Por Sofía Acosta | En los 90 las políticas económicas neoliberales llevaron al desmantelamiento de la producción nacional favoreciendo la acumulación de capital en manos de extranjeros y de grupos de empresarios. Esto dio lugar al monopolio mediático pero permitió el surgimiento de los llamados medios alternativos o populares.
Hoy, frente a un panorama económico con altos puntos de encuentro, la pregunta gira en torno a cómo pensar a los nuevos medios autogestivos y populares frente a un panorama desolador.
Dialogamos con Gabriel Kaplun comunicador, educador y Doctor en Estudios Culturales.
¿Cuál es el panorama de los medios populares? ¿Cómo podríamos definirlos?
-Son los espacios en los que otros actores que no tienen lugar habitualmente o que muchas veces se encuentran sesgados puedan tener un rol protagónico en las llamadas alternativas mediáticas. La propiedad de los nuevos medios en algunos casos, o sistemas de producción, porque también existe la producción audiovisual, está muy vinculada a la gestión porque ya no se trata de la propiedad típica, la empresa privada tradicional, sino que han proliferado cooperativas o asociaciones donde existe la gestión participativa e involucran a las audiencias. Esto da lugar a alternativas al modelo comunicacional tradicional, modelo basado en la transmisión unidireccional desde una emisión a varios receptores para pensar modelos más dialógicos gracias a las (no tan nuevas) tecnologías. La búsqueda de éstos modelos es antigua pero se reforma en este contexto.
¿Cómo denominamos entonces, en este contexto, a los medios autogestivos?
-Es mejor hablar de alternativas mediáticas para incluir otras cosas que no son medios y para tratar de entender qué entendemos aquí por alter, por lo otro. Debemos analizar diferentes aspectos: desde cómo les ha ido y cómo les va, hasta los problemas de las sostenibilidad de estas experiencias.
¿Se pueden sostener estas experiencias en la realidad que atravesamos?
-Es mucho más difícil. Argentina fue uno de los lugares más emblemáticos porque tuvo un contexto favorable en 2009 e implementó la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual . También hay iniciativas previas, que venían desde abajo y tuvieron un papel importante en la aprobación de la norma. Sirvió como referente para otros esfuerzos similares en la región. Todo ese marco regulatorio se desarticuló casi por completo. Implicaban un esfuerzo del Estado que abría posibilidades para esta alternativa. Al desaparecer, el panorama es mucho más difícil y más débil. Vale la pena pensar que son aún más necesarias que antes el desarrollo de alternativas comunicacionales porque hay menos espacio para actores que llegaron a tenerlo y tienen menos posibilidades de expresión. Se hace más necesario. Hay veces que también los marcos favorables pueden tener efectos paradójicos, facilitan pero pueden cooptar y hacer muy dependientes del Estado algunas iniciativas y en el fondo neutralizarlas. Eso está lejos de suceder hoy. Hay que mirar estos momentos difíciles donde nacen experiencias interesantes.
¿Podemos decir entonces que el momento que atraviesan los medios de comunicación y las alternativas mediáticas hace que se fortalezcan?
-Sí, son momentos donde lo más creativo emerge. Las situaciones más favorables tienen enormes ventajas y no quieren perderlas. Pero hay momentos en que la situación crítica nos da una oportunidad o nos da la capacidad de buscar metas más creativas.
¿Con la educación ocurre algo similar?
-Si. Miraba a los docentes universitarios en las calles, no hemos tenido experiencias de ese tipo. Pero siempre han sido en momentos críticos. Uno se puede preguntar qué dejó. A veces poco y a veces muchísimo. Debemos aprovechar para dialogar no sólo con estudiantes universitarios si no también con otra gente que está afuera de la universidad y que quizá más allá de que aprecia la existencia de la universidad pública y le parezca importante, en la medida en la que no va nunca a una clase de la universidad, la ve un poco lejana e incluso como un espacio privilegiado. En parte un poco el privilegiado es el que sale a la calle. Por eso, puede ser una oportunidad de diálogo con otro que puede llegar a dejar una marca aún cuando ya no se esté en la calle. Y que esos que estaban afuera entren literalmente y materialmente o al menos que entren las preocupaciones y nos preguntemos si esas universidades que queremos hacer en el futuro no pueden, o no deben ser, universidades mucho más conectadas con necesidades concretas de la gente que está afuera entendiendo esos universos.
¿Cómo deberíamos pensar a la educación universitaria?
-En principio hay que definir a la educación como un derecho universal de los pueblos, no solo para pensar que la gente tiene derecho a ir a la universidad si no que tiene derecho a que le sirva a todos. En ese sentido, también en estos momentos críticos pueden llegar a ayudarnos a pensar a los que estamos dentro que los que están afuera nos hablen. A veces no nos gustarán y a veces encontraremos que valoraban cosas que nosotros no. Es una manera de reconectar con la tradición de la educación popular que siempre estuvo esa impronta y que en la universidad no siempre se conoce, valora ni conecta con esa tradición pedagógica tan fuerte en América Latina.