Redacción Canal Abierto | Un fantasma recorre los países del continente desde hace casi dos décadas: “convertirse en el próximo Venezuela”. Es el latiguillo al que suelen echar mano las centro y/o ultra derechas latinoamericanas -e incluso la española- en cada campaña electoral.
Es innegable la crisis iniciada en la nación bolivariana tras el fallecimiento de Hugo Chávez y la profundización del conflicto político con las elecciones legislativas de 2015. Tampoco el proceso hiperinflacionario, el aumento de la pobreza y la represión a la protesta que durante aquellos años precipitó la emigración de al menos 7 millones de venezolanos.
En el último tiempo, sin embargo, Venezuela pareciera atravesar un camino inverso y quizás la contracara de lo que viene sucediendo en Argentina, cuyo estancamiento económico en los últimos años ahora dio paso a una recesión con altos niveles de inflación de la mano de Javier Milei.
He aquí la gran diferencia que hoy separa la actualidad de ambas: mientras el PBI venezolano creció al 5% en 2023 y se proyecta al 4,2% en 2024 (la más alta de la región), el Fondo Monetario Internacional (FMI) estima un hundimiento de la economía nacional.
De hecho, según el organismo, los únicos países del continente que no crecerán este año son Haití, con una caída proyectada de -1,8%, y Argentina, que caerá un -3,5%.
Si bien hubo repuntes menores en áreas como el de alimentos y el farmacéutico, las mejoras que se celebran en Caracas responden casi exclusivamente al sector hidrocarburífero. Aunque lejos de los 2,5 millones de la época del boom petrolero, a día de hoy produce unos 820 mil barriles (casi un 20% más que hace dos años).
Mal que le pese al líder de La Libertad Avanza, este es uno de los tantos puntos de contacto con el proyecto primario exportador al que apunta Milei, y que bien expresa el polémico Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI) aprobado por el Congreso.
Distintos analistas locales explican la senda alcista de la economía bolivariana como un efecto rebote tras la profunda crisis económica. A saber, una hiperinflación que llevó los índices de precios al 50% mensual y, por ende, la depreciación del bolívar (moneda local), lo que produjo una pauperización de ingresos y aumento en los índices de pobreza.
En este sentido, no es menor el hecho de que todas las estimaciones ubican en torno al 50% anual la suba de precios promedio, en parte gracias a una reducción del déficit fiscal y cierta liberalización de varios sectores productivos y comerciales privados.
En este sentido, también podemos hablar de otro reverso con Argentina: la baja de la inflación que el Gobierno embandera como único logro tangible encontró en junio un amesetamiento al alza. El INDEC informó que durante ese mes el Indice de Precios al Consumidor (IPC) vio un incremento del 4,6% respecto del mes anterior, sumando un 79,8% en la primera mitad del año.
Sin mencionar que la sensación de desaceleración es en relación a los picos de diciembre de 2023 (25,2%, el índice más alto desde 1991) y enero (20,6%) pasado, un producto de la mega devaluación cercana al 120% resuelta por el ministro Luis Caputo apenas asumió.
La Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI), publicada el miércoles por el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), mostró que el año pasado un 51,9% de los venezolanos seguían en la pobreza.
Una cifra escalofriante, pero no lejana a los valores históricos e incluso moderada tras años de depreción económica y sanciones comerciales por parte de Estados Unidos.
A diferencia de las últimas décadas, las encuestas muestran que esta pasó a ser la principal problemática para los argentinos. Y no es para menos: según los datos del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, los primeros dos meses de Milei llevaron la pobreza del 47% al 55% (más de 25 millones de personas) y y la indigencia al 18%, los niveles más altos desde 2002.
En otro orden de cosas, y aun con las enormes distancias que existen entre uno y otro, Milei aborda la política en términos similares a los de Maduro. Esto se expresa en un ejercio hiper personalista del poder, los ataques al periodismo crítico, las acusaciones infundadas a quien piense distinto y la represión a la protesta.
Ambos se presentan como anti sistema, cada uno construye su grieta, a la que fomentan, alimentan y de la que intentan obtener un usufructui político. La gran diferencia es que uno arrastra el desgaste de años de gestión parado a la izquierda del espectro ideológico, lo que le ha valido el escarnio mediático a nivel interno y el enfrentamiento económico o comercial a nivel internacional; el otro no llega ni a los nueve meses de gobierno y cuenta con el respaldo de los principales grupos de poder nacionales, parte del periodismo mainstream y el visto bueno de Estados Unidos y organismos internacionales como el FMI.
El primero se juega todo este domingo, en la que quizás sea la elección presidencial más reñida de las últimas décadas. El segundo recién pondrá a prueba su liderazgo en poco más de un año, con las legislativas de 2025, lo que suele considerarse una eternidad para los tiempos de la política argentina.