Por Carlos Saglul | Luego de aquella carta de Cristina Kirchner posterior a la última derrota electoral del oficialismo y ante la propuesta fallida de la Confederación General del Trabajo de movilizar en respaldo al presidente Alberto Fernández equiparando las críticas razonables de la vicepresidenta con una acción desestabilizadora señalamos el principio de un reacomodamiento de la derecha y la conformación de una nueva alianza. Estaban en esa nómina no casualmente todos aquellos que salieron a respaldar la firma del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, muchos de los cuales tienen intereses supuestamente enfrentados. Desde la Asociación Empresaria Argentina a la CGT, desde el PRO a la derecha peronista y sus expresiones reformistas “no K” que, como en ese momento, siguen tratando de tentar al jefe de Estado con la posibilidad de una improbable reelección.
Desde la alianza PRO-radicalismo muchos insisten que votaran el acuerdo en el Congreso solo si Cristina Kirchner lo hace. El argumento, aunque grotesco, tiene algún sentido. Les interesa que el kirchnerismo pague también los costos del ajuste que, en un país donde ya el cincuenta por ciento de la gente no llega a fin de mes o pasa necesidades, serán altos. Existe además la posibilidad de que ese descontento pueda ser canalizado por eso que ellos llaman “populismo” para iniciar la conformación de un nuevo frente político antes de las próximas elecciones.
El relato oficial pasa por afirmar que se trata del primer acuerdo con el FMI que “nos permitirá seguir creciendo”. En el siglo pasado, FMI y dictaduras eran la misma cosa. Venían los militares y masacraban y detrás llegaban los ejecutivos del FMI con sus créditos “made in USA” destinados a formatear las economías de los países del Tercer Mundo de acuerdo a los intereses de las grandes potencias occidentales. Con la democracia, los golpes tradicionales terminaron. Con algunas excepciones, la mayor parte de la clase dirigente que surgió del genocidio, jamás discutió el status colonial de nuestro país. Por el contrario, gobiernos como el de Carlos Menem o Fernando de la Rua lo profundizaron. Menos Néstor Kirchner, el relato de todos los gobiernos al aceptar cogobernar con la denominada por algunos Gerencia de Colonias de los Estados Unidos ha sido que “el FMI ha cambiado, no perjudicara nuestro desarrollo”.
La “emergencia populista” protagonizada por gobiernos que trataron de deshacerse del FMI iniciando reformas redistributivas, no tardó en generar otro tipo de golpe de Estado. La Justicia y los medios hegemónicos hicieron estragos por todo el continente como un segundo Plan Cóndor.
De cualquier manera, en la Argentina jamás se tocaron instrumentos centrales de la dominación colonial. Los puertos siguieron en manos de las multinacionales, la promesa de recuperar la denominada “Hidrovía” naufragó, no se expropió Vicentin como una experiencia piloto en la renacionalización del comercio exterior ni se terminó con la Ley de Entidades Financiera de Martínez de Hoz. Siguen en manos privadas la energía, las compañías de servicios. La Ley de Medios es un recuerdo. No hay política de Comunicación. Lejos de establecerse más férreos mecanismos de control a los grandes exportadores se envió un proyecto al Congreso para beneficiarlos aún más impositivamente en momentos que sus ganancias muestran récord históricos, lo mismo pasa con la actividad extractivista. “Necesitamos dólares” dicen los funcionarios. Y es que no solo está la deuda, las trasnacionales pasan también por ventanilla simulando transacciones con sus casas matrices. Además, hay que pagarles 1.600 millones de dólares al mes a los burócratas del FMI que, como se sabe, es gente con muchos gastos.
Basta tomarse el trabajo de releer los diarios en Internet para ver que el FMI no cumplió con ninguna de las demandas que le realizó el ministro Martín Guzmán. De ahí que adquieren veracidad los dichos de Máximo Kirchner en su carta cuando señala que en realidad no se negoció. Si lo que existió fue acatamiento, es porque -entre otras cosas- jamás, se armó un plan para el caso que cayéramos en default. Esa contingencia -dice el Presidente- nos hubiera deparado un “futuro incierto”. Seguramente menos incierto que el actual en que el “default” solo se difirió. La deuda es impagable. Y el FMI se cuidó muy bien de que así lo fuera. No tener un plan alternativo, significó -como lo dijimos desde aquí decenas de veces- no contar con otra alternativa que negociar. Eso significa darle la última palabra al otro. Negociar no es acatar. “¿Qué sería de la administración de las colonias si se cede a cada momento ante los nativos?”, diría el Virrey Rafael de Sobremonte.
La actual conformación de la clase política es resultado del genocidio de 30 mil cuadros entre los que estaba lo mejor del campo popular. Lo que sucedió en esos años en los que cada acto político coreaba “Patria Sí, Colonia No”, marcó profundamente la cultura argentina. Es una burla que se diga que no habrá ajuste cuando los salarios bajan por quinto año consecutivo, lo mismo que las jubilaciones desenganchadas de la inflación. ¿Reforma laboral? La mayor parte de los puestos de trabajo que se generan son en negro. Pero, aún los jóvenes que encuentran su primer empleo ya no tienen jornadas de ocho horas ni les pagan horas extras. No les permiten la afiliación sindical o los colocan en convenios que no tienen que ver con su ramo. Un ejemplo: muchas agencias de publicidad que cobran en dólares, pues trabajan para multinacionales, y a los profesionales les piden título universitario, idiomas, etc., inscriben a sus empleados en el Sindicato de Comercio para pagarles como cajeros. Ni que hablar de las prestaciones de esa obra social, que obligan a los laburantes a terminar en el hospital público. ¿El Ministerio de Trabajo? Lo reabrieron pero… “Saco un aviso y vienen miles por tu sueldo”, te dicen las empresas cuando invocas algún incumplimiento.
Es verdad que ya no hay golpes. Como dijo la expresidenta Cristina Kirchner “ahora te desaparecen políticamente a través de los medios y la Justicia”. La estructura económica sigue siendo la misma. El Estado se muestra incapaz para regular los precios, cobrar impuestos a los que más tienen. Fue necesaria una Peste para que les pidieran por única vez una contribución a las grandes fortunas. ¿Hay otro modelo de país que el impuesto por el FMI (es decir Estados Unidos) y sus aliados locales? La historia de nuestro país y el continente no ha sido otra que la lucha contra españoles, ingleses o norteamericanos para dejar de ser colonia. La clase dirigente no hace otra cosa que disfrazar la agonía de esta democracia, cada vez más restringida. Decirle al país que va a crecer con ayuda del FMI es tomarle la mano a alguien que agoniza y prometerle que va a sanar.
¿Cuál es la magia del FMI que une toda la derecha, termina con las máscaras y en cuyo honor danzan juntos neoliberales, la derecha peronista, la CGT y la Asociación Empresaria Argentina? “La única política es la internacional” decía Juan Perón. La derecha como aquellos pibes de los setenta que gritaban Liberación o Dependencia tiene en claro que los jueces, como los militares genocidas o los periodistas-empresarios, la burocracia sindical, son instrumentos, aliados coyunturales de un poder que salta a la luz cuando se entiende que la contradicción que marca nuestra historia por entera nunca dejó de estar entre el desafío de construir una nación soberana o seguir tratando de sobrevivir en una de las tantas colonias estadounidenses de este lado del mundo. Ya nos bancamos a fuerza de saqueo y muertos 27 programas del FMI. Es increíble, pero estamos ante un nuevo relato sobre la Colonia Próspera.