Redacción Canal Abierto | “Alto, enjuto, de mirada penetrante, severa prestancia y cuidados modales, era el tipo de hidalgo manchego que todavía se conserva en las viejas provincias del interior. Se parecía a don Quijote en algo más que la apariencia física”. Así nos pinta a Felipe Varela el docente universitario, diplomático argentino e historiador José María Rosa en “La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas” (1965).
Hijo del caudillo federal Javier Varela y de doña Isabel Rearte, Felipe nació en el pueblo de Huaycama, departamento Valle Viejo, provincia de Catamarca, en 1821. Ya a los 21 años de edad lo encontramos en el campo de batalla. En esta oportunidad, atestiguando la muerte de su padre en un combate librado sobre la margen derecha del Río del Valle, entre las fuerzas federales invasoras de Santiago del Estero y las unitarias de Catamarca.
Al poco tiempo, asentado en Guandacol –un pueblito riojano recostado sobre la pre cordillera de los Andes– forma familia, adquiere propiedades y se dedica al engorde de hacienda para los mercados chilenos de Huayco y Copiapó. “Con el tiempo se convirtió en un hombre del ejército y es posible que tuviera tierras –algo de lo más común por esos años–, pero probablemente ubicadas en el noroeste y –por lo tanto– poco productivas. Decir estanciero -etiqueta que más tarde le asignara la historia liberal mitrista– es un abismo de diferencia. Era un hombre que no tenía nada que ver con las aristocracias, a nivel nacional ni provincial”, asegura en diálogo con Canal Abierto el historiador Norberto Galasso, autor de “Felipe Varela y la lucha por la unión latinoamericana” (1993).
En la década del 40 se enfrenta a Juan Manuel de Rosas, el por entonces amo y señor de las tierras bonaerenses, del puerto porteño y los correspondientes derechos de importación y exportación. Aunque ambos identificados con el bando federal, los separaban distintas visiones respecto del lugar que debía ejercer Buenos Aires en relación al resto de las provincias. “Sus dos manifiestos, el de 1866 y el de 1868, denuncian que el centralismo porteño y la apropiación de las rentas de la aduana provocan una imposición del poder político, el desastre económico y la miseria para el resto de los territorios”, aclara Galasso.
Si bien el poderío militar del “Restaurador” terminaría forzándolo al exilio en Chile, lejos estuvo de lograr derrotarlo. De hecho, luego de participar en la trasandina Revolución de 1851 y tras la caída de Rosas, retorna al país para sumarse al ejército de la Confederación, donde ocupa el cargo de segundo jefe de la frontera en Río Cuarto. En 1861 pelea bajo las órdenes de Justo José de Urquiza en la batalla de Pavón, hito que marcaría el definitivo triunfo de la facción porteña e inicio de la hegemonía mitrista. Por entonces, Varela se sumaría a las filas del “Chacho” Peñaloza en las sublevaciones de 1862 y 1863 contra las autoridades nacionales.
Más allá del trasfondo histórico y político que atravesaba el periodo –demasiado complejo y extenso para detallar aquí–, durante esos años Bartolomé Mitre emprendió una serie de medidas para la consolidación del Estado nacional en términos modernos. Para ello, terminaría de establecer –a sangre y fuego– la hegemonía política de Buenos Aires sobre el resto de las provincias, persiguiendo a caudillos locales y masacrando a poblaciones que no le eran afines. “Varela fue el gran protagonista de la organización popular contra un centralismo porteño que, en definitiva, no era más que un acuerdo de partes con los comerciantes ingleses y las elites que iban a configurar esta Argentina con dos países, algo que vuelve a quedar en evidencia en este contexto de pandemia, entre un interior pobre y un Buenos Aires rico”, cuenta Galasso.
Pero la ambición de Mitre no se limita a lo que por entonces comprendía al territorio argentino. Mediante la guerra, y en alianza con el Brasil imperial y un gobierno de facto uruguayo impuesto por los sectores dominantes porteños, se presta a someter política y económicamente al Paraguay de Solano López. ¿El pecado de López, y su predecesor Gaspar Francia? Impulsar un proyecto autónomo y desarrollista en la región que intimidaba a los sectores liberales que encarnaba la familia Mitre.
Son numerosas las fuentes utilizadas por el reconocido historiador especializado en el período, León Pomer en su “La Guerra del Paraguay. ¡Gran Negocio!” (1968), en las que el diario La Nación baja línea contra la “dictadura” de López. De esa manera, la inteligencia local legitimaba la avanzada que luego se convertiría en una de las peores masacres entre pueblos de la región. “Los personeros, los instigadores, los sicarios o mercenarios de esa guerra cruel e inhumana fueron Bartolomé Mitre y sus secuaces. Inglaterra sólo puso el dinero y varias condiciones”, explica el investigador en diálogo con Canal Abierto.
Una vez asesinado Peñaloza y habiendo emprendido otra vez su exilio a Chile, nuestro Quijote andino deja por escrito varios documentos en los que evidencia sus motivos para apoyar la Unión Americana, denuncia las pretensiones anexionistas de Mitre respecto a países hermanos y repudia la “vergonzosa Guerra del Paraguay”: “Buenos Aires es la metrópoli de la República Argentina, como España lo fue de la América. Ser partidario de Buenos Aires, es ser ciudadano amante a su patria, pero ser amigo de la libertad, de las provincias y de que entren en el goce de sus derechos ¡oh! ¡eso es ser traidor a la patria, y es por consiguiente un delito que pone a los ciudadanos fuera de la ley!”.
Las cifras de población paraguaya muerta por causas directas (acciones bélicas) e indirectas (hambre, estrés, epidemias como la del cólera) todavía son variables, pero todos los autores aceptan que la mortandad fue enorme. Diversas fuentes afirman que la merma en la población paraguaya habría sido de alrededor de un millón es personas. Es decir, una mortalidad total de más del 60%, y la masculina de quizás un 90%. Esa cifra fue la que utilizó la edición de la Enciclopedia Británica de 1911.
No obstante, las manos de Mitre no sólo se vieron manchadas de sangre guaraní. Fueron frecuentes las campañas contra poblaciones de provincias argentinas que se oponían a su dominio, o que simplemente repudiaban la guerra. “Un alto jefe militar brasilero le escribe al emperador diciendo que el Ejército argentino arrojaba deliberadamente cadáveres coléricos al Río Paraná para contaminar a la gente que vivía a ambas veras del rio. Es decir, que había que exterminar a poblaciones que eran adversas a la participación en la Guerra del Paraguay”, detalla Pomer.
Confiado por las noticias del rechazo popular que tenía el derramamiento de sangre en Paraguay, Varela regresa al país y se une a un grupo de caudillos para encabezar la que luego se conocerá como Revolución de los Colorados. Este último alzamiento del partido federal en el oeste del país pretendía, entre otras cosas, liberar a las provincias del unitarismo porteño y poner fin a la guerra. En un primer momento logran dominar por completo tres provincias y poner en peligro otras dos (entre ellas, La Rioja, fruto de una rebelión militar contra el comandante Irrazábal, autor del cobarde homicidio del “Chacho” Peñaloza).
Sin embargo, los poco más de 4.000 hombres mal pertrechados no serán suficientes para soportar la contraofensiva mitrista. Luego de una seguidilla de derrotas de sus pares federales, Varela y 200 hombres -entre argentinos, chilenos y bolivianos- se plantarán frente un moderno ejercito porteño que en la retaguardia contaba con otro aparato bélico de igual -o quizás mayor- capacidad de daño: el diario La Nación.
“Siete horas disputan encarnizadamente la victoria imposible. Varela, siempre el primero en cargar, cayó con su caballo agotado junto al pozo. Ocurrió entonces otro episodio de leyenda en esa guerra romancesca. Una de las tantas mujeres que seguía a los federales -y hacían de enfermeras, cantineras, amantes, o cargaban la lanza cuando las cosas apretaban- se arrojó con su caballo en medio de la refriega para salvar al jefe. Se llamaba Dolores Díaz y le decían La Tigra. En ancas de La Tigra el viejo caudillo escapó a la muerte”. Así relata José María Rosa aquellos últimos momentos de la batalla de Pozo de Vargas.
La Revolución no había sido sofocada, pero sí malherida: Varela y un puñado de hombres en armas ensayan movimientos de guerrilla en su retirada hacia el norte. Agotado y sin recurso, a los tres meses se refugia temporalmente en Bolivia. Pero, terco y tenaz, al poco tiempo vuelve a arremeter sobre Salta. El 12 de enero de 1869, un pequeño contingente nacional lo derrota en Pastos Grandes, en la Puna, dispersando definitivamente a lo que quedaba de su tropa.
Enfermo de tisis, tuberculosis y en su exilio definitivo en Chile, Felipe Varela fallece un 4 de junio de 1870. Se cumplen 150 años de la muerte de este hombre de acción y defensor de los ideales americanistas, un Quijote de los Andes ignorado o vilipendiado por la historiografía oficial. He aquí sólo un breve repaso por su historia, y la de aquellos investigadores que eligieron brindarle algunas merecidas páginas.