Por Gladys Stagno | “Hay factores que históricamente han expulsado a la gente de los pueblos, que son dificultades con las que las personas de la ciudad se van a encontrar una vez que se muden. Eso no lo cambió la pandemia, esos factores siguen estando. Pero si esta ola termina sucediendo, si efectivamente la gente empieza a abandonar las ciudades en busca de espacio o calidad de vida, pueden traccionar mejoras dentro del pueblo. Porque en los pueblos son tan pocos los habitantes que ni a los gobiernos ni a las empresas les interesan”.
Álvaro Zone analiza un fenómeno creciente de migración interna desde la experiencia: es integrante de Responde, una ONG que hace más de veinte años se dedica a promover el desarrollo social y económico de los pueblos rurales de menos de 2.000 habitantes que, según el Censo 2010, son unos 2.500 y representan el 80% de los núcleos habitados de la Argentina. En otras palabras: más allá de su peso poblacional, la Argentina es un país de pueblos rurales.
Con la pandemia y el ejercicio forzoso del teletrabajo, tanto Responde como otras organizaciones similares notaron la multiplicación de las consultas de personas y familias que barajaban la posibilidad de irse a vivir a algún pueblo y dejar atrás su vida en alguna de las 17 ciudades que concentran casi al 60% de la población del país.
Una de ellas fue Lule Oke, criada en el barrio porteño de Flores y habitante de Caballito, quien a poco de suspendidas las clases, en 2020, decidió adelantar sus vacaciones y marchar, junto a su hijo y su perro, a una casa familiar en San Francisco del Monte de Oro, en San Luis, donde la sorprendió el confinamiento. Y la convenció de quedarse.
“Yo creo que se vive mal en la ciudad, que la ciudad tiene un método de organización comunitaria muy poco comunitaria. Que está rota la comunidad en la urbanidad. Además de la contaminación y la aglomeración, hay un tema con la vida en relación a los demás que está muy deteriorada y me parece que eso me confirmó la decisión de quedarme acá: pueblo chico, comunidad grande”, cuenta.
Para Andrea Bianco, ilustradora, la idea llegó antes que el COVID-19 y se fue dando de a poco, como a veces ocurre con los retornos. “Soy de Saladillo, pero me fui a estudiar Bellas Artes a La Plata cuando terminé la escuela. Entre La Plata y Buenos Aires, viví 22 años en la ciudad, y volvía acá de visita. Pero hace cinco años empecé a venir más seguido, armamos el Espacio Liberatta con algunos amigos artistas y decidí volver –recuerda–. Desde abril vivo en las afueras, y estoy feliz. Los tiempos, la siesta, el contacto con la naturaleza, hacer tinturas madre con las plantas… Te vas a reír, pero ver crecer la huerta me ayudó mucho en la pandemia”.
Cómo vivir
El boom industrial, primero, el cierre de ramales ferroviarios con la consiguiente destrucción de economías regionales, después, y la automatización del campo, finalmente, empujaron al campesinado a abandonar sus tierras y contribuyeron a una distribución sumamente desigual de la población en Argentina. El arquitecto, urbanista y ensayista Silvio Schachter define a la Ciudad de Buenos Aires como “una megalópolis”, donde la gente mayormente debe recorrer grandes distancias para ir a trabajar. Algo que, entre otras cosas, le roba tiempo de vida.
“A veces se miran los pueblos de una manera muy idílica, pero la realidad es que hay una pobreza estructural que históricamente ha hecho que suceda lo contrario: que la gente se vaya a las grandes ciudades –explica Zone–. Por un lado, por los factores económicos. En los pueblos, generalmente, las actividades son agropecuarias, de producción primaria, o hay algunas funciones estatales o que dependen de la comuna local. Otro factor es la conectividad: la mayoría de los pueblos tienen acceso de tierra, complicados los días que llueve, la señal de teléfono generalmente no es buena. Además, suelen tener sólo escuela primaria, así que cuando los chicos tienen que hacer el secundario tienen que irse a la ciudad cabecera que queda a X cantidad de kilómetros. Eso también es un problema para las urgencias de salud, porque en los pueblos la infraestructura típica es una salita de primeros auxilios, pero para cualquier cosa más compleja hay que salir corriendo a la ciudad vecina. A nivel estatal, nunca el foco estuvo puesto en desarrollar la vida en los pueblos sino en hacer más eficiente la vida en las ciudades. Si se invirtiera en la infraestructura de los pueblos, se descongestionarían bastante las ciudades y muchos de los problemas que surgen del hacinamiento”.
El Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) tiene 13.285 kilómetros cuadrados y, según el Censo 2010, 14,8 millones de personas viven ahí, que equivalen al 37% de la población total del país. Otro dato: en Argentina, el 92% de las personas vive en zonas urbanas. Y uno más: casi el 40% de la población vive en el 0,14% del territorio nacional.
“Todos acuerdan con que hay momentos difíciles, que no es todo una pintura bucólica de la vida en el campo, para nada. Pero también hay otra vincularidad con la tierra, con la naturaleza, tiene que ver con qué queremos hacer en este mundo”, dice Lule, quien gracias a su formación en comunicación digital y producción cultural y audiovisual armó un canal de YouTube, Porteña en el monte, donde recopila historias de otros y otras que, como ella, decidieron cambiar de vida.
De qué vivir
Para Andrea, su vocación ya incluía, de algún modo, una decisión sobre el modo en que quería vivir. “Recuerdo que a los 22 años me dije: voy a ser ilustradora para irme a vivir al campo. Y acá estoy, ilustrando desde mi casa para editoriales y otros lugares. Cerca hay un pueblito todavía más rural donde hay un montón de gente de Buenos Aires. Algunos son docentes y las clases virtuales les permitieron venirse, otros le fueron encontrando la vuelta a sus trabajos”, relata.
Por su parte, Lule agrega: “Trabajo hay siempre, en todos lados. La pregunta es qué entendemos como trabajo. Si pensamos en ser empleados, no sé si hay trabajo de ese estilo. Además, el trabajo rural es bastante intenso. Pero creo que sería bastante interesante empezar a pensar otra forma de trabajo. Yo en mi canal promuevo un poco eso: no le propongo a nadie que venga a tirar currículums porque eso no hay, pero sí que necesitamos recuperar otros modos de producción. Eso significa que las personas también pueden optar, en este cambio de vida, no sólo por dejar la ciudad, sino por elegir producir algo para la comunidad. El uso del tiempo es una de las cuestiones principales que es increíble cómo se modifica. Yo acá no dejé de trabajar, hasta trabajo más, mucho más, pero el tema es en qué, para quién, cómo”.
Zone finaliza: “Todo tiene sus pro y sus contra. Una de las cosas en las que hemos puesto el foco en los últimos tiempos es en la investigación, porque de la mayoría de los pueblos pequeños la única información disponible es el nombre. Responde se dedicó a trabajar con información en detalle, que no hay ni siquiera en los censos. Tenemos una especie de portal de pueblos con información concreta donde figuran los emprendimientos, la actividad económica, si tienen escuela, que es valiosa para quienes están pensando en irse. Muchos se dieron cuenta en la pandemia de que pueden seguir funcionando sin ir físicamente al lugar de trabajo, y buscan más espacio, más verde. Sobre todo por el temor que ahora dan las aglomeraciones: ¿qué mejor que estar en un lugar tranquilo donde sientas que no corrés peligro? Para aquellas personas que tienen la posibilidad de trabajar remoto o alternar algunos días de teletrabajo irse a vivir a un pueblo es una opción interesante y al país de los pueblos… le vendría bárbaro”.
Foto de portada: Lule Oke, Porteña en el monte