Por Ana Rameri | La discursiva macrista se muestra cada vez más enfática en la idea, ahora en boga, vinculada al emprendedorismo. La misma formó parte de la campaña de Cambiemos bajo el lema de “seamos un país de cuarenta millones de emprendedores”. En más de una presentación pública -en el foro de Inversión y Negocios, el mini Davos y hace pocas semanas en el World Economic Forum– el presidente hizo culto de la figura del emprendedor y la jerarquizó hasta el punto de afirmar que, gracias a su crecimiento, la Argentina podría salir de su atraso estructural y ubicarse a la par de las grandes potencias mundiales. Tal es el entusiasmo oficial, que hace pocas semanas promulgó la ley de Emprendedores, la cual permitirá abrir empresas en menos de veinticuatro horas y hace varios meses que la secretaría Pymes pasó a denominarse Secretaría de Emprendedores y Pymes.
A simple vista, no parece presentarse ningún elemento objetable en esta noble intención presidencial de alentar a quienes son capaces de encarnar esta figura. Menos aún si se considera que en ellos se deposita la esperanza de la realización de tareas de innovación y creatividad, tan necesarias para países con rezago tecnológico como el nuestro. Sin embargo, vale revisar algunas implicancias que se derivan de convertir al “emprendedorismo” en el ensalmo de los problemas económicos y sociales vigentes. Si bien la temática habilita a un campo de estudio en sí mismo sobre la cual tienen para decir diversas corrientes teóricas, en esta ocasión me interesa destacar dos cuestiones que quedan invisibilizadas detrás de las “bondandes emprendedoras” que revisten obstáculos reales para alcanzar el escenario de ensueño planteado.
Acceso desigual
Por un lado, se ignora el carácter desigual en la distribución de oportunidades de la estructura económica argentina. La noción del “empresario sobre sí mismo” es tributaria a la teoría neoclásica del capital humano que desconoce que el conjunto de relaciones sociales trabadas en economías modernas, y más aún subdesarrolladas como las nuestras, están gobernadas por fuertes asimetrías.
El “emprendedorismo” presenta a los individuos como empresas o bien, como potenciales individuos-empresas que cuentan con el capital trabajo, capaz de generar un flujo de ingresos. Sin embargo, para desplegarse el trabajo se necesita de soportes materiales, así sea de la plena disponibilidad de tiempo libre. En economías de mercado, todo esto se compra -no cae mágicamente del cielo- lo cual conduce de manera inmediata a un desigual acceso y por lo tanto, una configuración desigual de tales oportunidades.
En el caso argentino, tales desigualdades son contundentes: el cuadro social imperante está signado por alarmantes niveles de pobreza en torno al 30%, que no sólo encuentran su razón en la falta de empleo sino que tienen origen en el mismo, como resultado de la incapacidad del salario para garantizar condiciones de vida dignas. Basta decir que actualmente, el 51,8% de la fuerza de trabajo transita algún tipo de precariedad en su inserción, al tiempo que el 22% de los ocupados son pobres.
En este marco, los emprendedores (aunque no estrictamente en el sentido que refiere Macri) han surgido de la misma necesidad, como expresión reactiva a un esquema de exclusión social sistemática. Ello explica, por ejemplo, el engrosamiento de la categoría del cuentapropismo, mayormente de subsistencia, y el crecimiento de la economía popular que encuentra su expresión más visible en el rubro de los cartoneros, que actualmente han logrado niveles importantes de avances en la organización social para mejorar sus condiciones de trabajo y de vida.
La respuesta oficial anclada en el “emprendedorismo”, sin un replanteo real de la base social sobre la que se asienta, sólo interpela a una minoría privilegiada favoreciendo un proceso de profundización de las desigualdades.
El mercado
Por otro lado, se hace abstracción también de las características del patrón productivo argentino dominantemente extractivista, sobre la base de una estructura de mercado fuertemente concentrada. Este tipo de especialización devela, por otra parte, la existencia de un rol debilitado del Estado en materia de planificación estratégica.
Si los sectores productivos de mayor dinamismo no sólo están en manos de pocos actores, sino que además éstos se asientan en ventajas naturales logrando la realización de ganancias extraordinarias con dosis mínimas de inversión, resulta muy difícil la generación de un terreno fértil favorable al surgimiento y la integración de emprendedores.
No obstante, las condiciones de posibilidad de su creación pueden darse en algunos reductos que, de no mediar una estrategia pública capaz de integrarlos a un proceso económico de mayor dinamismo, quedarán tan sólo como enclaves de innovación y creatividad. Por lo tanto, no basta tan sólo con generar microclimas para los emprendedores sino que se precisa replantear las bases económicas sobre las que éstos, en definitiva, deben insertarse para que, además de favorecer su propio desarrollo, también pueda traccionar al resto de la economía. Al momento, la reducción presupuestaria en materia de ciencia y tecnología, la menor actividad industrial y las medidas de transferencia de ingreso al sector agroexportador, parecen ir en el sentido contrario.
Por lo tanto, en tanto la idea de “emprendedorismo” contiene estas dos grandes inconsistencias cuando se la confronta con la realidad argentina, la misma tiende a un reforzamiento de la subjetividad individualista, del exitismo, del “sí se puede”, que permite desplazar la responsabilidad de quienes detentan el poder del Estado frente al malestar, a un problema individual de falta de creatividad.