“Si este pueblo me pidiese la vida, se la daría cantando, porque la felicidad de un solo descamisado vale más que toda mi vida”. Hace 70 años, a las 20.25 de aquel 26 de julio de 1952, Eva Duarte, la abanderada de los humildes, la jefa espiritual de la Nación, la compañera Evita, asumía la razón de su vida y su muerte partía para siempre las aguas del sentir popular.
Aun hoy, cada familia argentina guarda alguna anécdota que la vincula con su figura y que marca su lugar en una u otra orilla del río nacional: peronista o contrera.
Evita, la que brilla por las noches en las paredes del Ministerio de Desarrollo de la Nación, es todavía cautelosamente apagada por el antiperonismo con poder cada vez que asume el mando, en un rencor tan eterno como el amor que el pueblo descamisado le profesa.
Con 33 años de vida, 6 de vida política y 70 de estandarte, Evita logró ser el símbolo de la Argentina que algunos sueñan y otros temen y que siempre está en disputa. Quererla u odiarla nos define.