Entrevista: João Vitor Santos (IHU On-Line) | El gobierno Bolsonaro se alimenta de las guerras culturales. Está sumergido en esa trinchera y nunca salió de la lógica electoral que lo llevó al Planalto, sostiene el profesor Giuseppe Cocco. En esta entrevista, además de analizar los efectos políticos de la pandemia en el gobierno, su debilidad o su supuesta resiliencia señala cómo, más allá del núcleo duro fascista, muchas alianzas por derecha han roto el apoyo al presidente. Por otro lado, señala un horizonte de esperanza con un nuevo ciclo de movilización popular que apure el juicio político al hoy, supuestamente enfermo de COVID-19, Jair Bolsonaro. De su lectura, de todas formas, se infiere que quienes tienen mayores posibilidades de llegar a un próximo gobierno son los sectores de la centro-derecha democrática, incluso con el ex-ministro Moro como candidato.
Beppo es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad de París VIII y doctorado en Historia Social de la Universidad de París I (Panthéon-Sorbonne). Actualmente es profesor titular en la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ) y editor de las revistas Lugar Comum y Multitudes. También es uno de los animadores de la animador de la Rede Universidade Nômade. Publicó, entre otros libros, New Neoliberalism and the Other. Biopower, antropophagy and living Money (Lanham: Lexington Books, 2018), en coautoría con Bruno Cava. Su último libro, de 2019, es Entre Cinismo y Fascismo (Autografia: Rio de Janeiro).
¿Cuál es tu análisis sobre el modo en que Bolsonaro está gobernando? ¿Cuáles son los rasgos centrales de su modo de hacer política?
-Hay una impresión bastante difundida de que Bolsonaro no está gobernando. Pero, podemos pensar que ése es el proyecto: fragmentar y destruir. Él continúa en elecciones. Nunca dejó de alimentar el eje fundamental de su éxito electoral: las guerras culturales.
-Ahora, aunque sean culturales no dejan de ser guerras y los gestos de los últimos meses van en ese sentido. Peor, sabemos que Brasil no precisa de guerra, ya la tiene. Bolsonaro siempre fue eso sociológicamente, ahora él es realmente la expresión política de las facciones de esa guerra que bloquea a la democracia brasilera. Él está demostrando que apuesta a un aumento general de la violencia y eso en una situación que ya es insostenible: liberación de venta de armas, municiones sin rastreamiento.
Hasta la ya increíble violencia en el tránsito quiere aumentar. Él aumenta la violencia y quiere que se vigorice la indiferencia delante de las víctimas, inclusive con las decenas de millares de muertos por el COVID-19 que su gestión está provocando: en la semana de publicación de esta entrevista llegaremos a 70 mil muertos y vamos a “triplicar la meta” (sólo contando la notificación oficial y esperando que las medidas de Estados y municipios reduzcan la masacre que el Planalto planifica). En Francia e Italia (que decretaron cuarentenas rígidas), ya hay procedimientos judiciales en marcha e involucran a esos gobiernos: ¿qué debería o deberá suceder aquí donde incluso el Ministerio de Salud fue desmantelado?
Hasta la pandemia, había un equilibrio precario entre ese proyecto mortífero y la agenda neoliberal de Paulo Guedes (ministro de Economía). El dispositivo de legitimación del gobierno fue doblemente alimentado por la herencia lulista: indirectamente, hubo una continua renovación de la polarización con Lula y el PT (la decisión sobre la prisión en segunda instancia, el “vaza jato”*, The Intercet, etc.); directamente, había una actualización de la agenda de reformas neoliberales definida en el ámbito del gobierno Dilma y que tiene por nombre “ponte para o futuro” (puente hacia el futuro).
Con la llegada de la pandemia, ese equilibrio se desvaneció. Bolsonaro no solo dejó de hacer lo poco que hizo antes, sino que el equipo económico quedó totalmente desorientado, incapaz de integrar el cambio de paradigma que impone esta crisis de dimensiones bíblicas: todavía piensa en «ajustar» un mundo que ya no existe.
En este escenario, Bolsonaro pasó a sabotear lo que, a pesar de él, algunos de sus ministros hacían, en particular Luiz Enrique Mandetta en Salud. Así, Mandetta se transformó en un problema no solamente porque negaba el negacionismo bolsonarista (“es una gripecita”), sino porque muy simplemente no cabe en esa forma de fascismo ninguna defensa de la vida como derecho. Este gobierno es un gobierno de la muerte y en nombre de la muerte, no por nada sus pocos seguidores hacían la danza del cajón en la Avenida Paulista, frente a la FIESP (Federación de Industrias del Estado de São Paulo), que por lo visto no tiene miedo de mancharse con ese tipo de performances hediondas.
Deriva Autoritaria
Recientemente, el secretario de Gobierno, general en actividad Luiz Eduardo Ramos, hizo una declaración emblemática del clima de intimidación instaurado por Bolsonaro: excluyendo la posibilidad de una intervención militar, dijo que “el otro lado no puede estirar la cuerda”. El hecho es que la cuerda ya reventó, incluso en función de ese tipo de chantajes. Hay una deriva autoritaria, algo del tipo venezolano, de ese gobierno que quedó desnudo delante de los ojos de todo el mundo.
Ante esas evidencias, tenemos algunos desdoblamientos en direcciones opuestas: el gobierno perdió algunos de sus pilares técnicos, el ministro Moro abandonó el barco y lo hizo intentando revertir el colosal error político de haber participado de esa avanzada autoritaria, o sea, creando los mayores perjuicios políticos y hasta judiciales al gobierno. La salida de Mandetta tiene la misma dimensión: a pesar de que su legitimidad se constituyó durante la pandemia, el ex ministro de Salud se fue indicando claramente -como en el caso de Moro- que un trabajo bien hecho no cabía (y no cabe) en el ámbito del gobierno Bolsonaro: incluso (Nelson) Teich, su reemplazante en la cartera de Salud, quien había aceptado legitimar la partida de Mandetta y es orgánico del bolsonarismo, no pudo soportar el paso de la opción mortal del presidente.
La segunda dirección es la desmoralización del “ala militar”. Más de tres meses de crisis política sobrepuesta a la aguda crisis sanitaria han mostrado que los miles de militares que ocupan el gobierno federal no son vector de ninguna racionalidad, sino que defienden este gobierno mortal como suyo: la intervención militar en el Ministerio de Salud es la culminación de esta deriva.
Aún la salida del ministro –que es parte de la tentativa actual de “moderar el tono”– no conseguirá resolver muchas cosas. El episodio de [Carlos] Decotelli (que llegó a ser anunciado como ministro de Educación, pero no tomó posesión del cargo) muestra la dificultad que tiene el gobierno de encontrar alguna figura competente que le permita dar contenido a esa mudanza de “forma”. Bolsonaro explicó muy bien en la reunión del 22 de abril que él no toleraría nunca un ministro exitoso en su gestión.
Después de la prisión de Fabricio Queiroz, ¿cómo se debe mover políticamente Bolsonaro? ¿Se inclinará hacia esa pespectiva “Jair paz y amor”, que algunos analistas señalan?
–Parece que él eligió el “modo paz y amor”, como hizo Lula en 2005. La captura de Queiroz** es parte de las malas noticias que él tenía previstas y explica tal vez parte de su comportamiento. Ahora, la modalidad (por parte de la Policía Militar de Río) y el lugar de la detención (en la casa del abogado del clan que frecuentaba ostensiblemente el Planalto) tal vez tengan escapado de sus esfuerzos de reducción de daños.
Pero lo que podría haber sido un desgaste, terminó en desastre: nadie puede fingir estupidez y continuar ignorando la promiscuidad entre el clan y las redes de las milicias de Rio de Janeiro.
No creo que haya ningún pasó atrás y, todavía menos, alguna transformación que no sean ensayos tácticos para ganar tiempo o hasta para favorecer acuerdos de cúpula: pero la esencia es la misma. No debe haber ninguna ilusión: alguien que en medio de una pandemia de proporciones históricas, con decenas de millares de muertos, centenas de miles de enfermos, vacía el Ministerio de Salud e intenta resolverlo por manipulación de datos, no es digno de ningún tipo de confianza.
Del mismo modo que no hay transformación posible de Bolsonaro, sería un error grave que actores institucionales que hoy están en la primera línea de la defensa de la democracia crean que sería el momento para establecer algún compromiso. Excluyendo aquí el debate sobre el hecho de que la aplicación de la ley no debería ser parte de acuerdo alguno, en término políticos sería muy errado. Del mismo modo que cuando Lula consiguió saltear el escándalo del “mensalao”***, esa práctica pasó a ser industrializada (con consecuencias nefasta para la economía y todavía peores para la izquierda y el país). Si Bolsonaro y el partido invisible (que es el partido militar) que lo sustenta pudieran superar este momento, ellos avanzarían aún más por sobre la democracia. La “venezolanización” de Brasil (que significaría el caos, o sea la destrucción del país, por medio de su fragmentación sin fin, de tipo corporativo-miliciana) es una posibilidad concreta que todos tenemos que tener bien presente: en Venezuela, lo único que resta es irse, emigrar.
¿Cómo analizás las recientes encuestas de aprobación del gobierno Bolsonaro?
-Creo que la resiliencia de Bolsonaro no es consistente. Por un lado, tenemos su núcleo duro compuesto por el fascismo social y el evangelismo. El fascismo (o neo-esclavismo) social es ese que la gente vio en el episodio del niño que murió en Recife (un niño negro de cinco años, hijo de una trabajadora doméstica, quedó al cuidado de su patrona cuando su madre salió a pasear el perro. Cayó del noveno piso del lujoso edificio), es aquel que dice: “¿estás con pena? Llevala para casa”. El fascismo social brasilero siempre estuvo presente. La novedad es que ahora tiene una cara ideológica, no vota más al PMDB (partido de centro derecha, al que pertenecen Fernando Henrique Cardoso o Aecio Neves) o un partido del Centrão (grupo de pequeños partidos conservadores siempre cerca del poder para obtener algún beneficio, gobierne quien gobierne).
Sectores importantes del evangelismo transforman la fe en política y producen altos niveles de irracionalidad. Pero el apoyo de la jerarquía evangélica precisa ser alimentado por las fake news y tienen un alto costo. ¿Hasta cuando la cloroquina milagrosa conseguirá juntar la fe en Cristo y la danza del cajón de los bolsonaristas?
Pero lo que lo salva hasta ahora es, paradojalmente, la pandemia y eso de dos maneras: gracias a la pandemia él tiene la oportunidad de colocar su nombre en un subsidio para los más pobres que no fue pensado ni por él ni por su ministro de Economía; el respeto por el confinamiento hace que los gigantescos cacerolazos diarios (todavía) no se transformen (como pueden) en las movilizaciones callejeras que faltan para que el impeachment tome cuerpo.
Al mismo tiempo, por un buen periodo, consiguió hacer que las movilizaciones fake de sus seguidores (armadas con gente pagada) ocupasen sin contestación ninguna la avenida Paulista y la Explanada (del Planalto, en Brasilia). Pero el movimiento popular de las hinchadas por la democracia (torcidas anti fascistas) en São Paulo y en Brasilia, los antifacistas en Porto Alegre y Curitiba como el movimiento antirracista en Rio de Janeiro mostraron que –a pesar del confinamiento– hay un gran potencial de movilización por la democracia. La movilización de los trabajadores de reparto de las plataformas también confirma el gran potencial de movilización social y democrática.
Esa resiliencia de Bolsonaro, pues, es más flaca de lo que los números parecen indicar: él ya no moviliza.
Imitación del lulismo
Es curioso ver que Bolsonaro repite –y peor– los mismos mecanismos que el lulismo implementó: hay una sustitución de las clases medias por los pobres que no se pueden dar el lujo de no apoyar a quien les da el subsidio. Luego, las críticas a los grandes medios y a la Rede Globo. Pero, el bolsonarismo no dispone de la misma temporalidad y de la misma economía de mediados de la década del 2000. Bolsonaro no resistiría la salida de Guedes (ministro de Economía) del gobierno y éste no está mostrando ninguna sensibilidad para esa inflexión de la política económica que es necesaria. Eso aparece claramente en la elección, terrible para la economía y el empleo, de dejar morir las micro y pequeñas empresas por miles. Si las movilizaciones por el “Fuera Bolsonaro” comenzaran a masificarse, esa base de aprobación que le resta no le proporcionará ninguna capacidad de respuesta.
Finalmente, es curioso ver a todos estos militares en un gobierno que amenaza abiertamente la democracia y los principios mínimos de la ciencia médica en nombre de un antipetismo hipócrita. La “culpa” que el lulismo tiene nunca fue la de amenazar la democracia, sino la de haberse unido a la corrupción sistémica, con la que estos militares ahora comparten los sillones y los salarios en los ministerios.
Hoy, una derecha autotitulada como “progresista y democrática” parece estar despegándose de Jair Bolsonaro y preparándose para atacar. ¿Quiénes son y cómo son los movimientos de esa derecha?
-Grandes sectores de la derecha que habían apoyado a Bolsonaro en la segunda ronda, o se mantuvieron neutrales frente a la posibilidad de una quinta victoria del PT en 2018, están haciendo una oposición firme: cómo no pensar en Doria o en la posición frente al impeachment del partido Novo. Esto incluso involucra a sectores del gobierno: Mandetta y Moro. Los dos son ahora pilares críticos al bolsonarismo. Tenemos una expansión del campo comprometido con la democracia y esto incluye las posiciones de ciertas instituciones que han entrado en conflicto con la negación irresponsable de Bolsonaro: los gobernadores, los intendentes, el Supremo Tribunal Federal (la Corte Suprema), sectores del Congreso Nacional.
Este movimiento de sectores de la derecha contra el bolsonarismo no tiene un “centro” y participa en un movimiento más general de convergencia, en defensa de la democracia, que proviene de la conciencia de la violencia de la intimidación bolsonarista y de cómo el «ala militar» permitió que eso se afirme. Al mismo tiempo, en esta movilización puede haber uno o más intentos de construir una fuerza de derecha democrática y viable: es fácil ver que uno de ellos puede gravitar en torno a la figura de Moro y su eventual candidatura a la presidencia. Esta es una fortaleza y una debilidad de esta convergencia del 70% por el impeachment, ya que el Lulismo ya se está lanzando contra este movimiento.
¿Cómo se están moviendo los petistas en el escenario político? ¿Cuál es tu lectura de la oposición del PT al gobierno?
-Inicialmente el PT fue tímido y el propio Lula intentó sabotear las articulaciones de la construcción de convergencias antifascistas como “Juntos”, “Somos el 70%”. Pero luego el PT tomó una posición firme en las movilizaciones por el Fora Bolsonaro y está muy presente en las calles, pero menos que el PSOL. Sin embargo, las divisiones y los cálculos tácticos se están rehaciendo. El PT atraviesa algunas contradicciones objetivas en estas movilizaciones. Por ejemplo, un momento de gran debilidad para Bolsonaro fue y sigue siendo la salida de Moro. Como dijimos anteriormente, no hace falta mucho esfuerzo para ver que aquí el lulismo converge con el bolsonarismo en un intento de debilitar a Moro en todos los niveles: judicial y político.
Esto aparece claramente frente a la ofensiva contra el Lava Jato llevada a cabo por el Fiscal General de la República: el lulismo y, en general, el campo legal que critica al Lava Jato está con [Augusto] Aras quien, como todo indica, está trabajando para Bolsonaro contra Moro. La contradicción no se limita a esto, podríamos mencionar el apoyo de los partidos de izquierda a la dictadura de Maduro, fruto de un chavismo que es una de las tendencias del bolsonarismo. La otra contradicción se refiere al hecho de que el bolsonarismo ataca a los grandes medios de comunicación de la misma manera que el Lulismo lo atacó durante el juicio político de Dilma y el Lava Jato.
Empresarios y grandes grupos mediáticos también parecen haber adherido al discurso contra Bolsonaro. ¿Por qué? ¿Cómo comprender esta historia de alianzas y rupturas?
-La formulación es incorrecta: hay grupos de los principales medios de comunicación que han sido, desde antes de la crisis pandémica, protagonistas de la oposición al gobierno de Bolsonaro y la defensa de las instituciones democráticas. Me parece que los principales medios de comunicación más modernos (Globo en particular) están jugando un papel similar al de los grupos de medios liberales en los Estados Unidos (como CNN) en la lucha contra las nuevas formas de fascismo.
Aquí tenemos dos elementos importantes: el primero es que no es verdad, como algunos se apuran en asegurar, que el “capital” hoy está lejos de la democracia. Por el contrario, los sectores más importantes del capitalismo global actual defienden la democracia. Contrariamente a lo que se dice, no estamos asistiendo a la deriva autoritaria del neoliberalismo, sino sólo a su crisis y esta crisis implica también la crítica que viene de la izquierda, al otro lado del llamado «populismo».
En esa crisis, los liberales defienden con fuerza la democracia representativa. El punto es que ésta necesita encontrar la fuerza para resistir las amenazas del populismo de derecha (prefiero hablar de una nueva forma de fascismo, mientras que en Venezuela o Nicaragua el populismo autoritario tiene una retórica de izquierda, de la misma forma que el mexicano López Obrador, que niega el virus, también tiene una retórica izquierdista). La dificultad radica en el hecho de que necesitamos defender la democracia representativa y al mismo tiempo ir más allá (no quedarnos cortos). Este enigma estaba obstruyendo el horizonte político y sólo comenzó a ser atacado con eficacia por el levantamiento antirracista norteamericano. Las multitudes multiétnicas que afirman que “las vidas de los negros importan” rompieron el enigma (así como los negros “explotaron” la candidatura de Sanders para tener un candidato demócrata capaz de sacar sectores moderados del centro). El lulismo, desde 2013, está destruyendo al mismo tiempo movilizaciones independientes en las calles y cualquier salida institucional moderada (recordemos la campaña electoral criminal contra la persona de Marina [Silva] en 2014 y cómo Lula engañó a Ciro [Gomes] en 2018).
No estatal, pero tal vez común
Hay un segundo elemento de reflexión que necesitamos hacer. Las críticas a los principales medios de comunicación en los años ‘90 y 2000 fueron correctas y erróneas al mismo tiempo. Correctamente, contribuimos a la revisión que hicieron (por ejemplo, la autocrítica de Globo sobre su proximidad a la dictadura militar en 2013 fue sincera); apoyamos erróneamente un “control” público que se habría convertido en un multimedio estatal que hoy estaría en manos del fascismo bolsonarista (y antes de la carrera loca por la polarización del lulismo). Esto nos remite al hecho de que tenemos que tomar en serio la cuestión de lo común.
Lo común no tiene nada que ver con lo estatal, como la izquierda hegemónica siempre afirma y hace: precisamos ir más allá de la polarización entre Estado y mercado, fuera de este desplazamiento no hay salvación. De todos modos, si hay sectores empresariales que se han unido y apoyaron el fascismo bolsonarista –aquellos que aparecen en investigaciones sobre fake news y manifestaciones antidemocráticas, pero también en la cúpula de la FIESP–, hay sectores del gran empresariado que no se han unido y se oponen.
Detonando el soft power
Incluso el agronegocio debe estar muy preocupado. Bolsonaro y su ministro de ganado son un gran problema de la misma forma que los panfletos ideológicos de Itamaraty son verdaderos atentados a los intereses nacionales. Cuanto más hablamos de la Patria, menos se defienden los intereses de los patriotas. Es curioso que generales y oficiales de reserva se comprometan con un gobierno que destruye diligentemente uno de los capitales más valiosos de Brasil: su imagen, su soft power. Este soft power no tiene nada de abstracto e idealista; la carta de los administradores de los fondos de inversión más grandes del mundo ya ha insinuado cuánto vale, de la misma manera que Macron ya ha dicho que no habrá acuerdo con el Mercosur y el Congreso estadounidense excluyó a Brasil de varios acuerdos.
Notas:
*Vaza Jato: es el término utilizado por la prensa brasileña para el escándalo provocado por la filtración de conversaciones de la app Telegram sobre las acciones, decisiones y posiciones de los funcionarios que realizan investigaciones para la Operación Lava Jato.
** Queiroz es un ex policía allegado a la familia presidencial. Fue compañero de pesca de Jair y chófer y asesor de Flávio, primogénito del jefe de Estado. Está preso en una causa de corrupción en la que está vinculado el hijo del presidente y actual senador.
*** Mensalão: la traducción sería “gran mensualidad”. Se refiere al escándalo del gobierno Lula en 2005 sobre el pago de sobornos a través de asignaciones mensuales a muchísimos diputados de diversos partidos, además del PT, para aprobar las leyes que desde el Planalto se requerían.
Esta entrevista fue publicada el 7 de julio en http://www.ihuonline.unisinos.br/ publicación del Instituto Humanitas Unisinos, de Sao Leopoldo, Rio Grande do Sul.
Traducción y edición: Nahuel Croza | Canal Abierto