Por Federico Chechele | El lunes pasado, dos días después de conocerse las listas de candidatos, una radio bonaerense envió un móvil a la calle para preguntarle a la gente qué le parecían los nombres que las encabezan. El primer consultado aseguró no estar al tanto, el segundo tampoco, la tercera nada. Así una docena de encuestados, hasta que finalmente uno supo responder correctamente la nómina de un de los principales frentes electorales.
Políticos, militantes, periodistas y contribuyentes intensos de las redes sociales seguimos siendo un número muy menor de lo que es la representatividad de un país, no sólo en Argentina, sino del mundo en general. La falta de análisis por fuera de estos nichos, a veces golpea fuerte.
La política lo sabe, no lo desconoce. Por eso el sinfín de mediciones antes de seleccionar a candidatos y candidatas. En algunos casos, se apuesta por alguien cuyo desconocimiento supera lo recomendable y se le diagrama una campaña de exposición pública. Esto suele suceder en las elecciones legislativas de medio término, como las que se avecinan en los próximos meses. Rara vez se elije a un candidato a intendente, gobernador o presidente que no se conozca.
En la provincia de Buenos Aires, el Frente de Todos propuso a Victoria Tolosa Paz y Daniel Gollán. En Juntos, Diego Santilli y Graciela Ocaña por un lado, y Facundo Manes y Danya Tavella por el otro. A ninguno de los dos espacios que obtendrán más votos les sobra nada, todo lo contrario: tendrán que trabajar mucho para que la imagen de conocimiento supere los números actuales.
En la Capital Federal, la situación cambia. El larretismo alistó a la ex gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal y el Frente de Todos al dirigente capitalino más mediático del espacio, Leandro Santoro. Este esquema también se extendió en la mayoría de las provincias del país. Quizás, con el afán de renovar bancas, se reconozca a las cabezas de las listas, pero a excepción de Agustín Rossi en Santa Fe, a los demás hay que googlearlos.
Durante las últimas semanas, los correos electrónicos de periodistas y medios se vieron colapsados por los resultados de encuestas. Y si bien es cierto que todas tienen dueño (y todas terminan indefectiblemente derrotadas en las urnas), un ejercicio crítico y comparativo puede resultar útil para una lectura que ordene parcialmente la idea que se tiene de los candidatos.
La imagen negativa y positiva, las probabilidades de votar a tal candidato, los niveles de aprobación de la gestión o la valoración y menciones en redes sociales son herramientas que sirven para ubicar dónde están parados los elegidos para la contienda electoral. Los gráficos pueden ser insidiosos con los candidatos, pero suelen acercarse bastante cuando los consultados responden a su problemática cotidiana.
Los gobiernos y, fundamentalmente, las elecciones suelen dejar marcas, frases y números en la historia para que no se vuelvan a cometer los mismos errores o para profundizar las estrategias. En este sentido, las elecciones de 2019 marcaron un hito en la conjunción entre “candidato, encuesta y realidad económica”.
En la previa de aquellas legislativas, la por entonces gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal se postuló para su reelección. Según la mayoría de las consultoras, era la candidata con mejor imagen positiva (no de la provincia de Buenos Aires, sino del país). La realidad la sacudió hasta dejarla silenciada durante dos años: perdió las Primarias por casi 20 puntos de diferencia y las generales por 15. ¿Qué pasó? Las encuestadoras intentaron engañar a la sociedad pero la realidad fue contundente.
Pero volvamos a las encuestas 2021: ni la pandemia, tampoco el supuesto riesgo que corre la democracia ni mucho menos que “estamos a 7 bancas de ser Venezuela” son las mayores preocupaciones que tiene el votante de a pie. Por el contrario, la inflación, el desempleo y la pobreza siguen siendo los problemas más grandes a resolver según todas las encuestas. Solo la inseguridad aparece un escalón más abajo. Todos los demás desvelos que le siguen bajan drásticamente el porcentaje. Se puede analizar los niveles de esperanzas o escepticismos sobre lo que viene, pero la falta de trabajo y los salarios que no alcanzan fue, es y será lo que dirime el voto.
En esta encrucijada, las propuestas son casi obvias. El Gobierno culpará a la oposición por el desastre económico en que dejó al país e intentará hacer prevalecer que la mayoría de la población llegará vacunada a la hora de votar. Todo cierto, pero suena a poco. Por su parte, la oposición apuntará al mal manejo económico que se hizo durante la pandemia tratando de evitar su reciente participación en lo que quizás fue uno de los peores gobiernos desde el retorno a la democracia. Casi nada.
Desde 1984 hasta la fecha han empeorados todos los índices económicos. Hay culpables, tienen nombre y apellido. Por eso el clima social, una vez más, está alterado.
Las claves del Gobierno estarán en lograr al menos una baja en la inercia inflacionaria y algún atisbo de recuperación económica, promocionar el congelamiento de las tarifas, subrayar haber evitado un default, acusar a terceros por la permanente suba del dólar y, cómo dijo Cristina Kirchner en Escobar, lograr que “nadie intente decir que tenemos que volver a hacer lo que en cuatro años casi nos lleva al tacho a todos”, marcándole el discurso de campaña a la oposición. La Zona Cero de todas las elecciones.