Que las personas que no lograron un mínimo bienestar son vagas, y las hijas y los hijos de una pareja de vagos no pueden ser más que falsos limpiavidrios y vendedores de pañuelos de papel en un semáforo, y de pronto, sin que te des cuenta, te afanan el reloj. Que los que acampan en las calles tan lindas y simbólicas de la ciudad, ocultan algún tipo de violencia atávica y son incitados por líderes de izquierda a sumarse a esas protestas que violan la libertad de libre circulación. Que la pobreza es un designio divino frente al que resulta inútil, fuera de toda razón, rebelarse. Como dice Pangloss, personaje de la novela Cándido, de Voltaire, “todo va de la mejor manera, vivimos en el mejor de los mundos posibles”.
Y no son pocos los que lo piensan, y lo dicen, o los que lo piensan pero no lo dicen porque, quizá, tienen el buen criterio de no exponerse a través de semejante enjambre de malicia, ignorancia y estupidez.
Pero más pena causa, aborrecimiento en realidad, es que además los comercios de la zona del acampe cobraran cien pesos por permitirle el baño a todo el que estaba acampando y ciento cincuenta el litro de agua caliente.