Por Pablo Carballo | Cristian Pereyra es profesor de educación física. Hace varios años se licenció también en esa disciplina y todo lo relacionado al mundo deportivo despierta pasiones en él. No sé si no le gusta más que el rock, podría decirse parafraseando a un enorme referente de la música local al que el profe seguía bastante: “Tocaba el Indio y se paraba el mundo, era algo sagrado viajar a verlo porque era una caricia al alma”. Así expresa Cristian su necesidad de reencontrarse con los recitales después de la herida de Cromañón. “Antes de la masacre, ir a ver a Callejeros era una fiesta, era el momento que más disfrutábamos de nuestra adolescencia, todo era felicidad. Ir a un recital era felicidad”.
Sensaciones parecidas comparte Gonzalo Zamudio, quien tenía sólo 14 años en diciembre del 2004 y en ese momento “hacía dos añitos que escuchaba rock y seguía a Callejeros”. Gonza vivía muy cerca de la zona del boliche y cuenta que en el mundo del rock barrial encontró un espacio de pertenencia, de participación, de reflexión “para encontrarse con gente a la que nos interpelaban cosas parecidas que, bueno, después de Cromañón por supuesto que mutaron y nos han acompañado a transitar, a duelar y a llorar para volver a disfrutar”.
Así como Gonzalo enumera emociones para referirse a la instancia post-Cromañón, Cristian hace lo propio e intenta encontrar palabras para describir el vacío que le produjo lo sucedido a partir de esa noche: “De alguna manera sentimos que el rock se había muerto para nosotros, no había nada que me guste, ni me identifique. Nada tenía sentido si Callejeros no tocaba y no nos permitíamos escuchar otra banda. En ese entonces romantizamos a Ojos Locos, la banda soporte, verlos a ellos era sentir que Callejeros también estaba tocando”.
La bengala y el rock and roll
“Tenemos bien en claro que no es la pirotecnia quien tiene la mayor responsabilidad de la masacre y entendimos que tenemos que tratar de construir espacios de cuidado y disfrute que sean seguros”.
Así relata Gonzalo la posición de su agrupación El Camino es Cultural acerca del uso de fuegos artificiales en diversas instancias de lo social. En las redes sociales de ese grupo pueden verse distintas producciones que hacen foco en el uso que aún se le da a la pirotecnia en espacios vinculados al fútbol o la política. Agrega que lo hacen para mostrar que hay “un modo de cuidarnos entre nosotros no sólo en cuestiones concretas de seguridad, sino también porque hay pibes que les hace mal la pirotecnia y a otros los lleva a lugares que tienen que ver con lo sucedido 20 años atrás”.
Cristian también forma parte de un grupo de sobrevivientes y familiares, Familias por la Vida, y, aunque no forma parte activa de todas las acciones y actividades, habla desde ese espacio de pertenencia cuando dice que “la música no mata, pero la corrupción y la falta de responsabilidad sí. Hay una cadena de responsabilidades, desde la banda hasta el Gobierno de la Ciudad. En su momento yo estaba muy cegado y pensaba que la banda no tenía responsabilidad, después fui adquiriendo otra mirada y advertí que ellos no son víctimas, sino responsables porque organizaron el recital”. En el profe, ese cambio de postura coincide también con sus sentimientos respecto a Callejeros: “Con el tiempo dejé de ir a verlos, los dejé de escuchar, sentí un vacío muy grande y no me involucré más con esa banda”.
El cambio de postura expresado por Cristian es algo que ha atravesado a otros sobrevivientes. Si bien hay puntos en común en lo referido a la responsabilidad estatal o la empresarial, los posicionamientos individuales o colectivos respecto al rol jugado por la banda y la logística alrededor de la misma han contribuido a la generación de espacios de agrupamiento para conseguir justicia y luchar por reconocimientos.
Caminos de lucha y organización por derechos y justicia
Gonzalo reconoce que “hay diferencias, por algo somos por lo menos 10 o 12 organizaciones distintas, quizás más. Entonces, la realidad es que diferencias tuvimos, tenemos y seguiremos teniendo”. A lo largo de estas dos décadas, diversos colectivos de sobrevivientes, familiares y allegados fueron creando espacios de contención, acompañamiento y ayuda mutua para pelear por justicia, incidir en los procesos legales, construir políticas públicas y conseguir reconocimientos para todo tipo de víctimas. Zamudio añade que “hubo momentos más tensos, más duros, más difíciles y la banda fue un punto central de esas diferencias. En muchos sentidos lo sigue siendo, pero creo que en los últimos cuatro o cinco años hemos sabido construir, articular en esa diversidad y aún con esas diferencias construimos una serie de cosas que son importantes”.
La construcción que describe Gonzalo no sólo ha protagonizado los juicios para encontrar los responsables de la masacre, sino que también ha levantado y cuidado un santuario frente a Plaza Miserere; ha bregado por hacer del edificio donde funcionó el boliche un espacio para la memoria y no cesó en la lucha por la Ley de Reparación Integral. Esta normativa definió que la asistencia económica para la atención en salud de los sobrevivientes es de carácter vitalicio y se reabrió el padrón de beneficiarios para que mayor cantidad de personas accedan a los alcances de la ley. Para la sanción de la norma han articulado esfuerzos ocho de las organizaciones existentes: No nos cuenten Cromañón, Movimiento Cromañón, Sin Derechos No Hay Justicia, Ni olvido ni perdón, 30 de Diciembre, Plaza de la Memoria, Que no se repita y El camino es cultural.
Cristian, como sobreviviente, celebra el logro y aclara que el reconocimiento consiste en un subsidio de 170 mil pesos mensuales destinados principalmente a atención psicológica: “estamos hablando de que cada sesión nos sale 20, 25 mil pesos que, sin el beneficio, las tendríamos que bancar nosotros con nuestra plata”.
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La serie
El aniversario de la masacre recordado este año tiene un sabor especial, no sólo porque el número redondo ayude a enfatizar homenajes, sino porque motiva la realización de todo tipo de acciones que despertarían menor interés en otros contextos. El aluvión de notas, entrevistas, análisis y actividades digitales y en el espacio público estuvieron precedidas, en estas últimas semanas, por el estreno de dos productos audiovisuales en la plataforma Amazon Prime. Una de ellas es un documental, y la otra una serie de ficción, muy celebrada, muy vista y muy criticada.
Cristian Pereyra no la vio completa, pero la primera impresión que compartió indica que no se sintió muy identificado: “Primero, romantizan una masacre con una historia de amor que transucrre detrás de una tragedia; segundo, estigmatiza a la juventud de esa época con chicos que están todo el tiempo tomando o drogándose fumando y nosotros, lejos de eso, nos estábamos preparando para entrar a la facultad”.
Gonzalo cuenta que hace cuatro años algunos compañeros fueron convocados a prestar testimonio para la producción de la serie y que, antes de verla, “tenía algunos prejuicios y la sensación de que la ficción no era el mejor modo de abordar la cuestión”. Una vez vista, coincide en que “hay cosas que pueden no ser representativas, que pueden no gustar, que pueden no ser precisas y exactas porque debe haber más de 4.000 historias de pibes”. Con todo, considera que la serie “logró ser respetuosa y le pone imágenes a cosas que con nuestro relato no llegamos, ayudando a que Cromañón vuelva a estar sobre la mesa y problematizar todo lo que falta”.
Cristian concluye recordando: “Fuimos un 30 de diciembre del 2004 a divertirnos, a pasarla bien, a despedir un año lleno de felicidad para construir a partir del primero de enero nuestras carreras, y muchos de los pibes volvieron en una bolsa negra y otros estábamos en hospitales viendo qué teníamos. Nos costó un montón salir de eso”.
Gonzalo anhela que “los pibes y las pibas de hoy tengan un espacio como el que tuvimos nosotros, un lugar de encuentro” y añade que la gente que conoció en esos espacios son “un faro para mí: volvieron a entrar dos, tres, cuatro, cinco veces a buscar a un amigo, un familiar o un desconocido. Yo no sé el vínculo que tengan los pibes de hoy con la música pero ojalá que tengan un lugar donde la solidaridad sea tan fuerte como fue en Cromañón”.
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