Redacción Canal Abierto | Esta semana más de mil ex alumnos, alumnos y familiares firmaron una carta pidiendo explicaciones a las autoridades de la Compañía de Jesús y del Colegio del Salvador –de la ciudad de Buenos Aires– por los abusos sexuales cometidos por el sacerdote y docente César Fretes contra casi una treintena de alumnos 20 años atrás.
Si bien la institución admitió los delitos y ensayó una suerte de pedido de perdón, en todo momento se negó a realizar cualquier tipo de reparación: “Las autoridades del Colegio y de la Compañía de aquellos años obraron creyendo que hacían lo mejor posible”.
Desde 1996 y hasta 2003, Fretes se desempeñó como docente y tutor de todos los sextos grados del colegio. “Era la persona de confianza con la que íbamos a hablar, o incluso él te sacaba de las clases para charlar”, cuenta Gonzalo Elizondo, una de sus víctimas. “Tenía 11 años y en un retiro espiritual entró a mi habitación mientras dormía, me desperté y me estaba tocando; no entendí qué había pasado hasta que años más tarde otros compañeros contaron que habían pasado por lo mismo”.
“El modus operandi era siempre el mismo: te llevaba a la tutoría –a veces era fuera de la escuela, en campamentos–, orientaba la conversación a cuestiona sexuales, te manipulaba con preguntas fuera de lugar y pedía que te bajes los pantalones”, relata Pablo Vio, otro de los denunciantes, amigo y compañero de clase de Gonzalo.
Un elemento que pinta de cuerpo entero la perversión del sistema es que el propio Fretes era el encargado de impartir educación sexual a los niños: “Nos manipulaba para que creamos que lo que hacía con nosotros era algo normal o correcto”.
Tras la denuncia de algunos padres, en 2003 Fretes fue enviado a Mendoza. El cura se instaló en la misma manzana de otro colegio de la congregación hasta que en 2007 es expulsado de la orden. Falleció en 2015. “Lo encubrieron para que no se hable del tema, lo que se promovió fue el silencio”, acusa Gonzalo.
Como en otros casos similares, no faltaron las voces que intentaron impugnar las denuncias poniendo el foco en el tiempo transcurrido entre los hechos y la denuncia pública. Al respecto, Gonzalo explica: “éramos muy chicos, no entendíamos ni nos animábamos a contar lo que había sufrido”.
“Nos han llegado comentarios del tipo ‘¿por qué hablas ahora, después de tanto tiempo?’. Y la respuesta es simple: ‘porque sí, porque recién ahora puedo hablarlo, porque tengo la adultez, la maduración, fuerza o energía para hacer frente a esto’”, asegura Pablo. Sobre la falta de respuestas o indiferencia por parte del Colegio y la Compañía, afirma: “Nosotros empezamos a recorrer ese camino, y chocar contra paredes, cuando nos juntamos a charlar con quien hoy es la máxima autoridad jesuita y por aquel entonces el rector del colegio, y quien en 2003 decide trasladarlo. Fuimos con cierta ingenuidad, aún confiando en la institución, a buscar explicaciones; me acuerdo que salimos muy conmovidos, llorando, por las respuestas que nos dieron personas que en algún momento eran de confianza: excusas y el pedido de no hacerlo público para no preocupar a las familias de los chicos que hoy van al colegio”.
Ante la consulta sobre qué mensaje le dejarían a otros jóvenes o niños que sufren o sufrieron situaciones de abuso similares, coinciden: “Cuesta un montón hablar, hay miedos y vergüenza, pero me parece importante dejar como mensaje que, si sos un chico y te pasa algo como lo que pasamos, hablar con personas queridas es sanador y ayuda a sacarse una mochila de encima. También sirve para entender que quizás no sos el único, que hay otros que pueden haber pasado por lo mismo”.
Entrevista: Diego Leonoff