Por Carlos Saglul | Los grandes medios y las fuerzas de seguridad se esmeraron en evitar que la sociedad analizara el saqueo que significa el Presupuesto 2019 aprobado por Diputados. El relato que justificó la enorme represión de la jornada del 24 de octubre no ahorró en recursos. Dos repartidores de pollos antichavistas pudieron convertirse en peligrosos agentes del extranjero. Un turco haciendo trámites mutó en otro encubierto desestabilizador internacional. Pacíficos manifestantes se transformaron en temibles militantes dispuestos a la toma del Congreso. La prensa canalla trabajó a destajo para dar argumento a la violencia estatal, los peronistas “racionales” le echaron leña al fuego de la xenofobia para ver si ganaban algún voto del racismo ciudadano. Detuvieron a dirigentes marcados por los servicios de inteligencia cuyas columnas ni siquiera habían logrado llegar al Parlamento. Cuando se trata de sembrar el miedo, no hay inocentes.
El triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil asusta. Mientras, muchos tiemblan mirando a la serpiente pero pocos prestan atención al huevo. Hay muchos más huevos en el nido que deberían ser tenidos en cuenta.
El criminólogo y docente de Derecho de la Universidad de Córdoba Lucas Crisafulli publicó hace pocos días una nota de opinión en La nueva Mañana referido a los controles que las fuerzas de seguridad han vuelto a realizar en los medios de transporte: «¿Qué busca Gendarmería? ¿Que un gran narcotraficante se suba al colectivo y tenga una tonelada de droga encima? ¿Que un homicida en vez de tener el DNI tenga un cuchillo ensangrentado con el que acaba de asesinar? ¿Buscará sacerdotes que tengan escondido un niño debajo de su sotana? ¿Buscará hechos de corrupción, delitos de cuello blanco, empresas offshore? No. Nada de eso. Ni siquiera es el delito lo que busca. ¿Qué hará el gendarme cuando un joven no tenga documento? ¿Qué procedimiento practicará cuando alguien se niegue a abrir la mochila? No es una obligación legal portar el documento de identidad para caminar. Pero aquí no se busca aplicar la ley. Gendarmería busca desparramar el terror. Buscan que el miedo de la población sea tan grande que el silencio cómplice se apodere de nosotros. Buscan disciplinar a las poblaciones, hacerlas dóciles, obedientes. Buscan que naturalicemos el Estado de excepción, que a estas alturas parece ya una regla».
Las herramientas de dominación, al tiempo que económicas, son culturales. La represión aparece sólo donde falla la persuasión. El neoliberalismo a través del emprendedurismo, de la eliminación del rol regulador del Estado -que no existe salvo que se necesite salvar a un banco o perdonar los impuestos a alguna multinacional en apuros-, de la realización personal planteada sólo a través del consumo conlleva la propagación de un individualismo ilimitado donde el ciudadano muta en consumidor. La exclusión creciente en el marco de la sobrevivencia de los más aptos no puede tener, a la larga, otra consecuencia que el autoritarismo.
En el reino de la libertad de mercado todo se compra o se vende. Ya no existen las plataformas políticas, electorados pensantes, debate de ideas. Sólo hay mercancías. El candidato es una imagen. La verdad no existe. Las consignas son frases vacías que no pueden sino agradar. El votante es un pacman, el político un producto y su tarea es entretener con su show. Gobernar también es saber vender. Al reparto desigual se lo llama “crisis”. Y la miseria creciente no es otra cosa que “el costo social” de un camino sin alternativas, de un paraíso prometido que para las mayorías en un infierno cotidiano. Eso sí: en el reino de la libertad de mercado hay una sola libertad que no está permitida, la de elegir otra opción. Las opciones no existen. “Hacemos lo único posible”, nos dicen.
Una sociedad donde por todos los medios se propende al consumo genera malestar en aquellos que, precisamente, pueden consumir cada vez menos. La frustración engendra violencia, por eso hay que redirigirla. Allí es cuando turcos, venezolanos, bolivianos, negros, todos pueden servir. Siempre hay un chivo expiatorio listo para ser lanzado al ruedo y entretener a la multitud. En la Alemania nazi, el Ministerio de Propaganda arreciaba con sus proclamas antisemitas cada vez que escaseaban los alimentos o se perdía terreno en la guerra. Pero claro, también estaban las SS, los coches sin patente y los campos de concentración.
El neoliberalismo es una ideología fundamentalista. No tiene lugar para el fracaso ni la autocrítica. Y tiene, además, otro gran problema: los seres humanos se resisten a dejar de serlo. Son algo más que ranas que pueden ser cocinadas lentamente en el agua tibia donde tarde se darán cuenta de que morirán hervidas. Por eso la persuasión está acompañada del miedo.
Patricia Bullrich criminalizando todo tipo de protesta social no es otra cosa que un Jair Bolsonaro con mejores modales. El Estado fascista es una consecuencia natural del desarrollo neoliberal. Mauricio Macri y Jair Bolsonaro nacieron del mismo huevo.