Por Gladys Stagno | “Soy una sobreviviente de abuso sexual, mi adolescencia está marcada por este horror. Hoy soy mayor de edad y junto a mi familia llevo una lucha sin cuartel signada por el poder y la desigualdad contra el cura Juan de Dios Gutiérrez”.
El comienzo de la carta que Agustina le escribió este 8 de marzo al juez a cargo de su causa resume la historia que la llevó hasta acá y la empujó al juicio contra el sacerdote que en 2015 lideraba el grupo de Jóvenes Unidos por Amor a Cristo (Jupac), en Belén, Catamarca, cuando ella tenía 16 años.
Dios en la tierra
“Las mellizas concurrían desde fines de 2014 al grupo juvenil. El coordinador era el sacerdote Juan de Dios Gutiérrez, tenía unos 40 chicos a cargo de él. Ahí comienza todo -relata Alejandra Carrizo, mamá de la joven y de Florencia, su melliza, en diálogo con Canal Abierto-. Al tiempo de que ellas ingresan yo comienzo a ver cambios, sobre todo en Agustina porque Florencia fue un tiempo y después dejó porque no le gustaban ciertas actitudes de este cura. Pero Agustina siguió yendo porque se sentía útil. Ella siempre dibujó y él le dio la responsabilidad de los talleres de dibujo y le dijo que ella hacía falta”.
Desde que las mellizas y su hermana mayor eran chiquitas sus padres estaban separados. Su mamá era docente y trabajaba de 8 a 16. Y desde hacía un tiempo que Agustina estaba siendo tratada por bulimia, trastorno alimentario del que se recuperaba. Toda esa información que la joven compartió con Gutiérrez a medida que él se fue ganando su confianza fue usada por el cura para manipularla, como se verifica en los más de 5.000 mensajes del chat entre ambos que figuran en la causa.
“Con mi marido nos habíamos separado hacía mucho tiempo, él tenía contacto con las chicas y todo estaba bien. Pero el cura se posicionó en el papel de padre, le decía que era ‘Dios en la tierra̍’, que su familia no estaba bien, hasta el punto que ella no quería compartir nada con nosotras y empezó a no querer ver a su papá”, agrega Alejandra.
Gutiérrez le dijo que era “huérfana de padres vivos”. “Tu mamá y tu papá no sirven y tus hermanas tampoco”, le aseguró. Logró que ella le dijera “pa” y él le decía “m’ija”. Después, empezaron los abusos.
Más poder que cualquiera
Primero fueron los besos, que el cura disfrazó de ritual religioso. Lo llamó “beso trino” y consistía en besar la frente, la nariz y la boca de la adolescente “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Hasta que ese 21 de septiembre, aprovechando que sus hermanas estarían en un festejo del pueblo y su madre de viaje, la violó debajo de un puente, en la ruta hacia un sitio de adoración católico. “Le dijo que él la tenía que preparar para cuando ella tuviera novio. Que como padre la tenía que preparar. Ella nunca pudo contarlo. Uno nunca piensa que mandar a sus hijos a la parroquia les pueda hacer tanto daño”, recuerda su mamá.
Alejandra se enteró un mes después, cuando Agustina sufrió una crisis nerviosa en la Escuela 18 Ejército de los Andes, donde solía ser abanderada: “Me llaman para decirme que la habían llevado al hospital en ambulancia. Desde hacía un tiempo venía con ataques de pánico y desmayos. Cuando yo llego estaba con mucha ansiedad y la medicaron. Como ella estaba con el guardapolvo, me vengo a casa a buscarle ropa porque iba a quedar internada y encuentro en su cama la computadora. Ahí estaba el chat”.
Hasta entonces, su mamá sólo tenía sospechas pero ese día pudo leer al abusador en acción, en miles de mensajes donde pasaba de la manipulación al hostigamiento cuando, después de la violación, Agustina dejó de asistir a la parroquia. El último chat era de ese mismo día, 23 de octubre, a las 4 de la mañana. Allí Gutiérrez amenazaba a la joven y detonó su crisis nerviosa.
“Yo no sabía cómo contarlo. Me entró el miedo y la desesperación. Me amenazaba en el chat y me pedía que borre todo, que no dijera nada. Que Dios aprobaba todo lo que me hizo: con una confesión quedaba todo limpio. Me decía que tenía más poder que cualquiera, que con sólo levantar el teléfono nos podía hacer desaparecer a todas”, detalla Agustina en el podcast Las Tejenderas del pasado 13 de marzo.
Además de borrar el chat, el sacerdote le pedía que rompiera las cartas y las fotos. Una de esas cartas fue escrita por él pero obligó a la adolescente a dársela a su mamá como si fuese propia. En el escrito aseguraba que Alejandra era “la peor madre”. “Decía que a mí me importaban los hijos de otros, que eran mis alumnos, que yo abandonaba a mis hijas. Que su padre y yo éramos padres ausentes y que ella tenía que confiar en él porque su único padre era él”, recuerda angustiada.
Una de las fotos, que está como prueba documental en la causa, lo retrata a él vestido de cura junto a Agustina. Ella lleva un guardapolvo y carga en sus brazos a un niño Jesús de tamaño natural. Atrás, de puño y letra de Gutiérrez, puede leerse: “Ésta es la familia que Dios quiere».
Un poco de paz
Luego de seis años y múltiples dilaciones, el juicio contra el cura imputado por el delito de abuso sexual con acceso carnal agravado por ser ministro de culto tiene fecha para comenzar este 14 de abril en modalidad virtual. Y desde aquel día en que Alejandra encontró las pruebas y acudió inmediatamente a la Fiscalía departamental para denunciar, mucha agua corrió bajo los puentes de todos los protagonistas de este horror.
Agustina pasó por distintos tratamientos psicológicos y psiquiátricos e intentó quitarse la vida muchas veces. “Me quería morir. En todos estos años apenas pude sostenerme”, cuenta. Hoy está saliendo, y tiene la esperanza de que, con el juicio, “pueda superar esta pesadilla, encontrar un poco de paz y ser libre”. También estudia arte y en sus obras plasma parte del horror que le tocó vivir. En su escultura titulada Ansiedad hay una chica con el pecho abierto. En uno de sus cuadros, otra llora mientras es sujetada por un hombre vestido de sacerdote.
Lleva adelante sus estudios en San Fernando del Valle de Catamarca donde se mudó junto a su madre y sus hermanas un año después, porque el bullying y el hostigamiento que sufrían les volvió la vida invivible. “Yo quería que terminaran los estudios y aguantamos ahí un año más, pero fue terrible la sociedad cómo nos ha tratado. Éramos las que habíamos llevado la desgracia al pueblo porque habíamos denunciado y estaban enojados porque Belén era noticia por un caso así. Yo trataba de hacer una vida normal, pero las mujeres de la Legión de María me veían en la calle y me escupían”, narra Alejandra.
“Catamarca es una provincia altamente católica. Como era el curita del pueblo y la Curia cubre todo, todos estaban de parte de él. Se hicieron marchas pidiendo ‘justicia para las dos familias’, la nuestra y el cura”, agrega. En Belén quedaron los abuelos, el padre de las chicas, el trabajo de Alejandra, y la “vida normal” que ya no les permitirían tener.
En este tiempo, la mayoría del apoyo y la contención la recibieron de la Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico (SAE) de Argentina, la cual integran desde entonces.
Por su parte, la Iglesia apareció en casa de la familia de Agustina en la persona de Julio Quiroga del Pino, titular de la Comisión de Abusos Sexuales de la Diócesis de Catamarca y mano derecha del obispo, Luis Urbanc. Un día, el vicario tocó la puerta que abrió Florencia y le dio dos cartas firmadas por el obispo: una para su hermana y otra para su madre. Allí las invitaba, cuando estuvieran “bien”, a charlar al Obispado. Antes de marcharse le dijo a la joven: “Más vale que estén diciendo la verdad porque si no les va a caer todo el peso del castigo divino”.
En tanto, Juan de Dios Gutiérrez sigue siendo cura. En seis años estuvo preso 35 días tras los cuales fue liberado luego de pagar una caución de 50 mil pesos. Recuerda Alejandra: “Ese día el pueblo se había reunido en la comisaría y él salió como cuando ganás algo, con los brazos abiertos. La gente le tiraba pétalos de flores y le decía ‘viva el Padre Juan’”.
Las pericias que le practicó el Cuerpo Interdisciplinario Forense señalan que tiene un “trastorno de la personalidad psicopático, en donde se evidenciaría un fuerte narcisismo y capacidad de manipulación”. Su primer abogado, Guillermo Narváez, admitió públicamente que desistió de renunciar luego de una llamada del obispo Urbanc, quien se sospecha paga su defensa.
Alejandra, ¿cuál es la relación que vos y Agustina tienen ahora con la fe?
–Nuestra familia es católica pero esto no tiene nada que ver con la fe. Uno puede tener fe por muchas cosas, es algo a lo que se aferra alguien para seguir viviendo, pero no participamos más. La Iglesia, como institución, ya no, porque tienen a esa gente ahí. La gente nos decía que no hagamos nada porque cómo íbamos a atacar a la Iglesia. Nosotras no estamos atacando: Gutiérrez es una persona común que no cometió un pecado, como dicen para perdonarlo, cometió un delito, y estamos pidiendo que se haga justicia.