Redacción Canal Abierto | “Yo soy el original anti grieta”, lanzó Daniel Scioli en sus primeras declaraciones como precandidato presidencial, en clara alusión al spot con el que horas antes Horacio Rodríguez Larreta también inauguraba su carrera a la Casa Rosada.
“No queremos seguir siendo lo que somos: no queremos más seguir viviendo con el agua al cuello. Siempre peleándonos, peleándonos entre nosotros”, dijo el jefe de Gobierno porteño, en un esfuerzo por diferenciarse de quien se perfila como su principal contrincante en las PASO, Patricia Bullrich: “los únicos que se benefician con la grieta son los que la abrieron, los que se aprovechan de ella. Los que la usen, son unos estafadores”.
“O terminamos con la grieta o la grieta termina con la Argentina”, agregó con tono conciliador, esa actitud que desde hace tiempo tanto irrita a la presidenta del PRO, quien no perdió oportunidad para salir al cruce: “la Argentina no sale con tibios”.
Desde las últimas legislativas que confirmaron el ascenso de figuras de extrema derecha como Javier Milei hasta pocos meses atrás, la mayoría de los analistas políticos advertían sobre un supuesto proceso de radicalización de los discursos políticos en Argentina. Sin embargo, a medida que se aproximan las elecciones, el escenario que pareciera estar dándose es el inverso.
Lo evidencia el salto a la contienda presidencial de dos pesos pesados como Larreta y Scioli, quizás las expresiones que se presentan como las más moderadas entre oposición -donde además ya se anotaron Elisa Carrió, Patricia Bullrich y Gerardo Morales, y continúa la incógnita de Mauricio Macri- y oficialismo –cuya nómina también tiene hasta el momento a Alberto Fernández, Claudio Lozano y Juan Grabois, además de los tímidos sondeos de Juan Manzur y una potencial postulación de Sergio Massa.
Entre los antecedentes de propuestas electorales “anti grieta” destaca la de Alberto Fernández, designado por Cristina Fernández para captar los votos no kirchneristas en 2019. En la misma línea se podría ubicar la campaña de Mauricio Macri en 2015, cuando su llamado al “cambio” a la vez incluía promesas de continuidad como la no privatización de YPF, Aerolíneas ni las jubilaciones, el mantenimiento de la Asignación Universal por Hijo, las políticas en Ciencia con la ratificación del entonces ministro Lino Barañao o Fútbol Para Todos. Demás esta decir que el ex presidente no cumplió varios de estos puntos.
Puede que sean varias las razones para explicar esta predilección por figuras pretendidamente moderadas de cara a una elección donde se ponen en juego los principales cargos ejecutivos del país. Una de ellas, el miedo a cambios abruptos -sobre todo en el campo económico- que podrían surgir de representantes que se ubican en los extremos ideológicos. Otra interpretación posible es la certidumbre que para muchos generan las coincidencias entre «palomas” como Scioli y Larreta, como es la ratificación del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Son por demás conocidas las consecuencias de la administración macrista, y no son pocos los que recuerdan aquel mandato como una debacle económica y social. Y si bien es cierto que los cuatro años que le siguieron tampoco lograron recuperar lo perdido, en 2023 comprobaremos si la tendencia moderada que se perfila termina por cumplir la premisa marxista que asegura que la historia ocurre dos veces, “la primera como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa».