Por Luis Bilbao (@BilbaoL) | Ignominiosa y torpe conducta del gobierno de Argentina frente al golpe de Estado -una vez más fallido- en Venezuela. Detrás de los pasos desatinados de la Casa Blanca, Mauricio Macri violó toda legalidad en la política internacional y reconoció a un oscuro títere emplazado por Washington el 23 de enero como “presidente encargado”, en fantochesco reemplazo de Nicolás Maduro.
La deshonrosa conducta del primer mandatario mancha a 45 millones de argentinos/as. Y nos responsabiliza por el lugar innoble de nuestro país en un momento crucial para América Latina.
En un conjunto tan abigarrado como diferente, masas populares salieron el 23 y siguen movilizadas hoy, 24 de enero, en defensa de la Revolución Bolivariana y su legítimo gobierno. La Fuerza Armada (Fanb) se presentó a la nación junto al ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, para respaldar a Maduro, denunciar un golpe de Estado y afirmar que impediría el deslizamiento hacia la violencia generalizada. El único éxito posible para Washington y sus epígonos suramericanos consiste en detonar una guerra fratricida. A eso están abocados ahora y en ello está involucrada Argentina y su Presidente.
¿Saben Macri y sus innobles cofrades del Grupo de Lima que están abriendo las puertas del infierno? ¿Saben periodismo y periodistas -muchos de los cuales podrían haberse comportado con un mínimo de dignidad, y no lo hicieron- que caerían bajo la barbarie si esta línea de acción se impusiera?
Personajes como Duque, Bolsonaro, Vizcarra (si usted no sabe quién es, no se culpe), Macri, Piñera, con Trump como jefe, encarnan el más inculto, inepto e inmoral elenco de presidentes jamás actuante desde Alaska a la Patagonia. Llegaron allí por dos razones sobresalientes: degradación extrema del sistema político en cada uno de sus países; incapacidad de las víctimas de esa degradación para enhebrar su propia alternativa.
Aunque rigen nuestros destinos en el torbellino de la decadencia, no pueden ver más allá de su nariz.
Les será imposible acusarnos, hoy y ante la historia, por exponer e inhabilitar la democracia burguesa como recurso para gobernar estable y pacíficamente. Quienes descreemos de ella y la denunciamos por ser instrumento mellado del capitalismo en crisis no somos quienes la inhabilitamos ensuciándola más allá de todo precedente. Son ellos, títeres de fuerzas que no comprenden y mucho menos controlan, fascistas declarados y liberales sin principios, “revoltijo de carne con madera”, quienes están clausurando para cientos de millones la imaginaria vía de transformación pacífica de nuestras sociedades en colapso. Son ellos quienes indican a presentes y futuras generaciones que bajo las normas del capital el voto es una farsa manipulada o un valor sin importancia si acaso se logra, como hizo la Revolución Bolivariana, que las mayorías ganen conciencia y el sistema comicial les permita expresarse sin subterfugios.
A comienzos de 2018, guiada por la Casa Blanca la oposición venezolana exigió adelantar las elecciones. Tras arduas negociaciones, el gobierno accedió. Se fijó la fecha y se acordaron los preparativos. En ese punto, la misma oposición que exigió el adelanto, se retiró de la confrontación electoral. Naturalmente, ganó Maduro. Y desconocieron su legitimidad. Macri y el Grupo de Lima estuvieron allí desde la primera hora. Abonaron el terreno recrudeciendo la guerra económica, aprovecharon las vacilaciones oficiales frente a la crudeza de lo que tenían delante y esperaron al 10 de enero.
Este proceso quedó registrado por adelantado, entre otros muchos textos, en “Macri contra Venezuela”, con fecha 19 de diciembre, y en “Golpe de Estado fallido e intento de guerra civil tras la asunción de Maduro”, fechado el 13 de enero pasado. Así de transparente era la maniobra contrarrevolucionaria pergeñada por los seres de gris del Departamento de Estado, articulada por hombres más grises aún, y más cobardes, con cargo de Presidentes.
Falló el golpe de Estado. Maduro sigue firme en su cargo, con amplio respaldo popular y férreo sostén de la Fuerza Armada, complementada con 1 millón 600 mil milicianos/as en armas e innumerables luchadores dispuestos a defender a Venezuela de la agresión extranjera. Está además la Asamblea Nacional Constituyente, ante la cual se abre ahora una oportunidad excepcional para dar forma institucional a un nuevo y superior nivel de la Revolución.
Cabe subrayar, sin embargo, que el propósito de Washington no es el derrocamiento del gobierno Bolivariano. Tiene la certeza de que no le será posible. Su objetivo es aplastar la Revolución no sólo en Venezuela. Necesitan derrotar a las masas desde el Bravo a la Patagonia. Por eso necesitan fracturar a Venezuela y desatar una devastadora guerra interna. Por eso tienen el apoyo de Macri y consortes.
A no dudarlo, la Revolución Bolivariana resistirá. Además del obvio respaldo de los componentes del Alba, un bloque de países de peso geopolítico decisivo enfrenta la maniobra de Washington: China, Rusia, Irán, Turquía, entre los de mayor peso en un conjunto que supera el centenar. Es de celebrar que los gobiernos de México y Uruguay no se hayan sumado a la escandalosa conducta de quienes reconocieron en cuestión de horas al títere colocado en Caracas.
En Estados Unidos, los poderes debaten si encaran o no la destitución de Trump. Ése es el grado de fortaleza del atacante. En Colombia, Brasil, Perú y Chile, los presidentes tambalean como beodos. En Argentina, Macri tiene más firmes los pies que todos ellos, sólo que sobre un cenagal, que lo devorará incluso si lograra vencer las elecciones de octubre próximo.
Es un momento difícil en las relaciones de fuerzas en Suramérica. Mucho depende de Venezuela y ésa es la causa por la cual Washington pretende desatar una guerra interna que, inexorablemente, se extendería a toda la región. ¡Que la historia contemple a los titulares del Cartel de Lima como promotores de una guerra fratricida a escala latinoamericana, en beneficio del gran capital y del agonizante imperio estadounidense!
De las sucesivas traiciones y frustraciones de la historia reciente germinarán las fuerzas para enfrentar y vencer la torpe embestida capitalista que amenaza a la región. Hay semillas de gloria y tierra fértil. Bastará trabajar.