Redacción Canal Abierto | “Yo recurrentemente uso la figura de Carlos Pellegrini, alguien que asume en un contexto de crisis profunda y decide hacer lo que hay que hacer aunque se coma todos los costos”. Una vez más, Javier Milei recurre a un pasaje o figura de la historia argentina para justificar el duro ajuste que se espera sobrevenga en los primeros meses de su gobierno.
Es cierto, el abogado y periodista se hizo cargo del país en medio de una crítica situación política y económica tras la renuncia de Miguel Juárez Celman a la presidencia. También es un hecho que, a partir de agosto de 1890, sus 26 meses de gestión sirvieron de piso para salir de la crisis, lo que le valió el mote de “piloto de tormentas”.
Lo que no menciona -o desconoce- el mandatario electo y paladín del liberalismo es que los fundamentos ideológicos y políticos de Pellegrini lejos están del ideario que el futuro mandatario pretende imponer en este suelo.
Al igual que el resto de la clase dirigente conservadora que gobernó el país a fines del siglo XIX y principios del XX, Pellegrini creía en el progreso como sinónimo de desarrollo. Ya veremos por qué, es considerado el precursor de las ideas industralistas en la Argentina, un rasgo que sí lo distinguió y enfrentó a sus pares conservadores.
Como buen exponente de la Generación del 80, su mirada estaba puesta en Europa. Pero a diferencia del resto de estos intelectuales y escritores que marcaron su época, no creía en una relación directa o lineal entre el avance nacional y liberalismo. Al menos no en lo estrictamente económico.
Recapitulemos: por esos años Argentina se empezaba a consolidar como “granero del mundo”. Es decir, en una nación circunscripta a la producción agropecuaria y sin horizontes manufactureros. En su rol de Senador nacional, Pellegrini viajó a los Estados Unidos y Canadá en 1883 para conocer de primera mano la floreciente industria norteamericana. Al igual que Domingo Faustino Sarmiento unos años antes, volvió al terruño con ideas educativas revolucionarias para la época, como la necesidad de una universalización de la alfabetización a cargo del Estado.
Durante los debates producidos en 1875 en torno al perfil liberal o el proteccionista que debía encarar la Argentina, se mostró como un vehemente partidario de la adopción de políticas de fomento, regulación y protección de la incipiente industria nacional. Una muestra de ello fue su promoción del Club Industrial (antecedente de la actual Unión Industrial Argentina).
La posición de Pellegrini sobre el destino económico que debía encarar la nación quedó plasmada en uno de sus más célebres discursos parlamentarios, en 1876: “Si el libre cambio desarrolla la industria que ha adquirido cierto vigor y le permite alcanzar todo el esplendor posible, el libre cambio mata la industria naciente. La agricultura y la ganadería son dos grandes industrias fundamentales; pero ninguna nación de la tierra ha alcanzado la cumbre de su desarrollo económico con solo estas industrias. Las industrias que las han llevado al máximun de poder son las industrias fabril, y la industria fabril es la primera en mérito y la última que se alcanza, porque ella es la más alta expresión del progreso industrial”.
Su visión le valió numerosas críticas y una duro debate público con el ultraliberal y entonces ministro de Hacienda del presidente Avellanaeda, Norberto de la Riestra. Ante las chicanas de quienes se sentían cómodos -y probablemente beneficiarios- del lugar que el sistema mundo había designado para la Argentina, Pellegrini defendía: “Cuando hace falta, el Estado debe meterse en la vida económica, y si no es indispensable no debe hacerlo. Así de sencillo”.
Luego de un largo derrotero parlamentario, en 1886 llegó a la vicepresidencia acompañando la fórmula encabezada por el cordobés Miguel Juárez Celman, delfín y cuñado del hombre fuerte del Partido Autonomista Nacional (PAN) y hasta ese momento presidente, Julio Argentino Roca. Este último también referente de Javier Milei, pese a ser considerado padre de la escuela pública, laica y gratuita, además del creador de una moneda nacional única (promotor, también hay que decirlo, de un fuerte endeudamiento público con déficit fiscal).
Sin embargo, los descalabros del gobierno de Celman, la grave crisis económica de 1890 y las justificadas acusaciones de corrupción y mal desempeño, terminaron por elevar a Pellegrini a un primer plano.
El 26 de julio de ese año, estalló en Buenos Aires una revolución dirigida por un amplio frente opositor que venía manifestándose contra la política juarista. Nacía la Unión Cívica. Si bien los revolucionarios -dirigidos por Leandro Alem- resultaron derrotados, esa fue la gota que rebalsó el vaso que devino en la renuncia de Celman.
Cabe destacar que a poco de asumir, Pellegrini levantó la censura y el Estado de sitio vigente, convocó a los principales exponentes de cada sector económico y ordenó las cuentas públicas. En una carta a su hermano, planteaba su visión económica y una salida a la crisis: “Me dirán ¿qué hay que hacer entonces? Pero, lo que hace el agricultor que pierde su cosecha: aguantar; se aprieta la barriga y economiza todo lo que puede, mientras vuelve a sembrar. Proteger la industria por todos los medios; ¡y dejarse de Bolsa y Tesoros y bimetalismo y música celestial!”. Resulta curioso que ya por entonces se planteaba como problema el bimonetarismo y la circulación de monedas extranjeras en territorio argentino.
Entre otras cosas, durante su gobierno se crearon la Escuela Superior de Comercio, el Museo Histórico Nacional y se iniciaron las obras de los jardines zoológico y botánico de Buenos Aires, además de la finalización del puerto de Buenos Aires. Se rescataron grandes extensiones de tierra en poder de empresas ferroviarias que no pagaban los canones otrora pactados, marcando la presencia del Estado en defensa de derechos incumplidos.
Además, Pellegrini fue uno de los primeros partidarios por los derechos civiles de las mujeres en Argentina, solicitando que se les reconociera el derecho a voto político.
Quizás sea exagerado hablar de Carlos Pellegrini como el primer prócer proteccionista o etiquetarlo de keynesiano (el economista británico tenía no había complido los 9 años cuando éste asumió la presidencia). De todos modos, parece aún más descabellado comparar a una de las mejores mentes de la Generación del 80 y animal político que supo pilotear una de las peores crisis de nuestra historia con quien hasta ahora cuenta con más horas televisivas que en el Congreso de la Nación.