Redacción Canal Abierto | La rebelión del grupo Wagner contra el Ministerio de Defensa ruso y su marcha hacia Moscú puso de relevancia la existencia de esta empresa cuyo negocio es la guerra.
El gobierno de Vladímir Putin tercerizó parte del frente de lo que denomina su “Operación Militar Especial” en Ucrania en este grupo paramilitar. Así, aquella premisa básica de Max Weber, de que el Estado es la entidad que tiene el monopolio de la fuerza legal, podríamos actualizarla a ‘el estado es la entidad que gestiona y terceriza el uso de la fuerza’.
Wagner es una organización paramilitar rusa, una empresa militar privada de mercenarios que se constituyeron en una suerte de ejército privado del presidente Putin. El grupo no existe legalmente debido a que en Rusia es ilegal la contratación de servicios militares.
Sus desavenencias con la conducción del frente de guerra en manos del Ministerio de Defensa Sergéi Shoigú y el jefe de las fuerzas armadas, Valeri Guerásimov, se fue agudizando durante meses y estalló cuando el gobierno pretendió que los miembros de Wagner se convirtieran en soldados rusos. Yevgeny Prigozhin, el líder mercenario, denunció que una posición de sus fuerzas fue atacada por misiles rusos. “Alrededor de 30 combatientes de la PMC Wagner murieron. Esto desencadenó una decisión inmediata de responder militarmente”, declaró.
Finalmente, Prigozhin y los amotinados abandonaron el territorio ruso y se instalaron en Bielorrusia tras sellar una salida negociada con Putin.
“No es una novedad pero es una tendencia creciente. Evidentemente, la participación de mercenarios en operaciones de guerra viene de muy atrás. Maquiavelo hace referencia a eso en “El príncipe”. Pero, desde la segunda mitad del pasado siglo y especialmente en este, se ha ido sofisticando esta lógica y expandiendo. Las empresas privadas militares son cada vez más utilizadas por parte de los gobiernos y cada vez tienen mayor relevancia en los escenarios bélicos y en operaciones especiales de seguridad”, sostiene Decio Machado, consultor político y periodista español que vive en Ecuador hace más de una década.
“Lo que hemos visto con el grupo Wagner es una lógica que posiblemente veamos más a futuro, esta capacidad de un grupo, de una empresa militar privada, de poner en jaque a un gobierno, en este caso nada menos que al gobierno ruso que la había contratado. Este es un escenario que podremos ver más veces, porque cada vez tienen mayor presencia y mayor importancia este tipo de firmas”.
Además del caso de Wagner en el frente ruso-ucraniano, Machado cita otros casos. “Quien dio la seguridad en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 no fueron las fuerzas de orden público japonesas, sino que fue Blackwater, la réplica de de Wagner en Estados Unidos, el mayor contratista del Departamento de Estado y el Pentágono en materia de contratación privada militar. Estas firmas cada vez tienen mayor poder y, de alguna forma, hay una lógica de privatización de la guerra”.
¿Esto implica un abandono del Estado o estados que tercerizan sus obligaciones? ¿O representa una toma del Estado por grupos de poder que finalmente se hacen de los resortes de la gobernanza?
-Yo creo que efectivamente tiene que ver con esta nueva lógica de Estado que tenemos. El Estado moderno se basó en dos principios o competencias que eran intrínsecas al Estado: una era el monopolio de la violencia, según definía en su momento Max Weber; y la otra tenía que ver con el tema de la hegemonía cultural, hablando en términos gramscianos.
Volviendo a Maquiavelo, en “El príncipe” decía que el poder, haciendo referencia al Estado, al poder político, es como un centauro, una mitad bestia y una mitad humana. La parte humana era lo que tiene que ver con el pensamiento, la hegemonía cultural, la formación ideológica, etcétera. La parte animal con la violencia del Estado como mecanismo de imposición del poder.
En ese sentido, creo que en ambos aspectos estamos viviendo momentos de transición. La teórica violencia legítima del Estado está cada vez más privatizada con empresas como Wagner o Blackwater (rebautizada Academi) o con otras tantas firmas a lo largo y ancho del planeta. Al mismo tiempo, la hegemonía cultural dejó de ser una competencia estrictamente estatal para pasar a formar parte de los algoritmos o la dictadura de los algoritmos de las plataformas tecnológicas que son las que te permiten ver y no ver lo que hay y por lo tanto conforman, de alguna forma, conciencia. En ese sentido, creo que asistimos a un nuevo modelo de Estado que evidentemente es fruto de la captura del Estado por parte del sector privado sin ninguna duda.
En Latinoamérica, podemos ver esto mismo, pero quizás más que una privatización, se liberan territorios para el narco paramilitarismo que gobierna parte del territorio.
-Efectivamente. Especialmente en Brasil, aunque también en otros países de América Latina, hay estudios que abordan esta temática de la colaboración o las complicidades entre Estado y grupos paramilitares. Los grupos paramilitares han sido el mecanismo por el cual se ha impuesto autoridad, cobro de impuestos, lógicas de regulación y control en espacios donde el Estado no ha tenido capacidad de hacerlo.
En Brasil, los paramilitares –las milicias– cobran impuestos en materia de seguridad y otras cuestiones a poblaciones urbano marginales o periféricas que viven en las favelas, el Estado había sido incapaz de hacerlo. Esos grupos paramilitares reinvierten a través de empresas privadas, fundamentalmente, en el ámbito de la construcción y parte de esa recaudación se blanquea y paga tributo legal al Estado. A través de esas empresas formales expanden su capacidad de incidencia en el mercado.
Entonces, no son dos cosas diferentes estas bandas delincuenciales y el Estado sino que hay momentos en los que se complementan, esos grupos paramilitares asumen funciones que el Estado no ha sido capaz de asumir en territorios del no ser.
De alguna forma son un eslabón que captura la renta de lo que el Estado no puede gestionar.
-Efectivamente, capturan la renta que el Estado no puede gestionar, donde el Estado no tiene capacidad de imponer lógicas de autoridad, mecanismos de control o disciplinarios, en espacios donde el Estado no tiene presencia, porque no quiere o porque no tiene la capacidad de imponer su institucionalidad y, al mismo tiempo, en espacios donde la informalidad es tremenda y por lo tanto no hay recaudación posible por parte del Estado. Entonces, se impone mediante métodos violentos y lógicas de poder ilícitas.
Esa colaboración existe también en el plano político con lógicas de políticas de limpieza social o exterminio que el Estado no puede hacer de forma oficial y son delegadas a estos grupos. Operan evidentemente lógicas de exterminio de las disidencias, de sectores históricamente excluidos que se consideran un estorbo o una carga para el Estado. Hay una complementariedad cada vez mayor entre el Estado y estas nuevas lógicas de autoridad, muy empoderadas en este momento en América Latina, como son estas bandas paramilitares vinculadas al narcotráfico y a las redes delincuenciales.
¿Este es “El Estado realmente existente” del que hablan con Raúl Zibechi en su libro?
-Ese es el título que le pusimos al libro. Lo que aborda esta obra, que próximamente será publicada en Argentina, es precisamente cómo ha sido la evolución del Estado de Bienestar a, lo que nosotros llamamos, el estado de despojo, el Estado realmente existente, como lo definimos.
Hablaste, un poco antes, del ludismo y recordaba estas noches en Francia donde los jóvenes de las periferias están hackeando el sistema, diciendo ese sistema no nos toma en cuenta, que se prenda fuego todo.
-Claro, yo creo que el que vivimos un momento donde en esta crisis multifacética, una crisis fundamental es la de la política, la crisis del sistema de representación. Yo creo que ya no es válido el sistema de representación, vivimos en un modelo político del siglo XX pero que ya nos funciona en el siglo XXI. Los episodios políticos más interesantes que se han dado en este siglo son todos desasociados de la institucionalidad política. Estoy pensando en las primaveras árabes, en los indignados españoles, en el Ocuppy Wall Street y otros Occupy que se dieron en Hong Kong, en Londres, etc.; en los chalecos amarillos, en la actual situación que estamos viendo en Francia a partir del asesinato de este joven en los barrios marginales de París. Los hemos tenido en América Latina con los levantamientos que empezaron en octubre en Ecuador y que luego se fueron expandiendo, pero con el antecedente de junio del 2013 en Brasil y lo que hubo después en Colombia, en Chile. Todos ellos funcionan desde una lógica de organización horizontal, asamblearia, con sus déficits, pero generando un modelo alternativo a la estructura jerárquica clásica existente en las organizaciones políticas o sindicales, de las que nos hemos dotado y que hemos estado construyendo a lo largo del siglo XIX y fundamentalmente en el siglo XX.
[mks_toggle title=»Decio Machado» state=»open»]Licenciado en Sociología y Ciencias de la Información. Magister en Ingeniería de Sistemas Aplicada a la Gestión y MBA en Nuevas Tecnologías y Economía Digital. Consultor político principal en diversas campañas electorales en la región y Europa, asesor político estratégico en diversos gobiernos e instituciones públicas y coordinador en la construcción de distintas plataformas tecnológicas aplicadas a la gestión y participación ciudadana en la gestión pública. Publicó numerosos artículos periodísticos y textos en libros. Coautor junto a Raúl Zibechi de Cambiar el mundo desde arriba. Los límites del progresismo (2016, Red Editorial) y El Estado realmente existente. Miembro fundador de proyectos editoriales como el periódico impreso Diagonal en España o la revista digital Ecuador Today entre otras.[/mks_toggle]
Entrevista: Nahuel Croza