Redacción Canal Abierto | En Satisfaction en la ESMA. Música y sonido durante la última dictadura (1976-1983) el periodista, investigador y compositor Abel Gilbert aborda el rol que tuvo la música durante la última dictadura. Así, junto al análisis de obras compuestas durante la última dictadura cívico militar aparecen otros sobre la resignificación del verbo «cantar» en su acepción a la delación, las músicas que sonaban en los interrogatorios con torturas o las resignificaciones que ese contexto le daba a determinadas canciones.
Desde el título la obra adelanta que será algo más que un recorrido por la música que marcó esa época al incluir el término sonido en los alcances del objeto de estudio. “La música presupone una organización consciente del sonido, un trabajo reflexivo de articulación de los materiales. El sonido y el ruido también pueden ser organizados, pero el sonido es una suerte de soundtrack paralelo que atraviesa una época. A la vez, una música puede dejar de portar sentido y ser mero sonido. Así que la distinción es pertinente, porque finalmente apunta a como lo capturó la escucha en un momento determinado”, explica el autor a Canal Abierto.
Si bien el origen de este trabajo fue una tesis doctoral del autor, tanto el léxico como el formato en el que está redactado hacen que el libro sea de fácil lectura para el público no habituado a la academia. “Tuve el privilegio, la comprensión y el apoyo tal vez modestamente y agradecido en reconocimiento a mi propia trayectoria de que el tono ensayístico fue aceptado como proyecto. Eso no implicaba un desconocimiento de trabajo con las fuentes ni con el aparato crítico ni con ciertos procedimientos que son indispensables para formular un trabajo de tesis. Pero la matriz ensayística está desde el principio”, señala Gilbert.
Este punto no es menor cuando se tiene en cuenta que parte de los abordajes que tiene el libro refieren a la percepción de los mensajes de la música en ese contexto, significaciones algunas que fueron dadas por esa situación y otras que pudieron entenderse a posteriori.
Sobre esto, el investigador apunta que para la dictadura “la música no tiene un uso específico, aunque hay un momento, en 1980 cuando el régimen cree que tiene las condiciones para perpetuarse encarga un par de obras. Ese es el único momento de la afirmatividad de la música: el estado cura, el estado encarga, el estado inclina. Si bien tenían el control del Teatro Colón a partir de la Fuerza Aérea, no hay un uso deliberado de la música en términos de su potencial de amalgama social como podía ser el fútbol y un mundial. Un mundial en un país que se autodesignaba como el mejor país del mundo y que había tenido una suerte de sucesivas desventuras en los certámenes anteriores. La música no es un equivalente”.
Y agrega que “lo que interesa de la música tiene que ver con el hecho de qué se producía y qué se escuchaba y cómo se escuchaba. ¿Cómo el terror determinaba los límites de comprensión de un objeto musical? En el 77 ya hay indicios que uno puede tener leídos y escuchados desde el presente indicios claros del reflejo de la experiencia de esos años pero que no se podían escuchar en esa clave en ese momento. Hablar de la música en esos años es hablar de la experiencia de la escucha sometida el terror que anulaba los sentidos”.
Gilbert sostiene que “nunca escuchamos dos veces una misma canción. Siempre una canción tiene una capa de sentidos que están determinadas por el momento de la escucha. Lo que tiene que ver con Satisfaction es que formaba parte de la playlisit del torturador. Así de sencillo. No tiene que ver con una banalización, sino con todo lo contrario, es la experiencia más fuerte de dislocación de la música. Ningún compositor controla los sentidos de la música. Uno cree que le va air bien y le va mal o cree que la gente entiende una cosa cuando entiende otra… Eso es completamente superado por la conversión de un objeto musical en fuente de dolor y de punición de otro. Ya estamos en otro nivel que no tiene que ver con la comprensión ni los significados sino con ese agujero negro en el que la violencia extrema se articula con la música”.
El estudio aborda la función múltiple que tenía la música en los campos de centros clandestinos de detención. “Por un lado, acallar el dolor o los alaridos durante la tortura. Después generar una suerte de cortina omnipresente musical. También doblegar psicológicamente. Porque atormentarte con los discos que te constituyeron como sujeto como podía ser Serrat era claramente una disfuncionalidad objetiva del propósito de esa canción. Después estaba la música en términos de amplitud, en términos acústicos con altos decibeles para provocar daño físico. Lo que después se constituye en Guantánamo como regla ya en el marco de la Operación Condor y de la Dictadura de los Coroneles ya se aplicaba. Eso formaba parte de los manuales de tortura de la CIA. cada dictador lo llenabas con los contenidos que querías llenarlo. Muchas veces ese playlist era azaroso y otra era deliberado. ¿Qué significaba poner en la Unidad 9 de La Plata La montaña de Roberto Carlos para que los presos escucharan «te agradezco señor por un nuevo día?” Como si la vida se prolongara un día, y un día y otro día en estado de suspensión permanente”, apunta el autor.
Otro punto que se destaca en la escritura del libro es la utilización de la primera persona en algunos capítulos. “Eso implica un acto de honestidad intelectual. Yo era u adolescente en esa época y en algún momento fui un joven. En el 80 tenía 20 años. Por lo tanto necesitaba una suerte de desdoblamiento porque aquel que era no soy hoy. Aquel que soy hoy reconoce un montón cosas que no reconocía. Así que no podía aparecer como el fiscal que se las sabe todas, porque yo también fui una persona que a pesar de haber crecido en un hogar politizado a la que muchas cosas me pasaban por delante. No todas, pero muchas sí. Así que la primera persona implica reponer y exponerse en esa paradójica realidad de quién fuiste y quien sos”, concluye Gilbert.