Redacción Canal Abierto | En medio de las restricciones por la pandemia, el 14 de julio de 2020 dos hombres ingresaron a la casa de Eduardo Trasante en San Nicolás al 3600, Rosario. En minutos hicieron bajar al pastor evangélico y ex concejal de la planta alta y delante de su esposa e hija, lo mataron de dos balazos.
Las cámaras detectaron que los agresores se movían en un Peugeot 308 Allure que estacionaron cerca de la casa, a la que llegaron a pie. Dos fiscales y la querella solicitaron la pena de prisión perpetua para cuatro acusados de intervenir en el robo del auto usado por los asesinos, que hasta el momento no fueron identificados. Hoy reclaman la elevación a juicio oral y condena de los imputados.
El violento presente que atraviesa la ciudad ya había golpeado, y con fuerza, a Trasante: su hijo Jeremías había sido asesinado en el triple crimen de Villa Moreno en 2012 y a su hijo Jairo lo habían matado a la salida de un boliche céntrico en 2014.
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Canal Abierto dialogó con Gabriela Durruty, abogada de Carolina, la esposa de Eduardo, y quien desde hace dos años y medio forma parte del programa de testigos protegidos (hoy reside en otra ciudad y ni ella ni sus hijos pueden volver a Rosario sin custodia).
Un vistazo a la investigación judicial, los motivos detrás del crimen y las causas de fondo de un caso que pone al descubierto la violencia que conecta mafias narco con policía, política y lavado de capitales en Rosario.
¿Por qué mataron a Trasante?
Pese a que en los primeros meses la investigación se centró en el círculo íntimo y familiar, el crimen de Eduardo fue un crimen claramente mafioso. Un homicidio mensaje contra quienes intentan resistir estas violencias.
No es algo que diga yo o la familia. La hipótesis de que no se trataba de un homicidio corriente es algo que el fiscal general comparte porque lo primero que hizo fue integrar a la Unidad de Delitos Complejos a la investigación.
¿Pero por qué le tocó justamente a Eduardo?
Porque era un emblema, como pastor evangélico y como militante. Tras perder dos hijos producto de estas violencias, se convirtió en un símbolo y referente que acompañaba a víctimas y familiares: los ayudaba a hacer una querella, les explicaba cómo preservar una prueba, los contenía.
Su casa era de puertas abiertas, a tal punto que los propios asesinos tocan el timbre e ingresan a plena luz del día.
Es más, cada vez que salgo de alguna de las audiencias, me encuentro a gente humilde que va a acompañar el juicio y me dice “yo estoy acá porque Eduardo me acompañó o me ayudó cuando me pasó a mi”.
Hoy pedimos justicia por quien pedía justicia. Y no es que haya muertes más importantes que otras, pero el asesinato de Tarsante fue un escalón más de la escalada narco en Rosario.
¿Quién son los responsables?
En alguna medida, hoy la causa está huérfana: no tenemos a los autores materiales ni a los intelectuales.
Por escuchas, sabemos que Julio «Peruano» Rodríguez Granthon, un piloto comercial condenado y detenido por narcotráfico, solicitó el robo del auto que luego sería utilizado para cometer el crimen a cambio de 500 mil pesos. Lo que no queda claro es quién se lo pidió a él. En otras escuchas, Granthom le comunicó a una persona que no pudimos identificar que él “va a poner alguien de su confianza”, Facundo López, uno de los cuatro imputados por haber conseguido y luego descartado el auto.
Hoy pedimos que se fije pronto la fecha para el juicio oral, y que se condene a los cuatro imputados por el homicidio calificado -por promesa remuneratoria y por el concurso de dos o más personas- de Eduardo.
¿Surtió efecto el objetivo intimidatorio que suponen estaba detrás del crimen?
Si el mensaje fue para que la gente no se comprometa, creo que no les resultó. Afortunadamente se viene multiplicando la militancia, sobre todo entre los más jóvenes.
De todas formas, miedo tenemos todos los rosarinos y rosarinas cuando salimos a la calle, porque la situación llegó a tal punto que no conoce límites geográficos.
De todas maneras, hay un imperativo ético: quienes podemos hacer algo, lo tenemos que hacer. Sobre todo, porque vemos una Rosario en llamas que no parece tocar fondo. Todos tenemos alguna responsabilidad en la escalada de violencia y el corrimiento de los límites. Cuando creemos que no se puede estar peor, pasan cosas como el chico que eligieron al azar para matarlo y dejarlo frente a las puertas de la cancha de Newell’s con un papelito como mensaje de una facción a otra.
¿Qué medidas crees que deberían tomarse?
En principio, hay que decir que tenemos un problema con un nivel de naturalización de la violencia que es alarmante: los rosarinos nos levantamos cada mañana y vemos el valor del dólar, el clima y los muertos.
Desde el bloque de legisladores de Ciudad Futura se presentó una iniciativa para invitar al Presidente para que gobierne el país desde Rosario, al menos por un mes. Lo mínimo que merecemos es que las autoridades nacionales vengan y vean de primera mano qué es lo que está pasando.
Después se planteó una batería de medidas de contención social, como la urbanización de barrios, para que la solución no sea sólo por vía represión. Con militarizar la ciudad no alcanza.
Siempre se habla de la complicidad o connivencia policial con el narco…
Eso está probadísimo, incluso con numerosas condenas judiciales. La única vía es democratizar las fuerzas de seguridad, es decir, que la policía esté bajo comando civil.
¿Y los vínculos con la política municipal y provincial?
Desde una mirada piadosa, podríamos pensar que no saben cómo encarar o resolver el problema. Si somos más duros, podemos decir que hay distintos niveles de connivencia.