Por Carlos Fanjul | EL PELO DEL HUEVO
¿Hay un cambio en la manera de jugar de las grandes selecciones? En Cuartos de Final de la Eurocopa, Italia eliminó a esta Bélgica del español Roberto Martínez que agrada siempre por su fútbol, que ha crecido como nunca, pero que parece habituada a quedarse de forma reiterada en la puerta de la fiesta. Como antes hacía aquella hermosa Holanda de Cruyff, o antes la otra Hungría de Puskas.
El equipo de Roberto Mancini es una Italia nueva, que en nada se parece a aquella Italia inventora del catenaccio y la fiereza como banderas. Ahora destila fútbol ofensivo y, de a ratos, hasta bellamente estético. Es otra cosa, como si hubieran tirado todos los libros por la ventana y leído otros. Esta Italia le ganaba bien y claro a Bélgica por 2 a 0. Llegó el descuento y lo tanos, en un largo rato de la segunda parte, no tuvieron drama alguno en meterse atrás, como hacia aquella otra. A nadie se le cayeron los blasones.
Lo mismo vimos en las estrategias de varios de los popes del mundo. Lo hizo la cambiante Alemania hasta que fue eliminada, también Inglaterra frente a los alemanes, y hasta la temible Francia campeona del mundo en varios pasajes de otros partidos.
Es como que pareciera que se va tendiendo a jugar sin estilos fijos, o, tal vez para mejor pensarlo, sin un único estilo, sino con la mezcla de todos los que están a mano.
En resumen: sin dogmas que te obliguen a ser siempre uno solo, so pena de pasar al temido estamento de eterno traidor a la patria.
Tonito este tan argento después de tantísimos años de estúpido debate entre los defensores del lirismo que chamuyaban como si jugaran sin defensores, o los aferrados al bidón y las estrategias defensivas como si sus equipos no supieran el significado de la palabra delantero. Dos grandes sanateros que nos aburrieron el debate durante casi veinte años.
Aunque ya perimidas esas discusiones, que solo quedan para recónditos lugares de fundamentalistas, hay que reconocer que aún dejan sus resabios a la hora de analizar el juego del hoy.
Angustia. “Argentina esta para golear y después se lo llevan por delante”, se escuchó una voz angustiada tras la cómoda victoria ante Ecuador, que no fue nada cómoda en algunos pasajes del partido de Cuartos. “Sufrimos frente a equipos menores”, emergió altisonante uno de los tantos que sigue convencido de que Argentina tiene un fútbol de nivel predominante en el mundo.
Aunque ya por estas horas nuestros corazones solo palpitan por el choque frente a los colombianos por las semifinales de la Copa y de reojo miramos al Brasil ya finalista, vale decir que en la topada contra el equipo de Alfaro nuestra selección no padeció aquel mismo síntoma del comienzo del torneo, en el que tras apabullar un buen rato al rival era como que se tildaba tal que fuera una compu con internet cachuza. En estas columnas lo graficamos como una especie de desconexión de la mente, que de pronto provocaba como un olvido de lo que se estaba haciendo hasta diez minutos antes.
Esta vez fue distinto. Fue arrastrada durante un ratito por un equipo que se negaba a perder y que en el ingreso de Gonzalo Plata encontró que también podía tener los bolsillos llenos de billetes para ir por más.
En el resto de ese segmento de no-dominio, a este columnista le pareció más que el equipo ha encontrado en ese retraso una manera de no estirarse tanto y desprotegerse en un retroceso a las apuradas y sin corte en el medio, como denunciábamos tiempo atrás.
Después, renació el buen juego y llegó la goleada con Messi y Di María en altísimo nivel. Y también la subsistencia de Scaloni, quien volvió a meterse en semifinales con los mismos otros tres apellidos que en la edición 2019: Tité, Ricardo Gareca y Reynaldo Rueda, esté último con más méritos incluso, ya que aquella vez lo hizo con Chile y ahora con Colombia.
El entrenador argentino además acumuló 18 partidos sin perder y empardó la marca de Marcelo Bielsa, lograda entre 2000 y 2002 en las Eliminatorias del Mundial de Corea-Japón.
Igual, para no irnos por las ramas, digamos que el centro de las críticas siguió siendo eso de jugar de dos maneras. Como si una traicionara a la otra, o si se tratara de una cuestión de principios.
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Secuelas. Lo genial, o lo patético de aquella sarasa de menottismo-bilardismo, fue que el líder de la selección de Menotti era un defensor que te metía los tapones en medio de los ojos si era necesario, y el de Bilardo el rey de todos los jugadores de ataque de la historia dispuesto siempre a acariciar con lirismo genial a la pelota.
Dos técnicos enormes. Dos chamuyeros también, que para crear sus personajes usaron a tiempo completo nuestra condición de cabezas de termo de la pelota.
Otro elemento curioso para observar, en esto de horrorizarnos por mezclar modos incluso dentro un mismo partido, es que los argentinos somos exportadores de buenos analistas y docentes del fútbol, pero no aceptamos que se muevan las barajas de la Nuestra. ¿Cuál es la Nuestra?
Nuestros técnicos le cambiaron la cabeza y sus estilos a montones de países. Antes y ahora.
El inalcanzable Osvaldo Zubeldía hizo de Colombia un fútbol temible en su paso por Atlético Nacional de Medellín.
Un poco más adelante, el Pato Pastoriza provocó un cambio notorio en las formas de producción de jugadores en el fútbol venezolano, que sigue sin ser potencia pero que a veces se anima a algo más.
O Marcelo Bielsa que transformó la mentalidad del fútbol chileno, cuya camada superlativa recién hoy está llegando a su ocaso pero que aún resiste y da pelea. Con el Loco está bueno detenerse un poquito más, porque además de por haber caído en primera ronda en 2002, es mirado de costado tanto por el menottismo por eso de que no disfruta de la vida y vive preocupado como Bilardo, y también por el bilardismo que sabe que le tomó su rigor táctico pero para armar una fiesta de ataque constante y con menos recaudos atrás.
Ejemplos a montones podríamos citar, en selecciones o en clubes, en donde el paso de algún entrenador argentino invirtió un rótulo, un molde, hasta ese entonces inalterable.
El Cholo Simeone, que sigue hoy ‘veleteando’ con una selección albiceleste que está a su disposición, rompió el status quo que había dejado flotando el triunfo de Italia en el Mundial de 2006 –dureza cuasi bilardista rompió con la exquisitez francesa-, y armó un Estudiantes de juego hiperofensivo para quedarse de arremetida con el título nacional de ese año. También, de alguna manera, poniendo en jaque el dogma del macaneo pincha de jamás reconocer hacia afuera eso del ‘jugar lindo’ y al ataque.
Opuestamente hoy el Cholo es un símbolo de lo amarrete, necesitado con su Atlético Madrid de dar pelea de alguna forma frente a la obscenidad económica del Barza y el Real.
Cambios y más cambios en las estrategias, por ahí debieran verse solo como herramientas necesarias en un tiempo o contexto determinados.
Y nada más, muchachada.
Por ahí solo se trata de mezclar cosas que están a la mano de todos y que pueden ser utilizadas de a ratos.
Aunque es muy pronto para dictaminar formas, pareciera que la Eurocopa nos dice esto de tirar al canasto las miradas rígidas.
Y no vivir abrazados a dogmas pavotes, mientras nos revientan a pelotazos.
Uy…al igual que en la columna anterior, esto vale para el fútbol, pero también para nuestras vidas argentas.