Redacción Canal Abierto | A partir de mediados del siglo XIX, Argentina –o mejor dicho, el Estado nacional en proceso de consolidación- adquiere un perfil político y económico que, con idas y venidas, continuará hasta nuestros días.
Por aquellos años una elite “iluminada” se encumbrará en el poder para representar los intereses de un sector agro exportador que miraba hacia afuera. En el medio, un conjunto de naciones, identidades y territorios pagarían los costos de ese “proceso civilizador” y el desarrollo del capitalismo, siendo el sinfín de comunidades indígenas su principal víctima.
Para conocer cómo fue ese vínculos, que primero implicó un grado de convivencia para luego desencadenar en persecución y despojo, entrevistamos a la antropóloga y especialista en “Políticas estatales e indígenas en Pampa y Patagonia (1850-1880)”, Ingrid de Jong.
– Para fines del siglo XIX encontramos las avanzadas genocidas que hoy todos conocen como “Conquista del Desierto”, pero no siempre existió ese tipo de vínculo entre criollos y pueblos originarios, ¿no?
– Desde mediados de siglo XIX vemos una transformación gradual en el vínculo que se había logrado con las sociedades originarias de la Patagonia y La Pampa en los años que siguieron a la revolución de independencia de 1810. Hasta ese momento, la relación se basaba en pactos y tratados de paz. Es decir, entendimientos que permitían el comercio en lo que se conocía como la “frontera” a cambio de raciones, por ejemplo en ganado, que después los caciques distribuían entre los pueblos. Se trataba de un vínculo de tipo comercial, diplomático y político, como el que puede establecerse con un par.
Cabe aclarar que hasta ese momento los territorios al sur de la frontera, que son los que estudio, ni siquiera llegaron a estar en manos de los españoles durante la época colonial.
Sin embargo, avanzado el siglo XIX – podemos marcar como fecha clave 1876, con la zanja de Alsina (sistema defensivo construidos en el oeste de la Provincia de Buenos Aires)- empieza a quedar en claro el proyecto de consolidación del Estado Nación argentino. Y las que antes eran consideradas naciones indígenas vecinas, pasan a ser rebeldes internos en un territorio.
En este proceso también observamos cómo los criollos, o blancos, construyen una nueva identidad de ese “otro” tras frontera que se vuelve un salvaje, un obstáculo y una amenaza. Muestra de ello son múltiples escritos y obras, así como también que los otrora “tratados” ahora pasan a ser “acuerdos”. Es una operación simbólica para borrar de cualquier identidad, ya que el concepto de tratado supone la presencia de naciones, y eso era algo que había que negar.
Aquí encontramos paralelismo con los tiempos contemporáneos respecto de cómo se construye mediáticamente y políticamente a otras identidades para justificar ciertas acciones.
– ¿Y las resistencias?
Siempre las hubo, violentas pero también diplomáticas. Incluso en varias avanzadas previas a las campañas denominadas “del Desierto”, encontramos las cartas o comunicaciones de protesta distintos cacicazgos. También vemos cómo incluso entonces se siguen firmando tratados que, en la mayoría de los casos, van a ser quebrados por las autoridades estatales. El propio Alsina llega a prometer al lonco mapuche Manuel Namuncurá que va a liberar los territorios ocupados, algo que luego no iba a suceder.
Si en la primera parte del siglo los tratados eran algo así como un “éxito” diplomático, en el segundo servirían para entretener a los pueblos hasta lograr la capacidad militar para imponer la fuerza.
– ¿Se puede trazar un paralelismo entre aquellos tratados incumplidos por parte del Estado con la situación que sufren los pueblos a raíz de la constante prorrogación de la Ley 26.160?
Sin lugar a dudas, hoy sigue vigente el mismo modelo estatal y económico orientado a impulsar y sostener una economía extractivista insertada en el mercado mundial como productora de materias primas. Y la política de este Gobierno lo deja aún más en claro.
Sería un error trazar escenarios históricos que no sucedieron, pero es interesante pensar que aquellas relaciones con tratados de frontera y cierto reconocimiento del otro como entidad política podrían haber implicado otro curso de avance, menos violentos a los utilizados.
– ¿Cómo era concebido esa “vecindad” por parte de los pueblos originarios?
La política de diplomacia que aplicaban para lidiar con el Estado argentino daba cuenta de su interés por resolver las tensiones a través de una vía pacífica. Por sobre todas las cosas porque no necesitaban que desapareciera la sociedad estatal o nacional, sino negociar y comerciar con ella. Incluso hay comunicaciones que dan cuenta de esto: por ejemplo en una carta al explorador y escritor George Chaworth Musters en 1869, el cacique de Say Hueque (hoy territorio de Mendoza) planteaba que no entendía por qué se peleaban si había tierra para todos.
Dentro de la forma de producir y subsistir indígena había espacio para todos. No había un concepto de propiedad privada, acaparamiento y exclusión para un sector de la población, como así sucede en el capitalismo.
Eran sociedades basadas en la reciprocidad, donde el poder político se unía a la reciprocidad y no el poder coercitivo. Es importante entender que la acumulación no tenía sentido para estos pueblos. Podían, por ejemplo, acumular plata para adornar un caballo o joyas, pero sin un sentido comercial sino simbólico.
En la política indígena no se valoraba lo económico. Un valor significativo era tener muchos amigos o parientes, y estos se lograban a través de una generosidad que se entendía como recíproca, que era de ida y vuelta. Si uno no era generoso, era violento. La comunidad o vecindad en los pueblo indígenas se basaba en tener que dar, aunque fuera poco, para también recibir.
Queda expuesta esta lógica de solidaridad en las relaciones con el ofrecimiento de soldados indígena luego de la primera invasión inglesa, o incluso en la Guerra del Paraguay. Esto habla de cuál era la percepción indígena del vínculo que había que mantener con el Estado argentino en tanto “vecinos”.
– Muchas veces, desde nuestra perspectiva, asociamos a las comunidades indígenas como sociedades sin organización o primitivas. A veces, al punto de infantilizarlas…
No estoy de acuerdo con considerar a los indígenas, por no estar asociados al sistema capitalista, como perfectos o inocuos. Existían grupos políticos distintos que incluso disputaban, pero por sobre todas las cosas resolvían sus conflictos tendiendo lazos.
Por otro lado, era una sociedad muy dinámica, que estaba lejos de anclarse en conocimientos ancestrales. Una muestra de ello fue la rapidez con que incorporaron un animal de origen europeo, como el caballo, a su producción, movilidad y pautas culturales. Lo mismo con el trigo, la cebada o la oveja.
Es cierto que eran sociedades sin Estado, pero sí se organizaban de acuerdo a una “lógica segmental”. Es decir que hay grupos con lazos, nexos y uniones, pero no con un emperador que los aglutine.