Por Diego Leonoff | “Yo sé que hay una desesperanza. Yo sé que el impacto es sobre salarios. La primera recomendación que le hago a la clase media y media alta es: dé propinas”, dijo -entre otras barbaridades- la diputada macrista en una entrevista televisiva. La frase pasó como si nada: no hubo repregunta ni cuestionamientos de parte del periodista Joaquín Morales Solá. Una vez más, los estudios de TN hicieron las veces de “patio de la casa” de “Lilita” (en tiempos futboleros vale el paralelismo con la sensación que expresa el ídolo de Boca Juniors, Juan Román Riquelme, cada vez que pisa la Bombonera).
Carrió: «A la clase media le pido que dé propina y changas». Además, fustigó a los funcionarios «que creen que todo es divino siempre»: «La gran prueba de nuestras vidas es cuando tenemos esperanza en la desesperanza» https://t.co/uS4m02ZNHa pic.twitter.com/6kjPf62LHF
— TN – Todo Noticias (@todonoticias) 3 de julio de 2018
Siempre polémica y tantas veces al borde de la irracionalidad, los dichos de la legisladora expresan la más cruda sinceridad del oficialismo y, por qué no, de una parte de la sociedad.
Una mirada crítica de la realidad -esa que no tuvo o no tiene Morales Solá, y tantos otros colegas- no puede dejar de interpretar el reconocimiento de un mea culpa implícito en la frase. Es que esa recomendación de dar “propinas” suena a confesión de parte respecto de una etiqueta que para muchos calza perfecto a la coalición Cambiemos: la de ser un “gobierno para ricos”. La otra cara de la frase es la evidencia de que la única política oficial hacia los sectores vulnerables es la entrega de limosnas, los restos de la sobremesa, la inevitable beneficencia, la contención del dique de la pobreza.
Tan sólo una muestra de ello es que a las pocas horas de asumir, Mauricio Macri decretó una rebaja de cinco puntos para las retenciones a la soja y una eliminación total para las cargas que pesan sobre el trigo, el maíz, la carne, pesca y las economías regionales. Según un informe reciente de la Universidad de Avellaneda (Undav), esa política de reducción de retenciones tuvo un costo para el Estado de 4.639 millones de dólares en dos años, lo cual -al tipo de cambio promedio- equivale a 72.000 millones de pesos, o más de un año de Asignación Universal por Hijo. No se trata de un incentivo para las pymes: apenas cien grandes firmas (entre ellas Cargill, Bunge Argentina, Aceitera General Deheza, Louis Dreyfuss, Nidera, ACA cooperativas, Molinos, Noble Argentina, Vicentin, Volkswagen, Pan American Energy, Siderca) concentran casi el 75 por ciento del total de las exportaciones.
En simultáneo, y también vía decreto, el Presidente disimulaba el regalito para el sector agrícola exportador con el anuncio del pago de un extra de 400 pesos para los beneficiarios de la AUH y los jubilados. Aquella “propina” de diciembre de 2015 fue bien recibida por millones de beneficiarios que por entonces, quizás, pudieron llevar a su casa un modesto regalo de Navidad. Sin embargo, el “esfuerzo” –como se presentó- no significó más que 3.300 millones de pesos.
Ejemplos como éste -reflejo de la disímil asignación de recursos del Estado- sobran en los casi tres años de gestión Cambiemos. Siempre en perjuicio de trabajadores, activos o jubilados; y como contrapartida, en beneficio de grandes los pooles de siembra, las mineras (también con la eliminación de las retenciones), los especuladores financieros (el 40% de la tasa de referencia de interés es la mas alta del mundo), etcétera.
Si algo faltaba, y como cereza del postre, la legisladora llamó a terminar con el hambre en el país y reclamó el desarrollo de los bancos de alimentos: «Con un cuarto de lo que tiramos haríamos una gran contribución». Otra vez, la dádiva piadosa como resolución del drama de la pobreza, que hoy alcanza al 48,1% de los niños en Argentina (en el caso de la alimentación, un 17,6% tiene déficit en sus comidas, un 8,5% pasó hambre durante 2017).
#ProgresismoEstúpido o como Carrió y Miki Vainilla piensan lo mismo. pic.twitter.com/9CMh5cofCt
— Ian Solo (@ianayesa) 11 de noviembre de 2017
A la “Lilita” desatada, como la de ayer, no hay coaching de Duran Barba que la ponga en caja. Tras los desafortunados dichos de la vicepresidenta, Gabriela Michetti, días atrás, Carrió fue incluso un paso más allá. Además de reafirmar su oposición a un proyecto que cuenta con amplia aceptación popular (pero sobre todo, científica y legal), la diputada electa por la Ciudad de Buenos Aires apuntó contra su propio electorado y afirmó que “hay dos Argentinas”: una en el interior y una “corrosiva de la Capital”.
“Yo lo llamé a Macri. Me dijo: ‘Lilita, a mí me dijeron que se iba a ganar’, es decir que iba a ganar el ‘no’. Cuando me enteré de la verdad, me di cuenta de que hubo un error casi de ingenuidad en creer que esto se maneja”, agregó en relación a la sesión que entre el 13 y el 14 de junio dio media sanción al proyecto de aborto legal, seguro y gratuito. Estos dichos esconden la intención de desvincular al Presidente de la potencial aprobación normativa, para así blindarlo ante posibles reproches de un electorado conservador. No obstante, flaco favor le hizo al mostrarlo, ya sea como un inhábil líder político que no puede prever un resultado electoral tan previsible como ese, o bien como un jugador maquiavélico que habría abierto el debate a sabiendas de que éste ya estaba saldado.
“Lilita” se pretende mostrar como un ente autónomo, lejano y ajeno a las decisiones del Gobierno, la vara moral que observa y fiscaliza. Es desde este lugar que en 2014, tras dinamitar su alianza con “Pino” Solanas, afirmó: “nació la República pero ahora hay que darle mucha leche». O ahora, que pretende recomendar al Gobierno “no tenerle miedo a la calle”. ¿Tenerle miedo a qué, a quiénes? ¿No es acaso la ex UCR, ex ARI, ex Alianza y Coalición Cívica una fundadora, pilar e integrante de la coalición Cambiemos?
En el plano electoral, Carrió pasó de sacar el 7,78% (en 2011 obtuvo el 1.82%), en las internas presidenciales de 2015; al 50,93%, en las legislativas de 2017. En el medio, hizo trizas todas las opciones electorales que contribuyó a formar y se quejó: «me usaron en la lucha y me desprecian en las candidaturas». Quizá su volatilidad político-partidaria sea sólo comparable a los cambios de humor de su electorado. O quizá ese electorado no exista como tal.
En cualquier caso, anoche, durante la entrevista, cerró fiel a su estilo: «Apaguen la TV”, pidió a los televidentes. Lo hizo desde su estudio de televisión predilecto. En su medio preferido. Con un entrevistador amigo. El colmo de las incongruencias en voz de quien hizo del absurdo su discurso de campaña, y quien seguramente será la encargada de llevarlo al límite para que todos sepamos, el año que viene, hasta dónde funciona.