Redacción Canal Abierto | Tras más de un mes de iniciados múltiples focos de incendio en Corrientes, el fuego consumió aproximadamente 1 millón de hectáreas, el equivalente al 11% de la superficie provincial. Las lluvias finalmente concluyeron la tarea que cientos de brigadistas de incendios de Parques Nacionales, bomberos locales y pobladores sostuvieron en medio de una tremenda sequía, temperaturas extremas y polémicas sobre el rol del gobierno de Gustavo Valdés y la gestión del ministro de Ambiente de la Nación, Juan Cabandié.
Romina Stoessel es brigadista del Parque Nacional El Palmar, ubicado en la localidad de Ubajay en Entre Ríos. El 18 de febrero fue movilizada junto a sus compañeros para colaborar en sofocar los incendios de la provincia vecina.
“Viajamos en camioneta hasta San Miguel, donde en la E.F.A. (Escuela de la Familia Agraria “Ñande Roga”) estaba instalado el puesto de comando, conducido por el director del Sistema Nacional de Manejo del Fuego (dependiente del Servicio Nacional de Manejo del Fuego (SNMF) del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación), Alberto Seufferheld. Desde allí se comandaba el manejo de los incendios y se enviaba a gente en helicópteros a diferentes lugares, ya que había zonas de muy difícil acceso por vía terrestre”, narra la brigadista.
Como Romina y sus compañeros del Palmar fueron convocados a la zona de Iberá brigadistas del Parque Nacional Calilegua (Jujuy), del Impenetrable (Chaco), de la Reserva Natural Formosa, Reserva Nacional Pizarro (Salta) y brigadistas del Plan Provincial de Manejo del Fuego de Tucumán y más de cuarenta bomberos voluntarios de Córdoba. También acudió personal de manejo de fuego de Bolivia y Brasil.
“Ingresando a la provincia de Corrientes era bastante triste de ver porque era fuego, fuego, humo por todos lados, mucho fuego en la ruta y de hecho nuestro viaje se retrasó porque tuvimos que dar todo un gran rodeo porque estaba cortada la ruta por los incendios. Desde el centro de operaciones, nuestro grupo fue despachado hacia el portal Cambyretá –el Parque Nacional Iberá tiene diferentes accesos y núcleos de servicios a los que se denomina portales– que había sufrido un incendio en enero y el fuego había arrasado con todos los esteros; se quemó todo excepto la estructura del camping. Se quemaron las pasarelas y hubo muchos animales muertos. Nuestra misión era proteger la seccional de Cambyretá porque aún quedaban algunos focos y el viento podía reavivarlos y acabar con las instalaciones”, narra Romina. Días después un helicóptero los llevó a otra seccional del Parque cercana a la localidad Carlos Pellegrini, el principal acceso turístico a los Esteros del Iberá.
¿Cómo atacan el fuego?
-El fuego venía avanzando con tanta rapidez, que no había mucho para hacer. Las fuentes de agua no están cercanas, entonces no se le puede hacer un ataque en directo y lo único que queda es aplicarle el ataque indirecto. Esto se realiza a través de la quema, generando un contrafrente que choque ese fuego y queme en retroceso. Esto es lo que se denomina un cortafuego.
Lo que se hizo fue bastante arrojado porque, si vamos a los papeles, no se puede hacer una quema con esas condiciones, con esos valores de temperatura y viento. Con mucha precaución íbamos realizando la quema con las antorchas y por detrás se iba apagando. La idea es que el fuego empieza a quemar en retroceso y hay que aplicar bastante agua porque al estar tan seca la tierra el fuego camina por abajo. De hecho, todo el tiempo estuvimos controlando que no se pasara.
¿Qué daño provocaron los incendios en el Parque? ¿Cuál fue el origen del fuego?
-Dentro de lo que son los esteros, que es lo que es lo que protege el Parque Nacional Iberá, se quemó el 100% del portal Cambyretá, quedó la seccional. En San Nicolás se quemó la mitad del área. Y acá en Iberá, nos contaban, que son más o menos entre 11.000 y 12.000 hectáreas las que cubre este portal y se quemaron aproximadamente 9.000 hectáreas, entre un 70 y un 80% de los esteros. La zona de San Alonso, que es la zona que protege los yaguaretés, nos comunicaron que ya estaba controlada.
El incendio en este portal se originó con un rayo que cayó en una tormenta antes del 18 de febrero. Pero la mayoría de los focos se producen por negligencia; hay productores que prenden para tener el rebrote del pasto para alimentar a los animales, gente que hace un fuego para quemar basura y sopló el viento y se fue. La mayoría tienen esa causa, una quema –prohibidas en esta época– que se quiso hacer y el fuego se les fue de la mano con el viento. El problema es que con una sequía tan extrema el fuego camina bajo tierra.
Otro factor fueron las condiciones climáticas. Estamos atravesando la peor sequía en años, estamos atravesando la corriente del Niño que trae esta seca.
También hay intereses políticos y económicos, y disputas entre provincia y Nación. Todos nos preguntábamos por qué no nos empezaron a convocar antes, previamente a que se fuera de control la situación.
¿Cómo es ser brigadista mujer?
-En esta comisión, por primera vez no he sentido diferencias o un trato condescendiente, o que se note que ejercen ese machismo, que digan este es un trabajo de hombre o esto lo hago yo. Yo soy brigadista hace cuatro años, estuve tres años en el sur, y desde mi experiencia he tenido compañeros que trabajaban a la par y muchos compañeros que te hacían notar bastante la diferencia de género y el machismo. Por lo general cuando hay una mujer en una brigada es candidata número uno a ser radio-operadora, si no te ponés firme y protestás no te dejan salir al campo. Las mujeres podemos tener una anatomía distinta pero a veces podemos llegar a tener más aguante.
Acá en el norte encontré otra calidez. Es raro ver una mujer, en este incendio pensé que iba a haber más compañeras pero en este momento soy la única mujer entre todos los brigadistas que están participando.
Es un ambiente super-machista, cuesta bastante, está instalado como un trabajo de fuerza, de sobreadaptación, de alta exigencia, de tareas pesadas. A veces trabajamos hasta liquidarnos, con el tiempo fui aprendiendo a decir yo hago hasta donde puedo, mi cuerpo está preparado para esto.
Esa cultura de que es “un trabajo de hombres” está instalada, porque históricamente han sido los hombres los que han trabajado en incendios, pero eso no quita que las mujeres podamos hacerlo. Con el tiempo, me fui posicionando y plantando y puedo decir “sí, soy mujer y puedo trabajar a la par de todos ustedes”.
En mi carrera de brigadista sufrí violencia de género y en un momento pensé en renunciar, no la pasé nada bien. Mucho tiempo tuve que aguantar cosas como: “el brigadista no se cansa”, “sos flojita”, cosas así y peores. A partir de esa experiencia que la pasé tan mal, estuve bastante tiempo con asistencia psicológica y me repuse, me trasladé a otro parque. En el Palmar estoy mejor, y estoy mejor plantada para decir “no te pasés, que acá estoy yo y yo puedo hacerlo”. Creo que de a poco se va viendo a la brigadista mujer desde otro punto y ojalá empiecen a ingresar más compañeras.
Yo entré a trabajar porque necesitaban alguien para la parte técnica y como licenciada en Gestión Ambiental tenía una afinidad muy grande para el cargo. Hice el curso de brigadista, ingresé y fue un mundo que me fue gustando.
¿Cómo es la jornada de trabajo de una brigadista?
–Tenemos un reglamento que dice que no podemos exceder las 10 horas de trabajo por jornada, pero nunca se cumple. Lo cierto es que cuando hay un incendio trabajamos hasta más no poder, no tenemos un horario. Hace unos días estuvimos desde las 4 de la mañana hasta las doce de la noche… y no tenés sábados ni domingos. Ahora que estamos haciendo las guardias de cenizas sí, trabajamos más tranquilos y nos turnamos cada cuatro horas.
Por momentos es incontrolable la situación y la prioridad es tratar de detener el fuego, entonces se ponen todos los recursos y quizás ahí están las fallas porque por ahí al ir rotando aliviaría un poco el trabajo.
¿Cuál es la situación laboral de los brigadistas? Entiendo que tienen contratos precarios…
–A pesar de que se logró un convenio colectivo de trabajo seguimos teniendo contratos anuales. Seguimos reclamando por las categorías, ya que algunos trabajadores cumplimos funciones específicas, con una formación particular y lo hacemos por el mismo sueldo, y si pasa algo nos cae toda la responsabilidad.
No tenemos miras de un retiro jubilatorio. Necesitamos que el nuestro sea reconocido como un trabajo de riesgo, es una labor que te desgasta y no podés tener gente de 60 años o más trabajando en la línea de fuego. Un régimen previsional acorde facilitaría la renovación de gente y el ingreso de personal joven que realmente pueda hacer una carrera.
A más de dos años de alcanzado el convenio, muchos compañeros siguen yendo a trabajar a una granja u otras actividades porque sino no logran mantener una familia.
Necesitamos que nuestro trabajo sea estable y pasen a planta permanente a toda la tropa de brigadistas que integramos el SNMF, después se discutirá cuáles son las bases para los nuevos ingresos y el pase a planta. No nos sirve que sigan tomando gente como monotributista, totalmente por fuera del CCT. Toman brigadistas temporalmente que cuando se termine la temporada de incendios, se va a quedar en la calle.
Para que la gente sepa, los brigadistas no sólo trabajamos en caso de incendio. Durante el año hacemos tareas de uso público en los parques nacionales: apertura y mantenimiento de senderos, cartelería, albañilería, pintura, carpintería; respondemos a emergencias médicas y auxilio mecánico dentro de las áreas protegidas, damos apoyo con los incendios a las provincias y forestaciones vecinas.
Pese a no ser reconocidos y a las condiciones en las que seguimos, los brigadistas no dudamos ni un segundo en asistir y dar apoyo en cualquier incendio. A pesar de todo, seguimos poniéndole el alma y el cuerpo al fuego. En ningún momento de estos incendios de Corrientes, nos plantamos a reclamar, cuando quizás era el momento, pero nuestra prioridad era atajar el fuego, frenar el avance, proteger la flora, la fauna, los esteros en lo posible y cuidar que el fuego no ingresara a los poblados.
Fotos: Romina Stoessel