Por Néstor Espósito | Menemismo explícito pero sin circo. Los primeros pasos pre asunción del presidente electo Javier Milei insinúan un retroceso a lo peor de los 90. Sin siquiera la amortiguación política que ofrecía el carisma de Carlos Menem y su perversión para prometer una cosa y hacer la contraria sin que se le moviera uno solo de sus singulares y llamativos cabellos.
Milei dijo en una de las “entrevistas” que ofreció tras su aplastante victoria en el balotaje que “se quemaron todos los papeles de la política”, porque durante su campaña no prometió “salariazo” y “revolución productiva” sino ajuste. “Brutal”, al decir de su aliado Mauricio Macri.
El modelo económico (aclaración: no será ese el eje de esta columna) anuncia sufrimiento y sólo se sostiene con represión a una protesta social que multiplicará varias veces la actual. No serán “orcos”; la Argentina parece haber iniciado –otra vez- un loop que la llevará a una explosión como la de 2001, acaso peor.
Este menemismo explícito pero a lo bestia obliga a recordar qué pasó en el Poder Judicial durante el gobierno de Carlos Menem.
La primera imagen que aparece en la memoria es la de la Corte Suprema de la mayoría automática. La segunda, la de los jueces de la servilleta que –según Domingo Cavallo, el admirado de Milei- había anotado como tropa propia el entonces ministro del Interior, Carlos Corach.
Pero aquel anecdotario es sólo un recorte parcial de lo que ocurrió en tribunales durante el menemismo. En aquella década el fuero laboral cambió la tendencia de sus fallos y ante los reclamos de despedidos, expulsados, precarizados y abusados por una patronal que como nunca antes tuvo beneficios para crear empleo (y lo destruyó), sistemáticamente falló en contra de los trabajadores.
Comodoro Py, tal como se lo conoce hoy, nació en aquellos años. Eran tiempos en que fue designada como integrante de la Cámara de Casación (el tribunal penal más importante y de mayor jerarquía del país) una jueza que no tenía especialidad en derecho penal. Según la crónica de la época, cuando algunos de los pocos periodistas que por entonces se animaban a formular algún cuestionamiento se lo señalaron, respondió: “No sé de derecho penal, pero ya voy a aprender”.
Fue, también, el tiempo del festival de los síndicos. Las empresas públicas privatizadas tuvieron “entes residuales” que absorbían todo el lastre de las privatizaciones; miles de empresas quebraban o eran vendidas a trasnacionales que –so pretexto de la optimización- avasallaban cuanto derecho se les pusiera por delante. Los jueces del fuero comercial encontraron en la designación de síndicos una inesperada veta y la aprovecharon al máximo.
Los juzgados civiles sacaron fallos que reconocían indemnizaciones por siniestros viales, daños, perjuicios y demás que -cuando la contraparte era el Estado- se pagaban con bonos. Los estudios de abogados diseñaron un expertisse para negociar esos bonos porque los litigantes no sabían qué hacer con esos papelitos que no servían para pagar la cuenta del almacén.
Así también tuvo su apogeo el carancheo: la película que hizo célebre Ricardo Darín también reconoce gran parte de su fulgor en aquellos años.
En la punta de la pirámide, la Corte de nueve miembros (cinco de los cuales siempre estaban de acuerdo con las posturas del gobierno de Menem) avalaba todo: Julio Nazareno, Eduardo Moliné O’Connor, Adolfo Vázquez, Guillermo López y Antonio Boggiano inclinaban cualquier balanza y corrían todas las vendas de la estatua de la Justicia.
De la misma manera que el modelo económico necesita de poder de choque para controlar las calles, también precisa de un Poder Judicial que acompañe.
El futuro ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, puede recorrer los tribunales de memoria y con los ojos tapados sin tropezar ni chocarse con ninguna puerta. Más aún: la mayoría de las puertas se abrirán a su paso.
Milei no sabe ni cómo llegar a Comodoro Py, ni qué es ese edificio situado en la manzana de Talcahuano, Lavalle, Uruguay y Tucumán. Designó allí al mejor hombre que podía, desdeñando la propuesta de su aliado Macri: Germán Garavano.
Cúneo Libarona es hoy un abogado respetado, querido y recibido con sonrisas y abrazos en ámbitos en los que normalmente lo odiarían (y en el pasado efectivamente lo odiaron).
El futuro titular de la cartera de Justicia también se moldeó y creció en los 90. Y hoy forma parte de la casta (judicial, en este caso) a la que el presidente electo no sólo no insulta sino que recurre a ella con la esperanza de que le saque las castañas del fuego.
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Néstor Espósito: @nestoresposito