Por Violeta Moraga* | “Perdón que no pude correr las nubes”, dice Javiera mientras se ríe y señala la guirnalda de algodones que rodea al volcán Osorno, un cono perfecto cubierto de nieve que se recorta sobre un cielo azul a orillas del lago Llanquihue.
No se escucha el bullicio de la ciudad, si es que lo hay, pero adentro la pantalla está encendida desde temprano y se espera el cierre de mesas para que el conteo de votos, que se hace en voz alta, uno por uno, comience.
A lo largo del día, el país estuvo atravesado por un hecho de dimensiones históricas. En todo el territorio y de manera obligatoria, el pueblo chileno salió a emitir el sufragio para expresar su apruebo o su rechazo al texto de la nueva Constitución redactada por una convención constituyente elegida, también, por el pueblo. Desterrar la vigente significa asimismo romper con un eslabón de uno de los capítulos más oscuros de la historia del país hermano: el texto de la Carta Magna que rige hoy fue redactada en 1980 por el dictador Augusto Pinochet.
-Las escuelas privadas ya no van a ser más privadas, el Estado se va a quedar con todo, ¿cómo puede ser eso? – dice Josefina mientras espera para poner su papel en la urna.
– ¿Pero de donde sacaste esa información?
– Así escuché.
Los diálogos son así hace meses.
Por la tarde del domingo 3 de septiembre, las filas avanzan ordenadas hacia el interior de los distintos establecimientos educativos destinados para el voto.
-Muchas cosas buenas pueden pasar –dice Daniel, con el sol de frente–. Con un solo voto se puede cambiar la realidad de Chile o mantenerla– y sonríe.
Tiene puesta una pechera de facilitador y ayuda a los que ingresan a votar resolviendo distintas dudas. Estudia ingeniería en informática, una de las tantas carreras con las que la juventud se endeuda pidiendo créditos para pagar la universidad, si le queda esta posibilidad, para poder construirse un futuro. Ya eso, poder endeudarse, es un privilegio. Quienes empujan la nueva Constitución señalan éste como uno de los puntos claves: el acceso a la educación de calidad en un país donde estudiar es como comprase una casa, casi imposible para las mayorías.
Del otro lado señalan al texto de 178 páginas y 388 artículos como un riesgo para la nación. Tanto que si el apruebo es el camino dejarían esta tierra. Dicen que ya tienen pasajes comprados, departamentos en Brasil, acciones vendidas. Dicen que no van a renovar los contratos a las familias, dicen que el país “se va a la cresta”.
“Las mentiras y el miedo instaurado con temas falsos -les van a quitar las casas y las pensiones, se acaba Carabineros, no habrá más colegios privados- fue sucio, irresponsable y peligroso. Todo eso y otras cosas explican lo que pasó. Pero lo que más lo explica es que no se ganó la batalla de las ideas”, expresó horas después el periodista chileno Felipe Bianchi reuniendo un sentir común.
Su posteo en redes fue tajante y duro: “Somos un país conservador. No de malos ni de tontos, conservador a morir. Seguimos. Pero seguimos igual que siempre ¿Valía la pena tanto esfuerzo, tanta apuesta, tanto riesgo, tanta lucha? Hoy pareciera que no. Capaz que no. Capaz que haya que hacer lo que muchos ya hicieron antes, acostumbrarse y seguir bailando al ritmo del sistema”. Pero, ¿realmente puede ser así?
Las horas difíciles
Todavía en la terraza, Javiera escucha de lejos el susurro de la tele. Sus hijos, sus amigos, le van acercando datos. Ella prefiere mantener la mirada en el horizonte. Desde el minuto uno el rechazo se impone, pero la experiencia anterior, de un Boric que repuntó repentinamente con el correr de las horas, le da tranquilidad. Sin embargo, el tiempo pasa y la cosa no mejora. El mismo pueblo que hace dos años votó con más del 75% a favor de una nueva Constitución, ahora dice que no.
“La campaña del miedo estuvo muy bien hecha, que los chilenos quieren cambios, pero no se atreven, que la presión de la gente es más fuerte, hablando de la economía, de los impuestos, de las propiedades. Eso es más fuerte que cualquier cosa. Pienso que la constitución necesita un lenguaje adecuado a la población, para que todos puedan entender lo que dice sin dobles interpretaciones. Me quedo con la esperanza de que el presidente que tenemos es un hombre inteligente que no va a parar hasta lograr cambios importantes de alguna u otra forma, solo me queda confiar”, dice Luz, todavía sin terminar de creer los resultados.
El frío cae sobre el pasto que se humedece con el rocío de la tarde. Hay una torta, una bengala. Unas ganas inmensas de festejar.
–No puede ser, ¿Cómo tanto? -es lo que se escucha pasadas las 20, cuando más del 60% de la población ya manifestó el rechazo- ¿Hay algo que no entendimos? ¿Algo que no leímos?
El estado de consternación atraviesa a millones. Todavía se siente el clamor del estallido social que en el 2019 llenó las plazas y caminó las calles de cada pueblo, de cada ciudad, demandando un cambio urgente que trajera justicia social y pusiera en marcha reformas profundas.
Por aquellos días la voz que se alzaba era clara, no son 30 pesos, son 30 años, decían en torno al largo tiempo de desigualdad que la democracia no pudo mejorar. En ese marco, este batacazo deja un silencio que podría ser un grito. Pero el Presidente, pasadas las diez de la noche señaló algo importante: “Recuerden de dónde venimos y porqué estamos acá”.
Y es que la llama encendida de un pueblo que requiere torcer la realidad no puede apagarse en esta instancia. La necesidad de cambios urge en el país vecino en ámbitos tan claves y básicos como la educación, la salud, el sistema de pensiones, la redistribución de ingresos.
Un sector, para muchos gobernado por el miedo y dominado por quienes no están dispuestos a ceder un ápice de su poderío dijo que “así no”, y una gran mayoría se vio convencida. Pero la manera en que finalmente “sea” debe trazarse, buscar nuevas formas y causes. Hacia ese horizonte hay que “acudir corriendo si es preciso”, porque lo que se cae es el porvenir, como dice el poeta cubano.
*Publicado originalmente en Al Margen