¿Hay más claridad en la sombra
que luz en la claridad?
¿A qué parte del mundo Rodolfo se fue?
Allí somos fantasmas.
Allí circula su ancha sangre que tiene palabras.
¡Muerte que así retrocedés!
¡Flores nacidas del vacío que late!
No conseguís dormir.
Él escribe en las paredes del sueño su corazón robado.
De Juan Gelman a Lilia Ferreyra,
compañera de Rodolfo
Por Carlos Saglul | Este domingo, el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBa) y otras organizaciones marcharán hacía San Vicente, donde está la última casa en la que vivió Rodolfo Walsh antes de caer en un enfrentamiento con las patotas del terrorismo de Estado. Hay un ritmo ajetreado en el gremio donde también se arma la participación en los actos por un nuevo aniversario del 24 de marzo, el inicio de la dictadura militar.
Tato Dondero, secretario general del SiPreBa y preso durante once años por la dictadura militar, deja a un costado el cigarrillo que está armando y reflexiona: “Para todos nosotros Walsh es un referente de la comunicación popular desde su lugar como escritor, periodista y militante. En los tiempos que corren, como dirigente sindical no puedo menos que recordar con orgullo su actuación profesional en el diario de la CGT de los Argentinos, ese ejercicio del periodismo que dolorosamente se está perdiendo, por lo menos en el terreno de los grandes medios”.
El secretario de Organización del sindicato, Agustín Lecchi, es el otro extremo generacional de Dondero. Mientras enrolla una pancarta que llevarán a San Vicente, le preguntamos por el autor de “Esa mujer”: “Rodolfo Walsh es un símbolo para quienes hoy tratamos de ejercer el periodismo, no desde una imparcialidad teórica u abstracta, que sabemos que en definitiva no existe, sino con una posición de clase. Un periodismo que sea una herramienta de denuncia de los sectores oprimidos y explotados que los grandes empresarios y el Gobierno tratan de silenciar”.
Y es que el periodismo de Walsh no perdía seriedad ni solidez por tener esa clara posición de clase, como podemos observar en cada una de sus crónicas y de sus novelas, de sus editoriales en la revista de la CGT de los Argentinos, o sus escritos desde la Cuba revolucionaria. Fue detenido desaparecido por el lugar que ocupaba como periodista y como militante. Y sus palabras en la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar o en tantos otros textos son enseñanzas para las generaciones que hoy levantamos su figura. No como algo canónico, sino como lecciones vivas: debemos romper ese terror y ese aislamiento basado en la incomunicación, es necesario volver a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad.
Vivimos tiempos oscuros. Hay palabras de Walsh que parecen fogonazos en la oscuridad que iluminan a Santiago Maldonado, a Rafael Nahuel, los fusilamientos por la espalda a los sospechosos de siempre, jóvenes, morochos, pobres: “Dentro del sistema, no hay justicia. Otros autores vienen trazando una imagen cada vez más afinada de esa oligarquía, dominante frente a los argentinos, y dominada frente al extranjero. Que esa clase esté temperamentalmente inclinada al asesinato es una connotación importante, que deberá tenerse en cuenta cada vez que se encare la lucha contra ella. No para duplicar sus hazañas, sino para no dejarse conmover por las sagradas ideas, los sagrados principios y, en general, las bellas almas de los verdugos”. El hambre crece mientras el mismo modelo neoliberal, que en los setenta se llevó adelante a sangre y fuego, amenaza hoy con aniquilar toda conquista popular
En una breve autobiografía de 1965, Rodolfo Walsh escribe: “Cuando chico, ese nombre no terminaba de convencerme: pensaba que no me serviría, por ejemplo, para ser presidente de la República. Mucho después descubrí que podía pronunciarse como dos yambos aliterados, y eso me gustó”.
“Nací en Choele–Choel, que quiere decir ‘corazón de palo’. Me ha sido reprochado por varias mujeres. Mi vocación se despertó tempranamente: a los ocho años decidí ser aviador. Por una de esas confusiones, el que la cumplió fue mi hermano. Supongo que a partir de ahí me quedé sin vocación y tuve muchos oficios. El más espectacular: limpiador de ventanas; el más humillante: lavacopas; el más burgués: comerciante de antigüedades; el más secreto: criptógrafo en Cuba.”.
“Mi padre era mayordomo de estancia, un transculturado al que los peones mestizos de Río Negro llamaban Huelche. Tuvo tercer grado, pero sabía bolear avestruces y dejar el molde en la cancha de bochas. Su coraje físico sigue pareciéndome casi mitológico. Hablaba con los caballos. Uno lo mató, en 1945, y otro nos dejó como única herencia. Este se llamaba ‘Mar Negro’, y marcaba dieciséis segundos en los trescientos: mucho caballo para ese campo. Pero ésta ya era zona de la desgracia, provincia de Buenos Aires”.
En la noche del 10 de junio de 1956, mientras jugaba al ajedrez en el club platense Capablanca, escuchó sobre el levantamiento de los generales Valle y Tanco. Poco después, comenzó su investigación sobre los fusilamientos en los basurales de José León Suárez. El libro que narra ese episodio, Operación Masacre, inauguró en la Argentina la novela de no ficción, en la cual la investigación periodística sirve de punto de partida para la narración de hechos reales. Vendrían después ¿Quién mató a Rosendo? y El caso Satanowsky.
En 1959, viajó a Cuba para participar de la fundación de la agencia de noticias Prensa Latina, el primer intento de quebrar el monopolio mediático yanqui. En los años sesenta, estrenó dos obras teatrales: La batalla, en 1964; y La granada, en 1965; y publicó dos libros de cuentos (Los oficios terrestres, en 1965; y Un kilo de oro, en 1967).
“En 1964 decidí que en todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía. Pero no veo en eso una determinación mística. En realidad, he sido traído y llevado por los tiempos; podría haber sido cualquier cosa, aun ahora hay momentos en que me siento disponible para cualquier aventura, para empezar de nuevo, como tantas veces”, sostenía al año siguiente.
En enero de 1973, apareció su último relato de ficción, “Un oscuro día de justicia”. En el prólogo dice: “Hoy es imposible en la Argentina hacer literatura desvinculada de la política”.
Por ese entonces, Walsh ingresó en las Fuerzas Armadas Peronistas que luego se fusionaron con Montoneros.
Como periodista, dirigió el semanario de la CGT de los Argentinos a partir de mayo de 1968 y participó como fundador y redactor del diario de orientación peronista revolucionaria Noticias, en 1973. Bajo la dictadura militar de 1976, organizó la Agencia Clandestina de Noticias y la Cadena Informativa. El 25 de marzo de 1977, un pelotón especializado lo emboscó en las calles de Buenos Aires para detenerlo vivo, pero Walsh se resistió con un arma de pequeño calibre hasta que un disparo de ametralladora lo cortó al medio. Su cuerpo nunca apareció. El día anterior había escrito su magistral Carta abierta de un escritor…, donde denunciaba el terrorismo de Estado.
Reconocido como uno de los máximos escritores argentinos, sigue siendo un tipo incómodo para ciertos sectores. No es fácil esconderlo en el mármol cuando anda en alas de sus ideas entre los jóvenes. Aquellos a los que el neoliberalismo no logró quebrarles la ilusión de un país donde los únicos excluidos sean los autores intelectuales de la desaparición de 30 mil argentinos. Los que hoy siguen saqueando al país a través de sus hijos, parientes y socios.