa para las mujeres y las personas de la disidencia sexual. Cuando vivís en esta cultura, aprendes sus reglas y normas, y también a adaptarte a ellas. La autora desmenuza el concepto de patriarcado una y otra vez para entender hasta dónde está internalizado en las prácticas más inconscientes.
Ante la necesidad de “reprogramarnos”, la feminista aguafiestas es aquella que tiene la misión y el potencial político de arruinar la fiesta del patriarcado, una fiesta a la que no sólo no estamos invitadas, si no que deriva en inequidad, injusticia, maltrato, violencia. En este trabajo, Wunker cuestiona el sistema y lo describe como opresivo, racista, sexista y homofóbico. “Las supuestas fiestas contra las que la feminista aguafiestas lucha son fruto del patriarcado”. El feminismo aparece como la herramienta para pensar otro modo de ser en el mundo, y como metodología para conseguir cambios en las políticas públicas de los estados.
Sobre la cultura de la violación
Una, dos, tres, diez anécdotas que cuenta en primera persona. Se trata de diversas situaciones que vivió ella, y vivió alguna amiga, alguna compañera, vos, yo. Todas. De este modo Wunker elige mostrar cómo todas las mujeres y personas de la disidencia sexual aprenden a modelar su actitud en un sistema que es opresivo, y donde la posibilidad de la violación sobre determinados cuerpos, está siempre latente.
Se aprende con experiencias, con esa advertencia que te hizo tu mamá antes de salir de tu casa, cuando chequeas el largo de la pollera, o qué tanto deja ver ese top que elegiste ponerte, o si por la noche decidir usar un taxi o volver a casa caminando. “Soy un archivo somático. Todas lo somos. Y la cultura en la que vivimos -una cultura en la que las mujeres temen por su seguridad y deben protegerse de la violencia sexual- engendra el sistema opresivo que me ha enseñado a actuar o metabolizar las acciones concretas y abstractas de una violencia devastadora”, explica.
Es que justamente la cultura de la violación es la que normaliza la violencia sexualizada, y por lo tanto enseña a las mujeres a tener miedo. Mientras tanto, cuestiona Wunker, el debate público de la cultura patriarcal invierte más fuerza y energía en responsabilizar a las víctimas, y a quienes denuncian este tipo de agresiones; que a enseñar a los varones y niños que no hay que agredir.
El potencial político de las amigas
La autora de Notas de una feminista aguafiestas propone empezar a pensar seria y políticamente en cómo se habla de la amistad entre las mujeres en el ámbito público y también privado. Sin dudas para cambiar todo lo que propone se necesita ser muchas, y además estar organizadas. Entonces, a quién le sirve el discurso de la competitividad entre mujeres, el discurso de las chicas malas: “La densa presión atmosférica que rodea los discursos sobre la amistad entre mujeres una ausencia de lenguaje matizado”, expresa.
Horas y horas de consumo de cine, televisión, literatura, describen los vínculos entre mujeres como dos enemigas que pelean por el amor de un hombre, o por el trabajo perfecto, o por ser mejor madres, esposas, hijas. “La cultura patriarcal describe a las mujeres como malintencionadas, mezquinas, frívolas. Por lo general se describe a las amistades entre mujeres como relaciones construidas sobre una base de malicia y competitividad”, sostiene la autora e indica que estas son solo alguna de las maneras en que la cultura patriarcal complica las relaciones entre mujeres.
Estos mensajes tienen mucha prensa, y los consumos mainstreams terminan impactando en los modos en que las sociedades construyen vínculos. Por eso se vuelve cada vez más necesario intervenirlos, y construir nuevos relatos, o darle prensa a aquellos que exploran la generosidad y amplitud de la amistad como modo de vida. “Quiero todos los mundos que puedan existir si practicamos las versiones de amistad de las feministas aguafiestas como modo de vida”, propone.
La maternidad feminista
“Cuando era pequeña y me enfermaba, mi mamá venía y me tomaba la temperatura, ponía su mano sobre mi frente y yo me sentía contenida. Ahora soy yo la madre, la que está enferma y sentada a la mesa de la cocina intentando escribir. No hay necesidad de sentir pena por mí, yo soy la que elijo todo esto”, ironiza Wunker.
Como fue un libro escrito en el momento de gestación y primeros meses de vida de su hijo, el proceso creativo estuvo altamente interpelado por esta nueva experiencia, y la necesidad de vivir una maternidad desde la óptica que propone el feminismo. Este capitulo está lleno de imágenes, situaciones, vivencias y sobretodo interrogantes que son los de Wunker en primera persona, pero también la de muchas mujeres que acaban de parir, y cuidan, y trabajan, y quieren cambiar el mundo.
Aparece aquí una mirada extrañada de ese cúmulo de momentos que viven las mujeres con la maternidad, y también un montón de emociones que son singulares de la autora. Esto permite leer que la llegada de un bebé no es una experiencia lineal, y que el cansancio, la desconexión con el propio cuerpo y la extrañeza, son una posibilidad, o tal vez es algo más común de lo que cuentan en la tele: “Es difícil esta práctica diaria de amar con todo tu ser y mostrarlo de todas las maneras, banales y vitales”.
En esta línea, pone en valor la búsqueda por rechazar los discursos dominantes -y patriarcales- en torno a la maternidad, que hablan de culpa, vergüenza, aislamiento y soledad. Y un intento por trascender la dificultad de hablar de la maternidad desde el feminismo.