Por Sergio Rodríguez Gelfenstein | Es muy fácil constatar el apoyo que Occidente le ha dado a las bandas nazis de Ucrania. Vale referir, por ejemplo, que ya en 2018 el periodista Kevin Rawlinson en un artículo publicado en el diario británico The Guardian el 2 de marzo, denunciaba que los neonazis ucranianos reclutaban combatientes de forma abierta en Londres para incorporarlos al batallón Azov.
Asimismo, el portal británico Bellingcat reporta que en una investigación realizada en 2019, aunque referida a 2015, el batallón Azov estuvo enganchando extremistas estadounidenses para llevar adelante sus propósitos. Bellingcat descubrió unos audios en los que el Secretario Internacional del ala política de Azov proponía transformar sus objetivos en una “revolución conservadora mundial” destinada a “defender la raza blanca”. Es decir que ya en ese año, Azov se planteaba internacionalizar el conflicto estructurando fuerzas neonazis en todo el mundo. Así mismo, la investigación aporta información acerca de los vínculos del Batallón Azov con el grupo neonazi violento estadounidense Rise Above Movement y miembros de la extrema derecha de ese país.
El discurso oficial estadounidense se propone ocultar estos argumentos que como verdades indesmentibles exponen la contumaz defensa de las organizaciones nazis por parte de Estados Unidos. La superficialidad de la subsecretaria de Estado Wendy Sherman al referirse al tema queda patentizada al observar que el sustento de sus argumentos están basados en que por su condición de “judía y ciudadana de Estados Unidos” podía afirmar que el problema de Ucrania no tenía que ver con los nazis, entre otras cosas porque “el presidente judío de Ucrania definitivamente no es un nazi”.
El talante imperial de esta particular funcionaria judía la lleva a olvidar los crímenes de Hitler y el Tercer Reich para justificar su apoyo a los nazis ucranianos. Tal vez haya que recordarle que tanto Stepán Bandera como Román Shujévich, cómplices y socios de la Alemania nazi, cuando dirigieron fuerzas fascistas ucranianas y actuaron bajo sus órdenes durante la invasión nazi a la Unión Soviética, son considerados héroes en la Ucrania de hoy.
Hay que recordar también que la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN) en la que Bandera llegó a ser comandante de su contingente militar, fue el causante directo del asesinato de más de 100 mil ciudadanos de Ucrania y Polonia, una buena parte de los cuales era judío. La orden de combate de la OUN estaba dada por la idea de que había “que luchar contra los judíos puesto que son los seguidores más fieles del régimen bolchevique y la vanguardia del imperialismo moscovita en Ucrania “[…]” pero educando a las masas en que el enemigo principal es Moscú”.
En un país cuyo presidente es judío, han sido las propias organizaciones de esa comunidad las que han denunciado la persecución que sufren por acción del ultra nacionalismo fascista en el país. Instituciones reconocidas mundialmente como el Congreso Judío Mundial y el Centro Simon Wiesenthal que incluso son de orientación sionista, han denunciado la barbarie fascista en Ucrania.
La situación política y económica de la Europa actual guarda grandes semejanzas con la de hace un siglo atrás. La crisis económica profunda, devino en crisis política que permitió acceder a sectores de ultra derecha al gobierno. Hitler y Mussolini llegaron al poder por vía electoral, dándole carácter racial al origen de la crisis, y justificando de esa manera la persecución de las minorías, en particular de los judíos y de quienes consideraban razas inferiores. Hoy, no es muy diferente, la ultra derecha fascista ha ido copando cada vez más espacios en los gobiernos y los parlamentos europeos, pero en ningún país el paramilitarismo nazi ha cobrado tanto apoyo institucional y presencia gubernamental como en Ucrania. He ahí la diferencia. He ahí el peligro.
Ya en los días posteriores al golpe de Estado de 2014, Arsén Abákov, recién designado ministro de Interior invitó a líderes y militantes de la organización fascista “Sector Derecho” a integrarse a las nuevas fuerzas del orden ucranianas. A pesar de que esta decisión generó sorpresa y rechazo en la opinión pública del país, el nuevo gobierno no dio marcha atrás.
Al mismo tiempo, tal disposición generó temor entre los judíos de Ucrania. El rabino principal de Kiev, Moshe Reuven Azman se sintió en la obligación de instar a los hebreos a abandonar la ciudad y el país. En una entrevista publicada en el diario israelí Haaretz el 21 de febrero de 2014, dos días antes de la consumación del golpe de Estado dio a conocer: “Pedí a mi congregación que salga del centro de la ciudad o de la urbe todos juntos, y si es posible también del país. No quiero tentar a la suerte, pero hay constantes amenazas de ataques contra las instituciones judías”.
El rabino no se limitó a eso, ante la peligrosa situación creada para sus fieles decidió cerrar las escuelas de la comunidad judía en Kiev reconociendo sin embargo que actuaba en contradicción con los intereses de Israel, cuya embajada en Ucrania, por el contrario, le pidió a los judíos que evitaran abandonar sus hogares, manifestando de esa manera mayor preocupación por dar credibilidad al golpe de Estado que por la seguridad de los 250 mil judíos que viven en Ucrania.
Lo cierto es que el golpe de Estado produjo un incremento ostensible de los ataques contra instituciones y ciudadanos judíos en el país llegando incluso al lanzamiento de cócteles molotov contra una sinagoga en Zaporozhie, en el sureste del país en los días en que se gestaba el derrocamiento del gobierno. Ya a finales de enero de ese año, la Asociación de Organizaciones y Comunidades Judías de Ucrania (Vaad) había denunciado ataques contra la comunidad durante los disturbios en Kiev. El Vaad, aseguró que las agresiones iban dirigidas expresamente contra judíos, por lo que no debían enmarcarse en la violencia que emanaba de la Plaza Maidán durante aquellas jornadas. Simultáneamente, el periódico israelí de derecha “Arutz Sheva” informó de asaltos contra negocios de judíos y otros tipos de amenazas contra los residentes en Kiev.
Desde aquellas jornadas y hasta ahora, incluso con un presidente judío, las acciones en contra de la comunidad hebrea no se han detenido. Ante esto, la actitud del gobierno de Israel ha sido pusilánime y cobarde en defensa de la seguridad y los intereses de los judíos de Ucrania. El centro de su accionar ha girado en torno a asegurar la relación con su benefactor norteamericano, aunque en términos geopolíticos, no quiere dañar su relación con Rusia, cuya presencia en Siria le asegura que el gobierno de Bashar el Assad, Irán y el Hezbollah libanés no “cometan desmanes” que pudiera afectar la estabilidad de Israel y su control sobre el Golán ocupado.
Además, debe considerar la influencia de las poderosas comunidades judías ucraniana y rusas que viven en Israel que mantienen permanente contacto con los judíos de sus países de origen y que conforman el 12% del electorado del país.
En estas condiciones Israel se ha decantado por priorizar su relación con Estados Unidos. Un informe del servicio de investigación del Congreso de ese país da cuenta de que Israel es el “mayor receptor de asistencia extranjera estadounidense acumulada desde la Segunda Guerra Mundial”, habiendo recibido hasta la fecha “150 mil millones de dólares en asistencia bilateral y fondos para defensa”.
En una clara búsqueda de equilibrio, la posición de Israel ha sido dubitativa y pusilánime criticando la invasión rusa a Ucrania, aunque intentando no ser confrontativa como otros países. En la sesión extraordinaria de la Asamblea General de Naciones Unidas que se celebró el 24 de marzo, Israel votó a favor de una resolución no vinculante condenando a Rusia por la invasión. Está por verse qué hará Israel para mantener ese difícil equilibrio entre Occidente y Rusia sobre todo si el conflicto en Ucrania se prolonga y recrudece en los próximos días y semanas.
En una reciente entrevista para la cadena estadounidense Fox News, el presidente Zelenski reconoció que el batallón neonazi Azov forma parte del Ejército ucraniano. Al confirmar la dependencia de esta organización de las fuerzas armadas de Ucrania contestó: “Son lo que son. Estaban defendiendo a nuestro país y después, quiero explicarles, todos los miembros de esos batallones fueron incorporados al Ejército de Ucrania”, reiterando que “los combatientes de Azov ya no son grupos auto establecidos, sino un componente del Ejército ucraniano”. Todo ello a pesar que como el mismo Zelenski reconoció, en el año 2014 varios miembros de esos batallones neonazis “violaron las leyes de Ucrania” por lo que “fueron llevados a los tribunales y recibieron sentencias de prisión”.
Es de tanta relevancia esta confesión que establece el vínculo entre el gobierno de Ucrania y las formaciones nazi-fascistas que la cadena Fox News decidió eliminar de su canal de YouTube ese fragmento de la entrevista cuando la subió a la plataforma.
“A confesión de parte, relevo de pruebas”, expone un axioma jurídico. El propio presidente judío de Ucrania ha confirmado y aceptado la colaboración de su gobierno con las bandas nazi fascistas del país. ¿Qué piensan de esto los familiares de las víctimas del “holocausto”? ¿Ha quedado validado el “antisemitismo” ante la necesidad de subordinarse a los sacrosantos intereses de Washington y de las élites sionistas?, incluso en detrimento del pueblo judío de Ucrania y del mundo. Por lo pronto sería necesario que alguien explique esta extraña alianza entre judíos y nazis en Ucrania… por cierto, por ahora en Ucrania. Si no son detenidos, pronto los veremos en toda Europa.