Por Federico Chechele | Estamos en tiempos de afirmaciones, en que todo lo que se menciona pasa a ser cierto pasándose por alto la primera enmienda de la humanidad: primero dudar de todo para luego acercarse a la verdad.
La famosa grieta donde nos metieron, primero el anterior gobierno y después el actual -vale destacar que en las recientes elecciones más de un tercio de los votantes se diferenció de ambas posturas–, nos envuelven en un clima de campaña permanente, en que todo se usa para atacar al otro con sólo apretar la palabra compartir, sin medir lo que se dice: lo que importa es quién lo dice.
Ahí es donde juega un papel preponderante los medios de comunicación. Ya no se trata de que sean oficialistas u opositores, una discusión que se terminó hace años con el ingreso al mundo de la posverdad. Antes podíamos evaluar que determinados medios “acompañaban” la gestión de un gobierno escondiendo información o, justamente todo lo contrario, cuando la función periodística era rasquetear debajo de las piedras para encontrar “algo” para pegarle al gobierno de turno. Aquella premisa periodística de buscar la verdad por una cuestión de lealtad con el lector quedó en desuso.
Hoy los medios ni se preocupan por ser oficialistas u opositores, sólo buscan recrear un mundo paralelo, eso que se llama posverdad: la idea de que algo aparenta ser verdad es más importante que la propia verdad. O como lo define la RAE: “Toda información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a emociones, creencias o deseos del público”.
Esto último es la clave; recrear lo que la gente quiere escuchar o leer para luego “compartirlo”. Y ahí es cuando las personas se posicionan como sujetos activos: toman lo que les dan, se sienten cómodos con esa información, es lo que necesitan para discutir. Se avala quién lo dice y con eso alcanza.
Pero qué queremos decir con que “nadie duda”. Porque preguntar se pregunta todo el tiempo, pero al otro. El problema es por qué nadie se pregunta a sí mismo. ¿Será cierto esto que me dicen? ¿Hasta dónde les tengo que creer? ¿No dirán esto porque quieren ocultar lo otro?
Varios siglos atrás, el filósofo René Descartes teorizó sobre la búsqueda de la certeza. En sus libros intentó dar respuesta al escepticismo de la época utilizando la duda como método para someter todo conocimiento con el fin de encontrar una verdad de la que ya nadie pudiese dudar. Por eso algunos nos definimos cartesianos. Es saludable.
Es cierto, son otros tiempos. Hoy se podría cuestionar al “Padre de la Modernidad” porque durante cinco siglos el mundo siguió girando. La parsimonia de un escritorio oscuro alumbrado con velas nada tiene que ver con la inmediatez de las redes sociales. Pero esto no impide la verdad sobre los hechos objetivos: Santiago Maldonado está desaparecido y alguien sabe qué pasó. Si unos lo utilizan para hacer política y otros lo evitan para desmarcarse es algo menor.