Por Federico Chechele | El empresario cordobés Lucas José Salim -CEO y fundador del Grupo Proaco- quedó en el centro de la polémica tras publicar un mensaje en la red social X que generó una ola de repudios. En su posteo, no sólo insultó de manera violenta a los habitantes del conurbano bonaerense por su elección en las urnas, sino que además deseó inflación, desabastecimiento y desnutrición infantil como forma de escarmiento electoral.
“Cagan en un balde y votan a los que les roban en la cara. Son burros, brutos, pobres por cómo votan… El conurbano bonaerense es una cloaca en todo sentido. Hoy gana la casta, los medios, los curros y el choreo. Le deseo a los bonaerenses 25% de inflación, desabastecimiento y más desnutrición infantil, así la próxima aprenden a votar”, escribió Salim el pasado 7 de septiembre, luego de conocerse el resultado electoral donde el peronismo obtuvo una victoria clave en la provincia de Buenos Aires frente al gobierno que encabeza Javier Milei.
Sus palabras no dejan lugar a matices, el empresario expresó de forma explícita su desprecio hacia los sectores populares, a quienes responsabiliza por su voto. Pero más allá de la violencia verbal, lo preocupante es su mensaje: una visión profundamente clasista, antidemocrática, racista y autoritaria, en la que el voto sólo es válido si coincide con los intereses de los sectores privilegiados.
No se trata de un exabrupto aislado. Salim no solo tiene un largo recorrido en el mundo empresarial cordobés, sino que también representa a una fracción de la elite económica argentina que no oculta su malestar cuando los resultados electorales no benefician sus intereses, por lo que su reacción evidencia una tendencia cada vez más visible: el intento de disciplinar al electorado de bajos recursos a través del miedo, el castigo o directamente la amenaza del hambre.
Si bien no resulta llamativo, es particularmente grave que estas declaraciones provengan de alguien con poder económico y de acceso a espacios de decisión. Desear desnutrición infantil como forma de escarmiento político no es solo un gesto de crueldad simbólica, también es un acto de violencia discursiva que, en un contexto de crisis social, puede traducirse en legitimación de políticas regresivas y excluyentes.
El conurbano bonaerense, blanco habitual de los discursos de odio, es el hogar de millones de personas que trabajan, estudian, crían a sus hijos y sobreviven en condiciones muchas veces adversas. Es una región marcada por la desigualdad estructural, pero también por una enorme vitalidad social, política y cultural. Reducir esa complejidad a un insulto clasista revela además de ignorancia, una peligrosa convicción de superioridad.
La democracia no se construye con amenazas, ni con odio ni con desprecio al voto ajeno. Se construye con respeto, con diálogo, con empatía. Cuando un empresario poderoso como Salim sugiere que los pobres deben sufrir más para “aprender a votar”, lo que realmente está diciendo es que no cree en la igualdad democrática, y que para él, la participación política de los sectores populares debe ser castigada.
En definitiva, no se trata solo de un posteo en caliente, se trata de una forma de pensar que debe ser señalada y repudiada. Porque si la respuesta al desacuerdo político es desear más pobreza, entonces el problema no está en cómo vota el pueblo, sino en cómo piensa parte de su elite.

