Por Álvaro Campana* (para Nuestro Sur) | La instalación de un régimen autoritario encabezado por el congreso, la ultraderecha y los poderes fácticos es una evidencia más de que la constitución del 93 y del “pacto” social instaurado en dicha constitución colapsaron y expresa una profunda crisis no sólo de régimen, sino de un Estado que ha demostrado ser un fracaso para enfrentar la corrupción, la crisis sanitaria, la crisis alimentaria, la crisis climática que afecta a millones de peruanos y peruanas sumiéndolos en la precariedad y vulnerabilidad más absolutas, y por tanto atraviesan una profunda crisis de legitimidad pero también de impugnación. Las únicas capacidades demostradas por este estado han sido mantener las cuentas en azul a cambio del abandono de las mayorías, el favorecimiento de ciertos intereses y la letalidad de la que puede hacer ejercicio con las armas de las fuerzas represivas para contener a todos quienes cuestionan el orden. De esta manera, la salida autoritaria apunta a sostener/restaurar el orden en crisis.
Si bien es cierto, como en otros lugares, la ultraderecha está muy decidida a construir su propia hegemonía y busca cabalgar en la sociabilidad neoliberal forjada a lo largo de todos estos años sobre la base del individualismo, la antipolítica y el exitismo emprendedurista; así como invocando a miedos que conectan con la precarización, la inseguridad y las incertidumbres para hacer emerger sentimientos e ideas reaccionarias, su pretensión se estrella con un país con un fuerte componente indígena y comunitario despreciado secularmente por los ancestros de esa misma ultraderecha que no puede contener su racismo y clasismo, su aversión y desprecio a la mayorías cuando muestran su capacidad de agencia y cuestionan más abiertamente el orden.
Esta profunda crisis nacional, sin embargo, es más seriamente tomada por estos sectores que desde el 2017 han ido desplegando un golpe estratégico que ha tenido varios ensayos y que ha tenido como su epicentro al congreso como ocurrió con el golpe que buscó poner a Merino como presidente y luego con este congreso que, después de un asedio al gobierno de Castillo y de provocarlo para intentar un golpe, finalmente terminó propiciando la posibilidad de tener en la presidencia a su nueva aliada, Dina Boluarte. Este golpe estratégico finalmente ha tenido sus puntos de soporte en lo que quedó de la estructura de poder fujimorista, es decir en los poderes económicos, mediáticos y también represivos como podemos comprobar ahora con unas fuerzas del orden sometidas a los designios de los sectores más reaccionarios del país y dispuestas a desempolvar lo peor de la doctrina de la seguridad nacional. Este es además el costo de no haber desarticulado ese andamiaje de poder tras la caída del fujimorismo.
En cambio, las izquierdas han demostrado no entender la crisis, a pensar sólo en el corto plazo y solo se ha dedicado a desperdiciar las oportunidades que un pueblo dispuesto y disponible al cambio le ha otorgado a pesar de ser traicionado muchas veces como cuando ocurrió esto con el humalismo (se refiere al ascenso al poder de Ollanta Humala), pero también con todos los que se vendieron como portadores del cambio y al final solo buscaron robar y mantener el orden establecido en piloto automático; un pueblo que vio con expectativa la construcción de un Frente Amplio que pasó a la historia con más pena y miseria que gloria. Una izquierda históricamente proclive al catastrofismo de repente es impotente para entender el momento que vivimos y actuar a la altura: más preocupada por defender un orden que no da para más en defensa de una “democracia que ya no es democracia” en sus expresiones más liberales; o en sus supuestos sectores más radicales y pretendidamente populares que se comportan como “microbios feroces que se devoran unos a otros en una gota de agua” en una supuesta cruzada para dar lugar a la representación más genuina de lo plebeyo, pero que tiene en el fondo como única pretensión sacarse alguna “tinka” electoral y terminan incluso aliados de la ultraderecha como ha pasado con Perú Libre y otros.
En el contexto de un país cada vez más fragmentado y desconfiado, con un humor profundamente destituyente la salida autoritaria ha tomado iniciativa y aparentemente se consolida a pesar del gran rechazo ya sea pasivo (expresado en las encuestas) o activo (en las calles) que ostentan tanto el ejecutivo como el legislativo. La izquierda tiene una gran dificultad para hacer de este ánimo destituyente una voluntad constituyente que dispute seriamente la posibilidad de una salida constituyente ciudadana, popular y comunal a la crisis y enfrente el proceso de restauración autoritaria que está en curso desde los sectores dominantes y la coalición autoritaria. No se logra construir un mínimo de consensos en las izquierdas y menos de estas con un bloque democrático más amplio.
¿Cómo salir de esto con unas izquierdas que evidentemente no están a la altura de las circunstancias y que más bien han evidenciado su desencuentro con el pueblo movilizado y con el desafío de la crisis más allá de los esfuerzos que en esas mismas izquierdas despliegan algunos sectores?
No vamos a insistir en la megacrisis que vive la humanidad pero sí es preciso comprender que, como dice Alvaro García Linera, nos hallamos en un “tiempo liminal”, en el tránsito de una época a otra cuyo sentido está en disputa, una disputa que tiene connotaciones abiertamente violentas, polarizantes y autoritarias que se expresan en nuevas guerras interimperialistas y en la emergencia de la ultraderecha que, como plantea Maurizio Lazzarato, desarrolla una guerra contra los trabajadores, las mujeres y los sectores racializados para dar paso a un nuevo ciclo de acumulación. En ese contexto la gobernabilidad democrática liberal se hace cada vez más inviable y la vuelta a la normalidad, la normalización que algunas izquierdas se empeñan en buscar, es un imposible.
Son tiempos de reconstruir una perspectiva estratégica para una alternativa socialista al capitalismo realmente existente; de imaginación política que permita disputar el sentido del futuro sobre la base de encarar los actuales problemas que vive la humanidad y el país. De plantearnos una forma de democracia más sustantiva y no contentarnos con la ingenua posibilidad de un buen gobierno y una buena gestión para mejorar las condiciones de las grandes mayorías. Esto significa volver a momentos de vanguardia, pero también de forjar una fuerza política social que de manera enraizada empiece a construir una nueva articulación de clase y una nueva correlación de fuerzas. En este sentido, no sirven ahora los atajos y las ventanas electorales están cada vez más cerradas. Es importante asumir que son insuficientes las disputas discursivas y electorales si no van acompañadas de prácticas sociales concretas que tengan un sentido antineoliberal y anticapitalista.
Las izquierdas requieren tener una propuesta integral de poder y ser parte de un poder constituyente emergente que pueda derrotar al poder dominante y democratizar sustancialmente la sociedad y el Estado.
Estas no son tareas sencillas ni de corto plazo y se debe renunciar a la idea de una normalidad o de consenso imposible con quienes vienen apelando a la liquidación del adversario sin ningún reparo y que ya han perdido cualquier tipo de modales democráticos.
Esto significa insistir en la configuración de un mito movilizador de carácter constituyente, que pone como norte la refundación del país y que se consagra en una profunda revolución democrática que cambie las reglas de juego. Se requiere de la articulación de este mito a la atención de las demandas más inmediatas y a las más estructurales, lo que permitirá la conformación de un sujeto de cambio sobre la base de un programa. Hay que prepararse para las contiendas electorales, pero es ya un absoluto error pretender que con ellas resolveremos nuestra distancia con el pueblo. Se requiere construir un movimiento popular constituyente que pueda forjar poder popular, una nueva correlación de fuerzas a nivel social, cultural, mediático y político. Para todo esto se necesita reagrupar, sumar fuerzas. Ya no alcanzan las consignas tácticas que además nos dividen o nos entrampan en las contradicciones electorales.
[mks_toggle title=»*Álvaro Campana Ocampo» state=»open»]Ex secretario general del Movimiento Nuevo Perú, historiador de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, periodista y miembro de Iniciativa Constituyente. Ha sido Coordinador Ejecutivo del Grupo Propuesta Ciudadana y de la Plataforma para el Ordenamiento Territorial. Ha promovido diversas experiencias de formación política y publicaciones para el debate y la formación militante.
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Nota del autor: Vale la pena aclarar de qué hablamos cuando nos referimos a las izquierdas democráticas. No aludimos a las izquierdas liberales, sino a aquellas que asumen la necesidad de una revolución democrática en el país y no a quienes han cedido a los encantos del conspiracionismo derechista y han terminado de comparsa de la salida autoritaria, reaccionaria, restauradora y antipopular.