Por Carlos Fanjul | EL PELO DEL HUEVO
Hace unos días, uno de esos memes que dan vueltas por ahí decía algo así como que “antes un periodista te daba una información y vos veías el contexto y tomabas posición. Hoy te dice lo que él piensa, y vos arreglate para saber que corno pasó”.
Esto se ve en cada uno de los medios en los que, pareciera, el objetivo es convencernos de lo que ellos piensan, y ya no informarnos sobre lo que está pasando.
Mostrar lo que pasa. Punto. No debiera ser otro el sentido de esta actividad que para eso fue creada, allá, en el fondo de la historia. Después, si a alguno le interesara, por ahí al rato que reaparezca el tipo y te cuente cual es su opinión.
En el periodismo deportivo nos va peor aún.
Allí directamente estamos en manos de barrabravas con micrófono, que creen tener como sagrada misión la tarea de defender a su club, gastar al que es hincha del otro y, si es posible, ayudar a que sus propios colores saquen alguna ventaja en alguna puja de por allí.
Allá, muy lejos por el arranque de los 90 comenzó a instalarse un debate fuerte y sincero en el mundo del periodismo deportivo sobre esa actitud de sus miembros de nunca revelar cuál era club que te había movido el corazón de pibe. Se lo hacía a manera de respeto para quienes recibían tu mensaje. Y también, para preservar tu propia carrera en el periodismo.
Eran tan distintas las cosas que estaba instalado que un periodista-hincha, no solo no era igual de respetado, sino que directamente era empujado a irse por sus patrones dueños de medios. Se entendía que el escriba en cuestión, podía llegar a tomar una actitud de protección hacia su club, en desmedro de la tarea intrínseca que desarrollaba en el medio. Seamos claros: jugar para el club, y no hacerlo para el que te pagaba el sueldo.
Pues bien, en esa década del 90 en la que todo fue girando hasta lo malo, lo pésimo o lo abominable, también en esta actividad se empezó a razonar de manera inversa en esta materia. Es decir, si aún te sentías hincha de alguna camiseta, revelarlo empezó a ser como una muestra de sinceridad, de lealtad y hasta de respeto para quien te leyera o escuchara.
No estaba mal el razonamiento. Era al menos atendible esa mirada que también tenía por encima la idea de serle serio y creíble al que te estuviera leyendo, escuchando o mirando.
Esa cuestión pasó a ser materia de razonamiento personal en algunos casos y la mirada colectiva del asunto comenzó a girar. Muchos, o tal vez la mayoría de los colegas, empezaron a razonar en esa dirección.
Hoy podemos decir que aquella supuesta muestra de transparencia para con el receptor del mensaje, fue tal vez el mayor error de la historia de esta profesión
En la actualidad es notoria la espuria tribunera que flota en el aire a la hora de hablar de fobal. Y, la verdad, se hace cada vez más difícil entender el ‘para qué’ de esta profesión, porque generalmente ese para qué se transforma en un ‘a beneficio de quien’ se hace lo que se hace. Y ahí todo ya adquiere un color grisáceo oscuro, que transparenta poco y nada lo que hay del otro lado.
Elefantes. “Llenemos la esquina de elefantes, confundamos todo y ocultemos al que queremos esconder”, decía hace tiempo alguno que buscaba que no se vea algún trapo maloliente que traía en su bolsillo.
Trasladado a este tema, llenemos el aire de medias verdades, discutamos sobre ellas y pasemos indiferentes por el costado de alguna otra que buscamos que no sea.
La dolorosa cuestión del porcentaje de población pobre, o la indignante cifra de que 7 de cada 10 pibes argentinos comen salteado o no tienen proyecto de vida, podría ser un ejemplo palpable de aquello que tantos prefieren ni ver.
En el fútbol, los numeritos que registran la cantidad de títulos conseguidos por un equipo o un personaje cualquiera, también podrían ser útiles para ejemplificar el tema aquel de los elefantes.
Tras un año con muchísimas alternativas que condicionaron la marcha del deporte argento, entendemos que hay dos figuras que han sacado su cabeza por encima de las restantes y casi nadie se animaría a negar que hayan sido lo más de lo más.
Una es la del técnico de la selección nacional, Lionel Scaloni, quien pasó de ser el último orejón del tarro de los desperdicios a uno de los más admirados entrenadores porque “nos llevó a ganarle a los brazucas en su casa, Brasil decime que se siente y ole pichi aquí llegó papá…”
Todo en un mismo viaje, que además incluyó la redención del Fideo Di María y hasta la del propio Lionel Messi, ambos instalados en el lugar del ‘perdedor que jamás dejaría de serlo’ –hasta con minuto de silencio o tapas negras-, pero que ahora, título mediante, han llegado al pedestal de los ídolos amados, con codazos de periodistas que se matan para ser scalonistas de la primera hora y elogiadores seriales para estas dos figuras redimidas de la condena eterna.
La otra figura, habitante del olimpo 2021, es sin dudas Marcelo Gallardo…quien, según se escucha a cada rato, es “el Muñeco, el número 1, el más lindo, el más bueno, y el que nosotros los periodistas hinchas de River queremos que se quede para siempre en el banco de nuestro amado club, porque el más grande sigue siendo River Plate…tin tirin, ti tin ti tinti… (música de marcha millonaria).
No quedan dudas que Gallardo es el mejor técnico de nuestro mundo de la pelota. Inteligente a la hora de conducir un grupo, creativo a la hora de cambiar estrategias cuando detecta que lo tienen estudiado, de enorme olfato para descubrir la figurita de otro equipo que le podría venir bien al suyo, y muy audaz a la hora de plantar su equipo siempre tomando riesgos y buscando múltiples variantes para llegarle con muchos al rival de turno.
Volvamos a los numeritos de vueltas olímpicas
Antes de la Copa América Scaloni era nadie multiplicado al cubo porque no reunía ni copas, ni copitas ni aunque sea una medallita como DT.
Enfrente, pero en paralelo, el Muñeco parece tener más títulos ganados que Pelé goles convertidos. Claro, pobre Negro, a él casi nos negamos a reconocerle hasta las pepas oficiales, mientras que a Marcelo le sumamos conquistas que, seamos sinceros muchachos, tienen más o menos el mismo valor que aquellos goles de Pelé anotados en la playa. Los 13 del Muñeco están un poco mucho abultados por, como dice un amigo del barrio, ‘títulos sin un torneo antes’. O campeonatos de 90 minutos para la tele, podrían decir para mejor comprensión.
En esto de meter muchos elefantes, el mundo de la televisación de partidos está más que afilado últimamente. Para facturar avisos, los tipos te hacen jugar “al campeón de la Liga frente al ganador de la Copa No se Cuanto, y si gana le toca luego jugar la final del trofeo Frastaslafas, que en este caso será con el subcampeón de la Copa de la Liga de algún año para atrás, porque el campeón ya igual clasificó para jugar por el título de la Supercopa que quedó pendiente por la pandemia….”
A toda hora y en todo lugar hay un título en juego.
Claramente, Gallardo no necesita que sus adoradores hagan eso. Pero no hay caso, las adulaciones desmedidas se escuchan 24×24 en la tele nacional.
Desde estas columnas, que aspiran a ironizar con todo el que se cruce, podríamos decir para contrarrestar a los aduladores que en materia de títulos serios Gallardo recién está próximo a empatar a Don Manuel Giudice, que en los 60 también ganó dos Libertadores, aunque aún lo aventaja el viejo entrenador ya que salió tres veces campeón local (dos con Independiente y una con Vélez).
De otros, como Carlos Bianchi u Osvaldo Zubeldía, el Muñeco está aún algo retrasado.
Pero llegará porque es un gran entrenador, con un admirable presente y con un futuro aún más enorme.
Mientras uno imagina la ruidosa cantidad de gritos e insultos que estas líneas provocan en la hinchada de la banda, piensa que esto del periodismo a uno le agudiza eso de buscarle a todo la pata oculta –esa que se esconde detrás del ruido de las palabras-, que no es ni más ni menos, en cada situación, la única pata, la verdadera.
Esto de desmalezar los dichos no lo transforma a uno en el más vivo de la cuadra, ni mucho menos. Muchas veces, lo sitúan como un tipo escéptico incurable ante cada cosa que se nos ‘ordena’ desde los medios.
Un consejo: cada vez que lea algo en Clarín o lo vea en TN, pero también en Página/12 o C5N, piense que le están macaneando y que lo están haciendo porque alguna ventaja sacarán si prevalece tal o cual posición. O, por lo menos, que lo están llevando a la cancha que ellos quieren, para que usted se olvide de jugar el partido que sí le importa.
En el fútbol, lo mismo: si el tipo que te habla se parece más a un fanático que a la idea que usted tiene de un periodista, cambie de canal. No pierda el tiempo.
Empiece por ahí y dude de todo. No crea absolutamente nada de lo que lea en un diario, escuche en la radio o vea en la tele. Es más, a este mismo texto rómpalo mucho antes de llegar a este último punto.