Redacción Canal Abierto | “Nunca es bueno que se pida la detención o se detenga preventivamente a un ex presidente”. Las declaraciones a un medio periodístico por parte del ministro de Justicia, Germán Garavano, en relación al criterio “arbitrario” y “errático” de las prisiones preventivas, generó una tempestad política al interior del universo Cambiemos.
Como ya es costumbre, la primera en arremeter con dureza y pedir la cabeza del funcionario fue Elisa Carrió. En una carta pública dirigida a Mauricio Macri, la diputada nacional señaló: “La Coalición Cívica Ari, a través de sus órganos institucionales y partidarios, ratifica el pedido de juicio político al Ministro de Justicia”.
Aunque se trate de un espacio partidario virtualmente vacío, llama la atención que la fundadora de Cambiemos apele a su partido de origen como signo de representatividad. La invocación a la Coalición Cívica Ari, el anuncio de juicio político, sus tuits y los de su séquito (con la parlamentaria del Mercosur, Mariana Zuvic, a la cabeza), hablan de un nuevo intento de demostración de poder por parte de «Lilita» pero, por sobre todas las cosas, de una nueva amenaza de ruptura.
«La República está herida por un sector del gobierno que por conveniencia política no desea verdad, justicia y condena», acusa en su escrito al Presidente. De todo el fuego de artificio, en estas líneas yace el único reclamo que tiene su correlato en datos comprobables. En efecto, Carrió sabe que hay un sector del Gobierno preocupado por el avance de las causas que hoy involucran a Cristina Kirchner, y un potencial desafuero que devenga en detención. En primer término, porque una de esas investigaciones –concretamente, la de los cuadernos- podría complicar la situación judicial, y por ende política, del propio Macri y de su familia; y en segundo lugar, porque entienden que la ex presidenta es el contrincante ideal para un oficialismo debilitado en un eventual ballotage en las presidenciales de 2019.
No es la primera vez que Carrió busca correr con la vaina a la coalición que integra, y que en 2015 logró hacerse del poder, en buena parte, gracias a su adhesión. Desde que gobierna junto a un desdibujado radicalismo y a Mauricio Macri, Lilita se muestra como un ente autónomo, lejano y ajeno a las decisiones del Gobierno, la vara moral que observa y fiscaliza. Es desde ese lugar que en 2014, tras dinamitar su alianza con el actual senador Fernando “Pino” Solanas, afirmó: “nació la República pero ahora hay que darle mucha leche”.
No obstante, a base de polémicas declaraciones y acusaciones televisivas, lo que efectivamente logró alimentar la diputada nacional en dos años y medio fue la discordia al interior de la coalición gobernante.
El constante coqueteo con la posibilidad de irse parece siempre rendir sus frutos. Desde sus duras críticas a Macri por los nombramientos vía decreto en diciembre de 2015 de dos jueces de la Corte Suprema (uno de ellos, Carlos Rosenkrantz, hoy presidente del Tribunal), hasta las continuas rencillas con sus socios (y ex correligionarios) radicales, Carrió tira golpes sorpresa, en su mayoría mediáticos, al interior del Gobierno y, como respuesta, gana las batallas y consigue victorias parciales pero numerosas.
No me guía el enojo ni la “calentura” sino la necesidad de que #Cambiemos cambie o no cambiará la historia.
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— Elisa Lilita Carrió (@elisacarrio) October 4, 2018
El último fue en junio de este año, cuando aseguró manejar a la UCR “desde afuera» y que su rol de jefa virtual radical “es el mayor castigo por misóginos». «Nos mandaban en las convenciones a servir empanadas, y ahora los manejo yo desde afuera”, remató por entonces.
Sus declaraciones alborotaron el avispero del partido que le proveyó a Cambiemos del aparato necesario para salir de los márgenes de la Ciudad de Buenos Aires y hoy parece ser el eslabón más débil de la cadena oficialista. “La frivolidad discursiva alimenta de manera peligrosa a la oposición. Los argentinos necesitan seriedad, no un stand up permanente”, respondió la UCR a través de un comunicado. A los pocos minutos del cual Lilita respondió con otra chicana: “Mil disculpas Cornejo, es una vieja broma que hago hace 20 años, que hace reír a la gente, solo que quizás no la recordás porque en esa época estabas en el kirchnerismo“. Y así echó sal a la herida incluso a riesgo de forzar la historia.
Incluso pocos días antes del cruce con los radicales, Carrió llegó a amenazar de forma explícita con romper la alianza gobernante en pleno debate por el aborto en el recinto de Diputados, un bochorno eclipsado por su subsiguiente invitación a la dádiva ciudadana en forma de propinas para paliar la pobreza.
Sus triunfos en esta pulseadas discursivas llaman la atención si se tienen en cuenta sus antecedentes electorales. No hace tanto, la hoy diputada venía de sacar el 7,78% en las internas presidenciales de 2015 y, previamente, 1,82% en 2011. En el medio, hizo trizas todas las opciones electorales que contribuyó a formar. “Me usaron en la lucha y me desprecian en las candidaturas”, decía por entonces.
Sin embargo, su volatilidad político-partidaria, la verborragia caótica cual outsider de la política o bien sus sincericidios, la han convertido desde 2015 es la muñeca de porcelana que en Cambiemos nadie quiere tocar para no romper. ¿Por qué Carrió, con tan poco capital político personal, se vuelve importante para la gobernabilidad de la alianza oficialista? La razón quizá se encuentre en su rol tan complejo como irreemplazable: la “fiscal de la República” le otorga a Cambiemos el halo de honestidad con el que sostiene el voto de su núcleo duro, un 25% o 30% -según la consultora- que vota convencido de estar del lado de los buenos y luchando contra la corrupción. Sin eso, el oficialismo entraría en un tránsito errático sin destino a la vista. Hoy, Lilita sigue siendo más peligrosa afuera, como denunciadora serial, que adentro, aunque haga estragos en el bazar donde todo a su alrededor es cada vez más frágil.