Por Gladys Stagno | “No está en la política de la política, ella. Ella está en la política del hacer, del querer ayudar, de dar, de hacer todo lo posible para que la persona viva bien. Eso es Eva Perón”. Cuando la evoca, María Eugenia Álvarez narra en pasado pero, cuando describe a Evita, usa el presente.
María Eugenia conoció a María Eva Duarte de Perón en la primavera de 1949, cuando fue el terremoto de Ecuador. En esa ocasión, la primera dama —a cargo ya de la Fundación Eva Perón— decidió mandar un contingente de enfermeras en apoyo solidario, y el avión donde iban sufrió un accidente en el despegue. Al cuidado de sus compañeras heridas estaba María Eugenia, con apenas 21 años, cuando Eva se presentó.
Desde entonces, la relación fue creciendo en confianza. María Eugenia fue convocada por Evita para ser parte del grupo de enfermeras que envió a Perú a asistir a víctimas de otro terremoto y más tarde, cuando debió guardar reposo como consecuencia del cáncer que le diagnosticaron en 1950, pidió por la joven enfermera para que la cuidara.
“Era una mujer muy inteligente, se daba cuenta de todo. Lo apoyaba al General y a veces le decía: Juan, esto no te conviene, te conviene esto a vos. Lo mandaba, al Presidente. Así son las mujeres: el marido cree que las manda, pero ellas lo mandan al marido”, dice desde su hogar en Longchamps, al sur del Conurbano bonaerense.
Aunque haya pasado tanto tiempo y esté por cumplir 96, María Eugenia tiene la memoria de esos años intacta, los que cuidó a Eva y enaltecen su profesión: “(A Juan Domingo Perón) yo le decía ‘mi General’. Le preguntaba si dormía bien, como si fuera de la familia. Porque yo era como de la familia ahí, me tenían como de la familia. Yo me la creí que era de la familia, pero no: era una enfermera que trabajaba para esa familia”.
Donde hay una necesidad, nace un derecho
No pasó mucho tiempo hasta que la Abanderada de los Humildes decidiera asignarle una tarea extra: “Evita me vio a mí cómo la cuidé. Estudiaba todo, ella estudiaba todo. Y tomó eso como punto de partida para la Escuela de Enfermeras de la Fundación. Y me dijo: ‘Usted va a ser la directora’”.
Así fue que siendo muy joven pero una de las pocas enfermeras recibidas que entonces tenía la Argentina, María Eugenia Álvarez se hizo cargo de la formación de otras, que Evita presentaba como “mujeres sacrificadas, capaces y dignas del pueblo argentino”. La Escuela de Enfermeras formaba parte del plan de salud pública integral que lideró el entonces ministro de Salud, Ramón Carillo, y apuntó a profesionalizar la tarea, y para fines de 1950 había sido totalmente integrada a la Fundación El requisito para entrar era tener entre 18 y 34 años.
Allí, esta enfermera —que había descubierto su vocación a los 15 años en el Hospital Rivadavia, cuando cuidó a su hermana operada de apendicitis y tranquilizó a una chiquita que lloraba por las noches porque extrañaba a sus papás— conoció el valor de enseñar lo que sabía: “Siempre trabajé y traté de hacerlo con mucho cuidado, con mucho respeto. Nada de mandarme la parte porque cuidé a Evita. Nunca me la creí, como se dice ahora. Yo era una enfermera más que trabajaba para la Fundación, tenía que dar el ejemplo”.
“La Escuela de Enfermeras de la Fundación fue maravillosa. Una lástima haberla cerrado, cometieron una herejía, porque ahí se preparaban enfermeras con títulos profesionales. Mire qué fueron a hacer: cerrar una escuela profesional”, se indigna, y se apunta la sien con su dedo mientras lo hace girar.
Porque lo que sobrevino después del golpe militar fue una locura, como indica el dedo de María Eugenia. La Fundación fue saqueada en septiembre de 1955 por lo que dio en llamarse a sí misma la Revolución Libertadora. Una Dirección de gobierno, la de Asistencia Integral, tuvo el objetivo específico de desmantelar y destruir toda la obra de la Fundación Eva Perón, entre ellas las Escuelas Hogar para niños y la Escuela de Enfermeras.
Si este pueblo me pidiese la vida, se la daría cantando
Ya postrada, Evita siguió haciendo política. Desde su cama votó, el 11 de noviembre de 1951, junto con el resto de las mujeres argentinas, que pudieron hacerlo por primera vez.
“Vinieron con la urna, todos preparados. Ella estaba en la cama toda arregladita. Ella votó y estaba chocha votando, contenta porque estaba dando su voto femenino. ‘Para las mujeres argentinas’, decía. ‘Yo amo a las mujeres porque las mujeres aman mi Patria, las mujeres argentinas aman mi Patria más que los hombres’. Se lo decía a Perón ella”, recuerda María Eugenia.
Pero pocos meses después, el 26 de julio de 1952, vendría el final, que María Eugenia recuerda como si fuera ayer.
“Yo les cerré los ojos a Evita. El doctor (Enrique) Finochietto estaba en el suelo, llorando. Lloraba el maestro. ‘Yo, María Eugenia, ya me voy’”, dijo ella. Entró en una angustia muy grande y yo la empecé a tocar, a hacerle caricias en la cara, y le hablaba. ‘Esto va a pasar, trate de dormir’, le decía. No se le iba a pasar, pero por suerte se durmió. Y se murió”.
Luego asegura: “Sentí que se iba una gran mujer que tanta falta le hacía a la Argentina. Una gran mujer, una mujer trabajadora, que honraba al país y a su gente. Eso era Eva Perón. Quien no la conoció decía cualquier pavada. Pero había que estar con ella para saber cómo era. Pobrecita, la maltrataron tanto sin conocerla. Era una mujer que luchaba mucho para tener a la gente pobre con buena comida, con buena ropa, con buena casa. Yo no escuché a ningún otro que pidiera por esa pobre gente, yo no escuché a nadie”.
Entrevista: Gladys Stagno.
Realizador: Juan Alaimes.
Producción: Daniel Parcero