Redacción Canal Abierto | Las condenas a seis oficiales de la policía bonaerense, el ministro de Gobierno bonaerense durante la última dictadura cívico militar Jaime Smart y la secretaria del Juzgado de Menores de Lomas de Zamora, Nora Pellicier en la causa iniciada por Julio Ramírez y sus hijos Carlos, María Esther y Alejandro, dio a conocer el infierno vivido en el Hogar Casa de Belén de Banfield, donde fueron retenidos hijos de las víctimas del terrorismo de Estado.
Con una modalidad que difiere de la habitual apropiación sufrida por 500 nietos cuyos paradero e identidad continúan buscando las Abuelas de Plaza de Mayo, en el caso de esta institución vinculada a la Iglesia los chicos eran derivados allí a partir de la orden judicial del tribunal que entonces tenía a la jueza Marta Delia Pons al frente.
Una vez en el Hogar Casa de Belén, eran anotados con el apellido Maciel, que era el del matrimonio responsable del lugar y sometidos a distintas formas de torturas y abusos, impedidos de hablarse entre ellos.
Los hermanos Ramírez llegaron allí en 1977, a pocos días de su apertura y tras que su madre María Vicenta Orrego Meza fuera asesinada en un operativo comandado por los propios Ramón Camps y Miguel Etchecolatz en Almirante Brown. Entonces, tenían 2, 4 y 5 años.
Por entonces, Julio era preso político en la Unidad Penal Nº9 de La Plata. Al lograr su libertad tuvo que exiliarse en Suecia, desde donde comenzó la lucha por recuperar a sus hijos, situación que ocurrió en diciembre de 1983, a pocos días de la recuperación institucional en nuestro país y tras la cual volvió a Europa con ellos.
Te puede interesar: Un campo de concentración para hijos de desaparecidos
Las leyes de impunidad sancionadas durante el gobierno de Raúl Alfonsín impidieron que su caso tuviera justicia. Recién con la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y la reapertura de juicios por delitos de lesa humanidad la familia Ramírez pudo iniciar la causa contra los responsables del operativo, del juzgado y del Hogar Casa de Belén, que continuó en funcionamiento hasta nuestros días y que ahora se busca que sea señalizado como Sitio de la Memoria.
Tras el fallo, Julio, Carlos, María Esther y Alejandro dialogaron con Canal Abierto acerca de la repercusiones de la resolución judicial y el calvario que atravesaron hasta lograrla. “Lo que recibimos es una forma de borrar la injusticia que hubo contra mis hijos. Es ganar parte de la justicia porque mis chicos necesitan creer que hay justicia”, manifestó Julio Ramírez.
Y aseguró: “Nosotros no buscamos una revancha, sino que lo que queremos es sanear esta injusticia que ha pasado. Porque las injusticias son genéticas y las sufren los hijos y después los hijos de los hijos. También afecta a todo el espectro familiar nuestro: relaciones de amigos, cambiar el lugar donde vivimos, la cultura. Porque aunque se viva bien en otra parte, no significa que estamos bien. Siempre buscamos algo, compartir cosas humanas, reírse con amigos y demás cosas. Y nosotros vivimos en un aislamiento. Y no solamente se piensa en la forma de vivir y salvarse de la dictadura. Si buscamos justicia, podemos vivir en paz”.
En el mismo sentido, su hijo Alejandro expresó que “este juicio ha significado mucho para abrir la historia desde diferentes partes como encontrar realmente la identidad, la unidad familiar y también por tantos años que sufrimos en la Casa de Belén con abusos, maltratos. Nos trataron de engañar durante esos siete años con malas imágenes de mis padres”.
“Siempre he querido saber la verdad de lo que pasó con mi mamá y que también me ha afectado hoy en día la vida en el exilio, la separación de mis hermanos. Nos ha costado mucho construir esto juntos hoy en día. También lo hacemos por los parientes de Paraguay porque ellos han sufrido la separación de la familia y eso significa mucho para que se sepa, que los niños que hoy en día no conocen traten de reconstruir la memoria”, agregó.
María Esther describió el momento de las condenas como “un día bastante importante, me removió muchísimo. Como no venía con ninguna perspectiva, pensé que pase lo que pase. Ojalá que el hogar lo puedan cerrar porque para mí fue un infierno Casa de Belén. Fue totalmente terrorífico todo lo que hemos pasado, sistemáticamente torturas y siempre hemos tratado de borrar todo los recuerdos que hemos tenido”.
“Así que empecé a llorar cuando reconocieron que es un caso de lesa humanidad. Es un reconocimiento bastante profundo. También es importante que la Justicia nos escuchó y nos dio la dignidad de nuevo. Ahora podemos creer en la justicia. Estoy muy conforme del fallo. Esto no es una búsqueda de alegría por revancha, como estamos hablando acá. Lo hacemos porque necesitamos renacer. Hemos tenido esa mochila muchos años y también con dudas de si íbamos a vivir o no. Es convivir con todos estos demonios que uno lleva de lo anterior”, agregó.
“Yo siento que la luz ha ganado -agregó Carlos-. Hay mucha lucha por dar y seguro otras personas van a seguir adelante y a presentar también sus casos. Nosotros estamos agradecidos al CELS, a la Fiscalía y a todos los que han estado en este viaje. Lo que hemos pasado esos años fue terrible. Trataron de exterminar a nuestra familia, a nuestra identidad y a nuestra patria. Y hoy estamos más fuertes que nunca”.
María Esther se retrotrajo a los años de cautiverio bajo el dominio de los Maciel y contó cómo hizo para llevar esos años: “yo tenía los recuerdos de mi madre y esa fue la única luz que yo podía tener en ese infierno. Ahí yo podía diferenciar lo que era amor y lo que era odio. Porque cuando yo reclamaba a mis padres, ellos me pegaban y me decían que me habían abandonado y que mi papá estaba en la cárcel. Esa era la única cosa que era verdad, que él estaba en la cárcel porque yo me acordaba de eso. Todo el resto era tortura para rompernos, para que nunca salgamos como nuestro padre, eso nos decían. También nos decían añamengüí, que éramos hijos del diablo en guaraní. Y la complicidad de la Iglesia es grave. La iglesia estaba ahí. Yo he pedido ayuda y era peor, casi me mataron en el hogar”.
“Yo probaba cada camino para ver la salida, para ver cómo salir de ahí, pero hasta con los vecinos y la escuela estábamos controlados. Y hasta la iglesia, entonces entendí que estábamos encerrados. ‘Estamos enterrados en vida aquí’, y pensaba en cómo íbamos a salir”, rememoró.
Las marcas de esas vivencias no culminaron con la dictadura sino que los acompañaron durante muchos años, aun habiendo cruzado el océano. “Cuando salí en libertad, cuando mi papá nos recuperó en el 83, me amenazaron de muerte. Fue Manuel Maciel, el apropiador que manejaba el hogar. Lo peor de todo fue que en ese hogar estábamos obligados a decirle mamá y papá y nosotros no queríamos. Teníamos que estar en silencio y nos tenían aislados, éramos como islas cada uno”, relató María Esther.
Laos métodos de tortura no se limitaban a lo físico, sino que eran también desde lo psicológico. “Yo era un poco rebelde en ese sentido -recuerda María Esther- y entonces me decían que mi papá no era mi papá, que era un hombre que vive en Suecia y que me iba a violar y me iba a vender otros hombres. Yo por supuesto estaba con bastante miedo y pensaba en porqué tenía que ir a Suecia. Era bastante fuerte dejar el país. Eso me duró muchos años. Durante siete años estuve durmiendo con un cuchillo esperando que mi papá venga”.
Esas actitudes de sus hijos permanecieron en el tiempo. Julio contó que “María fue con el novio a visitar a uno que salió del hogar y se encontró con él y se sentaron juntos, se miraban y no decían nada. Entonces el novio se preguntó por qué no se hablaban, era extraño, deberían estar alegres después de lo que ha pasado. Y ella contesta que sí habían hablado”.
“Con eso era suficiente, nos estábamos leyendo de los ojos”, acotó María Esther.
Y contó que “después de mucho tiempo empecé una escuela de arte porque mi papá me ayudó. Yo estaba bastante mal, no quería vivir porque siempre cuando dormía venía todo lo que pasaba en el hogar. Y como Maciel me había amenazado de que tenemos gente allá o acá y que me pueden matar, entonces quedé en silencio. Pero me rompía y me explotaba adentro no sabía cómo sacarlo”.
También se refirió al comienzo del camino de liberación de esas experiencias, que constituyeron el primer camino que concluyó con la causa: “cuando empecé a pintar, los cuadros eran del Hogar Belén. Eran terroríficos los cuadros que yo pintaba. Pero eso formó una plataforma donde nosotros tres empezamos a poder hablar y ponerle palabras. Esto es el comedor, es es tal lugar y bueno, cuando empecé esa escuela, como no podía dormir bien pintaba todas las noches”.
“En los cuadros aparecía siempre Manuel (Maciel). Era Manuel por aquí y Manuel por allá. Era como limpiarse es infierno. Hay una literatura que me encanta que es la Divina Comedia que había leído y entonces lo podía comparar con lo que habíamos vivido. Yo decía que este es un infierno que hemos pasado, pero ¿cómo vamos a llegar hacia la luz para arriba, para hacer una transformación? Y esa fue mi mamá, siempre estuvo conmigo y cuando empecé a leer literatura apareció mucho más frecuente en mí y eso me animó mucho más a limpiar, limpiar y limpiar. Así es que las pinturas dicen, comentan lo que he sufrido. Y hoy no pinto mucho sobre el hogar, tengo un hermoso hijo y siento un enorme amor hacia la vida”, resaltó.
Algunos de los cuadros pintados por María Esther Ramírez
Alejandro explicó: “a mi me costó mucho hablar español. Cuando uno vive en el exilio, uno pierde sus raíces, su forma de hablar, no sabe sentir. Pero hoy siento que soy argentino y tengo una historia acá marcada. Tengo raíces guaraníes y estoy orgulloso de mi familia. En el hogar hubo bastante disciplina, me castigaban con cinto. Maciel era muy brutal porque yo era niño, que era como un burro, el más culpable porque no entendía nada. Pero hoy estoy muy contento de que recibía ayuda de mi papá, mi familia”.
“Teníamos mucha vergüenza de lo que habíamos pasado y había una ruptura de nuestra relación de hermanos. No nos podíamos cuidar ni hablar entre nosotros y sabíamos lo que estaba pasando. De eso quedó también un aislamiento y una desconfianza, por supuesto. Pienso también que en esa etapa, antes del 2000, cuando yo empecé a pintar, ahí empezamos a hablar y quedó un poco más concretizado lo que habíamos vivido y ahí empezamos a trabajar juntos, a reunirnos y hablar de qué íbamos a hacer. Costó mucho, no era fácil compartir un cafecito y empezar a hablar sobre estos temas. Fue muy fuerte y después de todo un proceso definimos que sí, que queríamos buscar justicia, que no era nuestra culpa”, concluyó María Esther.
Entrevista: Manuel Rodríguez