Redacción Canal Abierto | Este 11 de septiembre se cumplen 50 años del golpe de Estado que derribó a Salvador Allende e instauró la cruenta dictadura de Augusto Pinochet que inauguró un proceso neoliberal que de la mano de la doctrina de la seguridad nacional se regó por todo el continente impulsado por actores similares: las fuerzas armadas, las burguesías locales y el poder financiero.
Pierina Ferreti es socióloga y directora ejecutiva de la Fundación Nodo XXI, centro de pensamiento de la izquierda chilena cercano a Convergencia Social el partido que junto al Frente Amplio conformó la coalición Apruebo Dignidad que llevó a la presidencia a Gabriel Boric. La convocamos para pensar a Chile y a América Latina en esta encrucijada.
Pierina, ¿qué de lo que sembraron Allende y la Unidad Popular pervive en el Chile de hoy a pesar de los 17 años de dictadura y los 33 de una democracia maniatada, entre otras cosas, por un texto constitucional hecho a medida por el dictador Pinochet?
-De la Unidad Popular y de la propia figura de Salvador Allende queda un experimento inacabado: la construcción de un camino socialista original al que Allende denominaba ‘la vía chilena al socialismo’. Esto era construir una sociedad socialista a partir de la democracia, no como resultado de un proceso insurreccional de ruptura con las instituciones. Él y una parte de la izquierda, sobre todo del socialismo chileno, veían, no como un principio universal sino que mirando las condiciones particulares, propias y singulares de la historia chilena, del desarrollo del movimiento obrero del siglo XIX hasta la mitad del siglo 20, que existían condiciones para realizar ese tipo de transición al socialismo al que se proponía como una superación de la democracia burguesa, de la democracia liberal, pero conteniendo los avances y las conquistas que el pueblo había logrado dentro de esa democracia.
Hablando de las libertades más básicas, de las libertades individuales, la libertad de conciencia, la libertad de prensa, avanzar hacia un sistema de democracia social, donde esas libertades no fueran el privilegio de una minoría, que finalmente podía ejercer esas libertades, sino unas libertades que pudieran ser ejercidas por el pueblo en su conjunto.
Y la idea de democracia como dirección de la sociedad por parte de los trabajadores o por parte de las mayorías populares. Yo creo que de la Unidad Popular nos queda ese proyecto, ese proyecto inacabado, ese proyecto destruido, interrumpido.
De la dictadura nos queda muchísimo enquistado en la sociedad chilena. Desde una constitución que amarra, como una arquitectura perfecta, muy difícil de desarticular. Un neoliberalismo muy particular en Chile donde, al contrario de lo que se dice, no es que el Estado se empequeñece para dar paso al mercado sino que, al contrario, hay un Estado al servicio del mercado, hay un Estado que transfiere enormes cantidades de recursos públicos a empresas privadas que prestan servicios sociales. Es un sistema de un Estado al servicio de la acumulación empresarial en áreas muy sensibles de la vida social como son la salud, la educación, la previsión social, las jubilaciones.
Entonces, es mucho más complicado que decir Estado pequeño-mercado grande. Aquí hay sectores donde ni siquiera hay mercado, ni siquiera hay competencia, sino que hay acumulación empresarial fomentada por el Estado.
También una cultura del individualismo y del que cada uno se tiene que salvar solo, con su propia familia, donde el esfuerzo individual es visto como el único mecanismo para poder sobrevivir en la sociedad y, por lo tanto, una desconfianza muy grande de las alternativas colectivas, solidarias, de resolución de los problemas sociales. Hay mucha resistencia a ese tipo de salidas. Esa es una herencia muy enquistada de la dictadura y con la que hay que saber trabajar. No haber leído bien esos elementos ha sido parte de las últimas derrotas de las izquierdas en este ciclo.
A pesar de estas derrotas que mencionás, la revuelta del 2019 partió el escenario político y social en Chile, abrió la posibilidad de la llegada de un presidente como Gabriel Boric, de una nueva generación que no estaba presente cuando fue el golpe de Estado. ¿Qué implicancias leés?
–La revuelta popular pateó el tablero de la política chilena. Fue el movimiento más grande que hemos tenido desde el retorno de la democracia, el movimiento más masivo, más generalizado de la sociedad chilena. Eso permitió muchas cosas. Permitió poner en entredicho, a un nivel social mucho más amplio, ese relato tan instalado de Chile como un país exitoso, como un país modelo, de un neoliberalismo que funcionaba y mostró las fracturas, las heridas, las consecuencias de la desigualdad, la rabia acumulada en capas de la población muy amplia. Eso tuvo a la derecha chilena y al empresariado contra las cuerdas bastante tiempo, bastantes meses, y les hizo ceder en puntos que no habían cedido durante 30 años, por ejemplo, en cambiar la Constitución.
Incluso, en ese momento, si hubiera habido una estrategia más articulada desde la izquierda y el progresismo, los empresarios estaban dispuestos a que les subieran los impuestos. Había una presión muy fuerte. Por cierto, esa movilización social hizo posible que Gabriel Boric triunfara en la segunda vuelta contra José Antonio Kast.
Sin embargo, lo que hay que tener en consideración, y que perdimos de vista en algún momento, es que esta no fue una movilización ni conducida por la izquierda ni que pudiéramos calificar como de izquierda. Fue una movilización ciudadana, bastante inorgánica, más bien de rabia, una movilización del descontento, que acumuló una serie de demandas que venían arrastrándose durante décadas, muchas de las cuales fueron retomadas por las izquierdas, sociales y políticas, e intentaron ser representadas políticamente pero también muchas no.
Entonces, la revuelta social no es la base de apoyo del gobierno de Gabriel Boric, al menos no completamente. Hay una parte muy importante de esa movilización y de esa revuelta que no tiene expresión política y que la izquierda no conduce.
Creo que el error de lectura de lo que esa movilización significó y de lo que el pueblo chileno estaba demandando en esos días, hizo que como izquierda nos perdiéramos bastante y eso tuvo consecuencias en el proceso constitucional que vino después, en la derrota de esa propuesta constitucional y también en la distancia que una parte muy importante de la población siente hacia la izquierda y hacia el progresismo y que hace que en este momento el descontento social, la impugnación al modelo, lo esté movilizando la ultraderecha.
Ha sido muy complejo el curso que ha tomado el proceso político que, en un momento, parecía iba a ser conducido por la izquierda y que abría un camino de salida del neoliberalismo y en este momento estamos estancados en una posible vía chilena a la radicalización del neoliberalismo, una paradoja a 50 años de la derrota de la vía chilena al socialismo.
En Argentina, estamos cumpliendo 40 años de democracia y estamos con la misma disyuntiva, con un amplio sector social validando una salida por derecha. Me pregunto si no estamos cometiendo errores de lectura, si no estamos siendo conservadores y el pueblo movilizado nos está pidiendo otra cosa.
-No se puede esencializar al pueblo: lo que el pueblo pide, lo que el pueblo dice… esa es siempre una trama muy compleja donde se mezclan deseos de emancipación y libertad y seguridad con otras pulsiones más autoritarias y deseos de orden y todo eso está mezclado. Es una construcción siempre muy compleja, muy poco pura y yo creo que nos cuesta leerlo.
Una parte de la izquierda en Chile leyó la movilización del 2019 como de un signo claramente antineoliberal y anticapitalista y la verdad que la cosa era mucho más compleja. Creo que hay un conservadurismo en la lectura, y a veces cierta complacencia, de querer leer lo que está pasando en la realidad con nuestros enfoques o con nuestros deseos de que las cosas sean de una manera y me parece que en Chile tuvimos dificultades para interpretar y combinar deseos que aparentemente son contradictorios. Por ejemplo, el deseo de una mayor protección social: que haya mayor seguridad en temas como salud, educación, jubilaciones pero, al mismo tiempo, una defensa muy fuerte de los logros materiales alcanzados por una clase media débil, pero que ha logrado acceder, por ejemplo, a la casa propia o que se ha integrado a la educación universitaria recientemente.
Muchas de esas franjas sociales no se sintieron interpretadas por una izquierda que no puso suficiente atención a la importancia que esos logros materiales y simbólicos tienen para este sector social y también la defensa de ciertas libertades que desde la izquierda se desprecian pero que para las personas son muy importantes. Por ejemplo, la libertad de elegir el colegio donde tus hijos pueden estudiar y eso pasa por tener el derecho que, puede sonar contradictorio, a pagar un poco para tener una educación mejor que la educación que ofrece la escuela pública que es gratuita, pero que en Chile está muy diezmada y muy debilitada.
Entonces, ese tipo de elementos simbólicos y materiales fueron interpretados de manera conservadora por una parte de la izquierda, planteando lo público como un idilio cuando en la realidad no lo es. Habría que construir ese paraíso y ese idilio de lo público como un lugar deseable, donde vas a recibir la mejor educación posible y la mejor salud posible. Hubo una falta de sabiduría para leer esas dimensiones y la cuenta fue muy grande, fue una derrota que hasta el día de hoy tiene consecuencias.
Hay una distancia entre izquierdas y campo popular. El campo popular es muy complejo, muy heterogéneo; mirado desde la izquierda, muy contradictorio. Creo que hay que dejar de hablar de contradicciones y mirar la realidad tal cual es y ver qué hacemos con la realidad que tenemos.
-Leí en alguna entrevista que decías “No se sale de 50 años de neoliberalismo en cuatro años”. ¿Es posible caminar hacia una salida del neoliberalismo en Chile?
-Yo creo que lo es, siempre, pero dimos un paso en falso muy grave con la derrota de la Convención Constitucional y en este momento está siendo muy difícil caminar en una dirección anti-neoliberal. Una izquierda que tenga un proyecto y una mirada estratégica en el largo plazo debe ser capaz de plantear un camino de salida al neoliberalismo, necesariamente gradual pero que implica ir incorporando en la sociedad elementos de solidaridad social que demuestren en lo práctico, en lo concreto, a las grandes mayorías que un camino de solidaridad, de derechos universales sostenidos por el conjunto de la sociedad a través de impuestos, no sólo es deseable, sino que funciona y funciona bien.
Un ejemplo fue la vacuna. El proceso de vacunación para el COVID fue una política universal donde no intervino el dinero, donde da lo mismo si eres pobre o rico, hay para todos, no faltó para nadie, hay suficiente para todos porque decidimos, en conjunto, que ese bien tenía que ser un bien colectivo y funcionó. En Chile la experiencia de la vacunación fue impecable.
Si eso se replicara en educación, en salud, podríamos tener experiencia, memoria concreta a la cual acudir para decir: ‘este es el camino correcto, este camino de solucionar en colectivo, los problemas colectivos’. Funciona no es una quimera, no es un proyecto utópico, miren los resultados, miren cómo estamos avanzando. Creo que ese es el camino que la izquierda debe liderar y emprender.
En esta última década, tomó un rol preponderante el movimiento feminista en Chile. Quisiera que hicieras una lectura de eso, de qué avances se produjeron tanto a nivel político como a nivel micro político.
-La fuerza que ha tenido el movimiento feminista ha sido enorme en lo micro político, en el sentido más serio de la palabra. Es una fuerza actuando al interior de cada familia, de cada casa o de muchas por lo menos.
Tiene un hito de inicio en lo que se conoció como el ‘mayo feminista’ (2018). Fue un movimiento de estudiantes universitarias, fundamentalmente, contra el acoso sexual perpetrado por profesores que era una práctica largamente denunciada, pero que nunca tuvo mayor alcance hasta ese momento. Ese movimiento provocó un remesón enorme en la sociedad chilena porque un porcentaje altísimo de mujeres de este país podía reconocerse en la experiencia de esas estudiantes. ¿Quién no ha sufrido acoso sexual? o ¿quién no conoce a quien haya sufrido acoso o abuso sexual directamente de parte de personas cercanas, familiares? Es un mundo oscuro el mundo del abuso sexual y que ese movimiento abrió.
Ese movimiento logró permear porque prácticamente no había mujer en este país que no pudiera identificarse con lo que allí se estaba denunciando y eso generó una sensibilidad muy fuerte contra el abuso, contra la violencia de género. Muchos decimos que también preparó el terreno para lo que vendría después en términos de movilización social porque fue instalando redes y despertando a la sociedad chilena, re sensibilizando a la sociedad contra las injusticias, contra los abusos y mostrando cómo se podía poner en el espacio público, en la calle, cuestiones que se consideraban problemas privados como la violencia doméstica.
El estallido social fue una gran puesta en escena de los problemas que aquejaban a la sociedad, y puestos en el espacio público. El movimiento feminista ha sido fundamental, es una piedra fundamental sobre la que se asienta este nuevo ciclo de impugnación social, de protesta y creo que sigue siendo de las fuerzas vivas más importantes de la sociedad chilena.
¿Hay una genealogía entre la resistencia feminista a la dictadura y estos nuevos movimientos?
-Claramente. La apelación al feminismo de los años 80, que fue un movimiento muy activo en la lucha contra la dictadura y también en remecer a la izquierda en su herencia patriarcal y en pensar una nueva democracia. La lucha por recuperar la democracia, no la del pasado sino una democracia que incorporara elementos de la crítica feminista.
Hay vasos comunicantes y hay contacto porque muchas de esas compañeras de los años 80 están vivas y participan en el movimiento feminista contemporáneo. Hay una transmisión intergeneracional de experiencias, de saberes y también de críticas y autocríticas de los límites que tuvo ese feminismo y de aprendizajes para el día de hoy. Hay ahí una memoria que se mantiene.
¿Qué saldos positivos podemos sacar, qué aprendizajes de ese camino que va de la revuelta popular, al gobierno y al momento actual?
-El saldo positivo es que el 18 de octubre (de 2019) demostró que hay un pueblo. En formación, que tiene fuerza y que cuando se mueve es capaz de alterar las correlaciones políticas, las fuerzas políticas. Sin ese pueblo es imposible construir nada, no hay izquierda sin ese pueblo.
Falta que la izquierda lea, se construya anclándose en ese pueblo realmente existente, con sus contradicciones, con sus deseos ambivalentes, tanto de orden como de seguridad y sea capaz de construir una alternativa anclada en ese pueblo
El 18 de octubre nos demostró que ese pueblo existe, que tiene una fuerza enorme y que no hay proyecto posible para una izquierda sin esa fuerza. Nuestra única manera de construir una fuerza que se oponga a los poderes económicos, a los poderes fácticos, es construir fuerza en ese campo. Y es un camino muy largo: la Unidad Popular es una muestra de eso, de un camino que se recorrió desde el siglo XIX hasta 1973, de construcción de fuerza popular, que tuvo muchos capítulos, derrotas, huelgas que fueron masacradas, formación de partidos que se armaban y se desarmaban, se peleaban, después se volvían a juntar. Todo ese camino de construcción de fuerza fue lo que permitió la Unidad Popular. Creo que ahora estamos en un proceso de formación de fuerzas también con el pueblo realmente existente ahora.
Hay un pueblo que se movió y demostró que tenía fuerza; sin ese pueblo no es pensable una izquierda. La derecha también ha entendido que necesita esa fuerza y está movilizando también y está disputando ese campo para movilizarlo hacia sus objetivos y ahí tenemos también una disputa abierta.
No se abrieron las anchas alamedas, pero se sacudieron…
-Se sacudieron, las sacudió el pueblo movilizado que es lo más importante. Ahí hay una fuerza sobre la que hay que pensar y que hay que contribuir a organizar. En eso retomo lo del feminismo que ha sido la fuerza más importante de este último ciclo de movilización social, de concientización social y, en ese sentido, sigue siendo el modelo que tenemos para seguir en este esfuerzo de construir una alternativa política que haga sentido a las grandes mayorías y que permita de una buena vez abrir las alamedas. Este proceso también nos enseña que no hay atajos, que las alamedas no se van a abrir de un día para otro, no va a ser un cataclismo, va a ser un largo proceso de conformación de fuerzas y cada pelea, cada ciclo de lucha, va a ser un paso en esa acumulación de fuerzas populares.
Entrevista: Nahuel Croza