Por Inés Hayes y Melissa Zenobi | “Es una época de exhibición de la intimidad. Pero como nunca, la intimidad es política. Y Mamá Mala no corre solamente la cortina del baño donde su independencia y títulos universitarios no la dejan hacer un buche con su aliento. Mamá Mala propone que el humor, la complicidad, la intimidad con la puerta abierta se conviertan en herramientas –sin manuales de instrucción– para que el deber ser se deshaga”, dice Luciana Peker en el prólogo de Mamá Mala (editado por Hekht), el libro de Carolina Justo Von Lurzer, ilustrado por Flores. Y si bien vio la luz en 2015, su lectura se reactualiza en tiempos de pandemia y encierro, en los que las tareas de cuidado se vuelven a cargar sobre las espaldas de las mujeres.
Antes de ser libro, Mamá Mala fue posteos en Facebook, “fue mi catarsis en ese puerperio de todos los días. Empecé a recibir mensajes de mamás a las que les estaba pasando lo mismo y de repente tenía el Messenger lleno de perfiles con fotitos de bebés y a partir de eso Luciana Peker me propuso hacer una columnita en Las|12 y gracias a eso hicimos el libro”, dice Carolina en diálogo con Canal Abierto.
Hoy Mamá Mala llegó a varios países de América Latina.
“Me acuerdo una vez, en el mundo pre pandemia que una chica se me acercara en el subte cuando me estaba por bajar y me dijera vos sos Mamá Mala, yo le dije que sí y me dijo que el libro le había ayudado un montón”, recuerda la autora.
“Y otra vez en el Encuentro de Mujeres de Trelew, iba cruzando una avenida y una mujer joven me dijo ‘tu libro me salvó la vida’. Primero dije qué exagerada y después pensé que a mí me había salvado la vida, entonces por ahí también les había servido a otras”, agrega Carolina.
“Mamá Mala dejó de escribir después que se publicó el libro porque no necesité más escribir. Sin embargo, el año pasado hice un posteo sobre el puerperio y la pandemia porque me parece que mucho de lo que nos estaba ocurriendo con este encierro tenía que ver con lo que ocurre en el encierro del puerperio. Hace unos días hablé con una de las editoras de Hekht y decíamos que en la pandemia empezaron a convocarme a encuentros, a vivos de IG que no había hecho nunca en mi vida y también profesionales de la salud mental perinatal, y me dio mucha satisfacción saber que hay mucho interés en acompañar a las mujeres en ese momento tan particular”, dijo Carolina explicando el interés reactualizado en la lectura de Mamá Mala.
¿En qué te ayudo a vos sacar a la luz el lado B de la maternidad?
-Pienso en Ingrid Beck, en Según Roxy, y pienso que Mamá Mala es hijo de esa época e incorporó un montón de ese cuestionamiento y de esa parodia y esa sátira a las maternidades. En lo personal, empezar a escribir me permitió sentirme menos sola, conectar con el mundo exterior, con algo que no fuese exclusivamente la maternidad y esa demanda tan imperiosa que estaba teniendo.
Un poco después me empecé a dar cuenta que lo que yo estaba volcando en esos escritos era la tensión gigante que me producía el mandato de felicidad, el hecho de que había buscado un hijo, lo había esperado, lo había deseado y ese hijo estaba bien, había nacido en buenas condiciones, yo también estaba en buenas condiciones y entonces tenía que estar feliz y no lo estaba. Y al mismo tiempo no estaba pudiendo cuestionar eso aun estando formada en teorías de género y considerándome a mí misma feminista. Yo quería estar feliz y no podía y eso me dolía y me dejaba agobiada y sola. Y al mismo tiempo me fui dando cuenta que esa infelicidad que yo ponía en palabras, eran los mandatos de la maternidad, los tradicionales pero también los feministas y los más contemporáneos como los de la maternidad con apego que tampoco podía encarnar. No estaba pudiendo encarnar ninguna de las formas normativas de la maternidad.
¿Creés que hay nuevos mandatos?
-El problema no es tanto si hay mandatos nuevos, sino que lo que no logramos romper, me parece, es el hecho de que haya mandatos sobre la maternidad. No importa si son nuevos o viejos sino que en torno a la maternidad siempre hay una carga enorme de mandatos, siempre hay juicios y hay poco lugar para el malestar, para manifestar el malestar, la imposibilidad. Ahora hay mucho más, pero sigue siendo poco para habitar la incomodidad.
Siempre estamos buscando a alguien con la idea de solucionar esos malestares de la maternidad cuando tal vez lo que ocurre sea que la maternidad es malestar, también, entre muchas otras cosas como la felicidad, el amor. Es difícil pensar que también es desgano, fastidio, arrepentimiento, incomodidad, tedio y un montón de culpa. Eso es lo que pienso, no cuáles son sino que no pueda dejar de haber.
¿Qué podés decir de cómo los medios trataron la vuelta de Pampita luego de haber parido?
-Creo que si hay un terreno de poca sororidad, es el terreno de la maternidad, de no dejar de mirar a la otra, lo que hace y evaluar si eso que está haciendo es lo mejor o lo peor para sí, para su hijo, para el mundo y yo creo que básicamente todas hacemos lo que podemos. La particularidad que tiene Pampita es que es una comunicadora, está en un lugar de responsabilidad en relación a la comunicación pública y en ese sentido se podría evaluar cuáles son las consecuencias sociales de esos actos comunicativos. En ese sentido ella tiene una responsabilidad diferencial a cualquier otra madre puérpera recién parida que es que lo que ella muestra, lo que dice, tiene un impacto social por su condición de celebridad.
El cuestionamiento para mí no debe ser si puede o no subirse a un caño a 15 días de haber parido porque hay mujeres que pueden un montón de cosas, sino a su responsabilidad comunicativa y el impacto que eso puede tener en las audiencias.
En el libro también hablas de lo difícil que es combinar maternidad y trabajo afuera de la casa, y de cómo siguen pesando las diferencias de género, ¿crees que desde que vos escribiste el libro hasta ahora cambio algo?
–Lo que cambió centralmente es que las políticas de cuidado hoy son parte de la agenda de los Estados, de los organismos públicos y hasta hace unos años era solo de las feministas que tirábamos piedras. Y esto es un desafío enorme porque es muy difícil garantizar la transformación cultural que requiere entender que el cuidado es por un lado una obligación pero también, un derecho porque tenemos derecho a ser cuidadas pero también la obligación de cuidar a los niños, niñas y a los mayores. Pero también es una inversión enorme, cuidar es caro, garantizar buenas condiciones de cuidado es caro. Entonces creo que ahí también hay un gran desafío.
Por otra parte pienso que otro de los desafíos de las políticas de cuidado, y lo digo desde el sentido común de lo que me pasa todos los días, para que el cuidado no se vuelva una carga y para que la compatibilidad entre desarrollo profesional y tareas de cuidado no se vuelva una carga enorme, tenemos que poder mejorar la relación de la distribución no sólo de la corresponsabilidad sino también repensar la distribución de nuestra vida entre el tiempo de trabajo remunerado fuera del hogar y el de cuidado. Es muy difícil cuidar bien y con ganas cuando llegas a las 7 de la tarde, arruinada, sin resto. Me parece que hay algo del lugar despreciado que tiene la vida doméstica, la vida familiar en relación a la vida laboral que también hay que pensar. Esto quedó claro durante la pandemia.