Por Mariano Pagnucco (@ezepagnuco) / Revista Cítrica | La que sigue es una historia de ganadores. Pero no de ganadores felices que sirven de horizonte para las esperanzas del pueblo. Los ganadores de esta historia ganan a costas de la derrota de la mayoría, porque mientras la clase trabajadora argentina ve deterioradas sus condiciones de vida (por la desocupación, en el peor de los casos, o bien porque los ingresos formales o informales desaparecen cada vez más cerca de comienzos de mes), hay un grupo selecto que se relame de satisfacción cuando el dólar sube y la devaluación del peso se profundiza.
Esta historia de ganadores tiene como protagonistas a las empresas que exportan oleaginosas: principalmente soja, maíz y trigo. Son los pilares del agronegocio o, dicho de otro modo, quienes festejan cuando la mayoría perdemos.
Según datos del ex Ministerio de Agroindustria (ahora convertido en Secretaría dentro del Ministerio de Producción y Trabajo), en 2017 las cinco principales firmas exportadoras colocaron en el exterior 46,6 millones de toneladas de granos, harinas y aceites. La primera fue la canadiense Cargill, con 11.583.299 toneladas (14% de todo lo exportado en 2017) y una facturación de 47.835 millones de pesos. Le siguieron el gigante estatal chino COFCO (dueño de Noble y de Nidera), que exportó 11.006.563 toneladas (13%) y facturó 48.499 millones de pesos; la holandesa Bunge, con 8.746.804 toneladas (11%) y 45.669 millones de pesos facturados; el conglomerado francés Dreyfus, que colocó en el exterior 7.943.375 toneladas (10%) por 44.777 millones de pesos; y la firma nacional Aceitera General Deheza, con 7.330.796 toneladas exportadas (9%) y una facturación de 44.997 millones de pesos.
Mientras la clase trabajadora ve deterioradas sus condiciones de vida hay un grupo selecto que se relame de satisfacción cuando el dólar sube
Como los números de las élites son difíciles de entender para los bolsillos empobrecidos de las mayorías, basta con señalar que el año pasado estos cinco grandes jugadores del agronegocio acapararon el 57% de las exportaciones (46.610.837 toneladas) por un total de 231.777 millones de pesos. El monto es equivalente al 2 por ciento del Producto Bruto Interno de la Argentina en 2017. Una cifra imposible de procesar para millones de personas que habitan el territorio nacional y pelean día a día por un ingreso digno que les permita cubrir las necesidades básicas.
Retener para ganar
La Federación de Trabajadores del Complejo Industrial Oleaginoso, Desmotadores de Algodón y Afines de la República Argentina (o «los Aceiteros», a secas) es la máxima representación sindical de una masa trabajadora que alcanza a unas 15 mil personas en el país. Uno de los aspectos que tiene bien aceitado la Federación, además de discutir paritarias con los balances de las empresas sobre la mesa (este año lograron un 19% de aumento en marzo, con una actualización en agosto que representa un incremento total del 25%, frente al 15% que quiso imponer el Gobierno como techo), es la elaboración de estudios económicos propios con el asesoramiento de académicos y profesionales.
En su boletín informativo de marzo de 2018, Aceiteros advertía sobre los resultados del sector agroexportador: «No hay que ser experto en economía para saber que los agronegocios fueron favorecidos de manera fabulosa por la política del gobierno nacional. Sus ganancias crecieron al ritmo de la devaluación del dólar y, además, fueron beneficiados por la reducción de las retenciones a las exportaciones, que les dio ganancias por 10 mil millones de pesos».
Siguiendo con el grupo de los cinco principales jugadores del mercado, la transferencia de recursos por la baja de las retenciones al inicio de la gestión de Cambiemos benefició a Cargill con 868 millones de pesos, a COFCO (Noble + Nidera) con 1.053 millones, a Bunge con 899 millones, a Dreyfus con 694 millones y a AGD con 1.004 millones.
En septiembre pasado, el Gobierno dio un golpe de timón en su política de derechos de exportación y anunció algunos cambios, entre ellos que cobrará 3 o 4 pesos de impuesto por cada dólar liquidado en la exportación de oleaginosas. Si bien el sector agroexportador demostró su descontento con la medida, el escenario real no es tan desfavorable para las empresas que concentran el negocio.
Julio Gambina, doctor en Ciencias Sociales y presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas (FISYP), se refiere al rol que juegan estas firmas: «El negocio de las cerealeras es la exportación: mientras más alto es el tipo de cambio, mejor, porque logran más pesos al ingresar las divisas. La diferencia que obtienen estas empresas, solo por ser exportadoras y por liquidar la facturación en moneda extranjera, es muy importante. Esta diferencia gigantesca no la difunden al complejo productivo que hace falta para sostener las exportaciones, que abarca a los trabajadores, a sectores del comercio y los servicios, entre otros. Los resultados de las exportaciones no se distribuyen al conjunto de la cadena productiva».
Los agronegocios fueron favorecidos de manera fabulosa por la política del Gobierno. Sus ganancias crecieron al ritmo de la devaluación del dólar
Gambina agrega otra variable de análisis: «Las grandes cerealeras especulan con la producción y pueden retenerla hasta lograr el mayor valor posible del tipo de cambio. Si la hipótesis es que el techo del dólar puede aumentar con el esquema de flotación que impuso el Banco Central, las grandes cerealeras van a retener la producción hasta lograr un mejor precio del dólar. Esto viene sucediendo desde que en abril/mayo se desarrolló una corrida cambiaria muy fuerte y todos los sectores de la exportación especularon con un mayor tipo de cambio. Pero también especulan con el precio internacional, ya que la soja es un commodity que se rige por precios internacionales, y si los operadores tienen la información de que el precio de la soja va a subir, también retienen la producción para especular con los precios. Estas dos variables se pueden tomar por separado o en conjunto».
Desde un enfoque económico del sentido común, las grandes compañías exportadoras de oleaginosas no parecerían sufrir la crisis como el conjunto de la clase trabajadora. Sin embargo, cualquier excusa es buena para presionar a los y las laburantes.
Viento de cola para las patronales
A comienzos de año, la empresa número uno del sector (Cargill) envió medio centenar de telegramas de despido para el personal de sus plantas de Alvear (Rosario, Santa Fe), Villa Gobernador Gálvez (Santa Fe) y Bahía Blanca (Buenos Aires). Los representantes gremiales tienen claro que el conflicto que se prolongó por más de cinco meses y generó incluso un lockout patronal (Cargill cerró el acceso a las plantas y suspendió el pago de haberes a un total de 400 personas durante 5 días bajo la excusa de preservar la seguridad de las personas y los equipos) no se debió a un problema de caja: la empresa incrementó sus ventas en un 85% en los dos primeros años de Cambiemos y redujo su costo laboral de un 2,5% (2015) a un 1,9% (2016), es decir, de cada 100 pesos que ganó menos de 2 pesos fueron a parar a los bolsillos de quienes trabajan para la empresa.
En Bunge se vivió una situación similar, con la decisión repentina de la compañía de deshacerse de 60 laburantes del Complejo Industrial Ramallo (Santa Fe). Según cuentan los obreros, ese número equivale a casi el 20% de las más de 300 personas que trabajan allí, lo que hace inviable el funcionamiento pleno de los procesos.
Lo que se esconde detrás de estas decisiones empresariales, está claro, es la intención de quebrar la organización sindical. Las medidas de fuerza que llevaron adelante desde la Federación hicieron posible que la mitad de los despedidos regresaran a sus puestos de trabajo en iguales condiciones laborales, ya que la intención patronal era reincorporarlos bajo una modalidad más precaria. Un dato adicional: de las 2500 personas que emplea Bunge en el país, solo el 40% está bajo algún convenio colectivo de trabajo.
En la planta que Bunge tiene en Tancacha (Córdoba), la empresa también avanzó con una decena de despidos. Miguel Ferreyra, secretario general de Aceiteros en esa localidad, lo explica en detalle: «No los despiden. El gerente va, les habla, les dice que no metan al sindicato, que es mejor porque pueden llegar a arreglar una mejor indemnización. Con esa modalidad, hay trabajadores que están lesionados, que han tenido enfermedades profesionales o que están cercanos a jubilarse, y se han ido. Han buscado seducirlos por plata y de esa forma se van sacando trabajadores, dejando sus puestos liberados para introducir la reforma laboral».
Con los antecedentes de Cargill y Bunge, los trabajadores y las trabajadoras de Dreyfus encendieron el alerta en sus asambleas por si la multinacional de origen francés decidía llevar a cabo un plan similar de reducción de personal. En General Lagos, unos 30 km al sur de Rosario, Dreyfus tiene uno de los puertos privados más importantes de la Argentina, desde donde vende su producción al resto del mundo.
Las grandes cerealeras especulan con la producción y pueden retenerla hasta lograr el mayor valor posible del tipo de cambio
Si bien no hubo en lo que va del año ningún ataque patronal, las bases obreras saben que las grandes exportadoras aprovechan cualquier movimiento del mercado para salirse con las suyas. «Dreyfus acumuló stock de semillas, llenó todos sus silos», cuenta Carlos Vallés, de la Comisión Interna en General Lagos. Y agrega: «Hoy podría ingresar semillas de soja y no lo hace, especula con la devaluación. En realidad, es la devaluación que ellos mismos generan, porque cierran o abren la canilla para liquidar dólares según su conveniencia«. O sea devalúan y juegan con las necesidades de la gente para incrementar su renta.
«Los despidos no son por una cuestión económica, son por una cuestión ideológica. Despiden para sacarse de encima trabajadores, para pegarle al sindicato aceitero de Rosario, que es un lugar combativo donde nació nuestra Federación”, aclara Vallés y lo demuestra con un dato objetivo: pasó en Bunge y en Cargill y eso no es casual. “Es un ataque al sindicato, nos pegan por defender a los trabajadores, por la democracia sindical que tenemos. Nada de eso les gusta a los empresarios… y éste es un gobierno de empresarios«.
Otras aristas del negocio
Sergio Arelovich es uno de los asesores económicos del gremio que aporta los números a la hora de entender el contexto de las empresas para poder discutir salarios dignos. En diálogo con Cítrica, explica las otras aristas del negocio agroexportador: «Todas las empresas transnacionales tienen su casa matriz en un paraíso fiscal, con lo cual están fuera del alcance de la fiscalización, y al monopolio de la exportación y la libertad de no liquidar divisas se les suma la posibilidad de dibujar las operaciones entre los eslabones que integran cada una de las corporaciones. Prácticamente no tienen límites para las mentiras y la evasión de impuestos».
En la Memoria y Balance anual de las compañías, tanto locales como internacionales, suelen aparecer los litigios judiciales que la AFIP mantiene con ellas a causa del «precio de transferencia», que es el monto por el cual se concretan las importaciones y las exportaciones. ¿Cómo se establece la trampa? En los últimos años, estas compañías han incrementado la importación de productos que no se siembran en el país, sino en Paraguay. En consecuencia, «hacen figurar que se trata de una importación desde el Paraguay, por lo que no pagan el derecho de exportación por el 100%, sino por la diferencia entre el precio de venta y el precio de compra».
Devalúan y juegan con las necesidades de la gente para incrementar su renta.
¿Y el control por parte de las autoridades? «La capacidad regulatoria del Estado está muy disminuida, entre otras cosas porque nunca hubo una decisión de avanzar fuerte en la materia, entonces no se sabe exactamente qué se exporta: si se exportan granos, aceite, harinas, y a qué precio. Acá aparece la triangulación, porque la mayoría de las exportaciones no van derecho a su destino, van a un destino intermedio. Por ejemplo, pasan por Uruguay o por Holanda y finalmente van a parar a China o a India. Eso se registra como una reexportación, con lo cual se pierde el rastro del destino definitivo».
Mientras desde abajo se da la pelea por la subsistencia, los de arriba sonríen porque saben que más allá de los vaivenes de la economía, a ellos siempres les toca ganar.