Que el principal obstáculo a la solución de este asunto del virus y la pandemia es que está supeditado a la virulencia de un sistema social y económico, que en otras épocas llamábamos sin rodeos capitalismo (aunque ahora esa palabra se ha convertido en un rapto de divague), a la virulencia de un sistema, digo, que para subsistir no puede hacer otra cosa que brindarle más valor al mercantilismo que a un moribundo. Y está en su ley pensar y actuar de ese modo. Como está y estaría en nuestra ley hacer todo lo posible para que dejen de actuar de ese modo, ¿no? Diríase que en los dos casos es similar a un instinto salvaje de preservación. Como lo que ocurre a cada instante en el llamado reino animal, del que somos apenas una parte. ¿No viste que en los noticieros se ponen a hablar de contagios, muertes y cosas por el estilo, y enseguida, casi sin respiro, se ponen a hablar de los trastornos económicos que al final de cuentas nos están dejando como puta herencia todos esos contagiados y muertos? En fin. Parece que esa cosa de que los burgueses nunca jamás podrían subsistir sin los obreros, que son la fuerza de trabajo, no era tan así. Ahora sabemos que los campesinos, los albañiles, los choferes y los médicos; los torneros, los mecánicos, los electricistas, los plomeros, los pintores de casas y edificios, las y los del servicio doméstico, y tantas y tantos más, pueden optar por el home office (trabajar en casa) para colaborar en la contención del virus. Y, desde luego, no recibir ni un mísero centavo por distanciarse socialmente. Bueno, convengamos que nadie nunca los considera cercanos, ¿no?