Por Carlos Saglul | No agonizó en el medio de un paseo público como en Construcción, la canción de Chico Buarque. Cayó del cuarto piso de un colegio secundario donde realizaban obras de refacción. Los pibes de la escuela número cuatro Homero Manzi de Nueva Pompeya no tardaron en tratar de ayudarlo. Se dieron cuenta que era uno de su misma edad.
¿Qué hacía en los andamios en lugar de estar con ellos en una aula?, se preguntó alguno de los chicos. ¿Se cansó de ser albañil y quiso volar? Lo internaron en terapia intensiva, había sufrido pérdida de la masa encefálica. Nadie conocía su nombre.
Los accidentes de trabajo son uno de los tantos mataderos silenciados donde se termina con miles de vidas. Sólo entre 1996 y 2014 murieron casi 17 mil personas, sin tener en cuenta a los obreros que están en negro. Las estadísticas son limitadas.
Para el neoliberalismo, lo ideal es que la vida del obrero valga menos que el equipamiento de seguridad que debería resguardarla. Las vías para lograrlo son múltiples, coimas a los sindicatos, leyes a la medida de las patronales. ¿A qué se debió la urgencia de Mauricio Macri de reformar por decreto la Ley de Accidentes de Trabajo, obligando a los trabajadores a pasar por comisiones médicas antes de recurrir a la Justicia? “Limitar la industria del juicio”, justificó.
Para el abogado laboralista y ex titular de la Asociación de Abogados Laboralistas, León Piazek, “lo que existe no es una industria del juicio sino una industria del incumplimiento de las empresas que no cuidan la vida de los trabajadores, no invierten en prevención, ni en capacitación y como se ha demostrado con solo ver los balances de las ART, acumulan ganancias porque rechazan la mayor parte de los reclamos, no fiscalizan a sus clientes que son empresas irresponsables”.
“Las estadísticas son de accidentes mortales, graves y el resto es solo sub-registro, no sólo porque más del 40% de los trabajadores no está registrado, sino porque se oculta la información. Las ART desconocen la existencia de los accidentes, sus secuelas y en especial por un listado de enfermedades reducido a la mínima expresión, no se hacen cargo de las enfermedades laborales de claro origen en el medioambiente de trabajo”.
Para el capitalista -como dice Lewis Mumford- el tiempo es parte importante del ahorro de mano de obra y a medida que su tiempo se acumula y se ahorra se vuelve a reinvertir como el capital, en nuevas formas de explotación. “Los patrones para maximizar ganancia les imponen a los obreros jornadas de trabajo extenuantes que disminuyen su capacidad de concentración. No se adoptan medidas preventivas, no se invierte dinero en tecnificación de la seguridad. Muchos trabajos son verdaderas trampas mortales”.
El presidente acaba de señalar en China que nuestro país se propone ser el “supermercado del mundo”. En la Argentina, seis millones de niños y adolescentes menores de 18 años son pobres. Esto significa que el 46% de la población menor de 18 años viven en un hogar con ingresos inferiores a los necesarios para pagar una canasta familiar básica. Macri les debería indicar la dirección del supermercado del que habla.
Slajov Zizek dice que “es una costumbre preguntarle a las víctima si está de acuerdo con su destino, pero también es una costumbre que la víctima diga casi siempre que sí”. ¿Qué hacía ese pibe que no estaba en la escuela con sus pares, capacitándose para tener un empleo “en la Argentina brillante que se abre”?.
El discurso oficial chorrea meritocracia al punto que parece un libro de autoayuda. “Todo lo que te propongas podes lograrlo”. La meritocracia es justificativa de la desigualdad social. “Si te quedaste en la villa es porque no hiciste lo suficiente”.
La clase obrera –para la meritocracia- es un lugar sucio y maloliente del que hay que salir lo más pronto posible para llegar a la deseada clase media. Si tuviste la mala suerte de “caer” en la escuela pública o en la clase obrera, tu vocación no debe ser tratar de mejorar colectivamente, sino escapar. Huir lo más rápido posible “trabajando los domingos si es necesario”, como dice nuestro mandatario.
En el supermercado de Mauricio Macri no hay víctimas. Solo perdedores. Es la paradoja de la víctima de Zizex, que está de acuerdo con su destino porque no la arrastró allí el reparto injusto de la riqueza sino su pereza, su propia incapacidad para triunfar.
La ambulancia se llevó al pibe. Alguien limpió la sangre. Los chicos se quedaron con ganas de saber su nombre. Pero en la Argentina que se reconstruye con celeridad, sólo los triunfadores tienen nombre. Los otros, aquellos que la meritocracia ve como “inviables”, simplemente desaparecen. Son los nuevos desaparecidos sociales.