Por Inés Hayes | “Dos lenguas se hacen presentes en el texto de Sobico: la que ofrece goce y recorre los cuerpos y aquella que es fuente de investigación en el oficio de escribir. La narradora habita la casa del lenguaje. Y la memoria de las diversas cartografías confluyen en un texto que prioriza la experimentación con la palabra, el recorrido poético, no la trama, mero contar de anécdotas, aquello que puede relatarse en una simple charla por teléfono. ‘Cruzo la calle y llego a su casa. Es la memoria de mis piernas’. El lenguaje, el cuerpo, la casa: un cuarto propio”. Son las palabras de Jorge Hardmeier en la contratapa de Tiene memoria un cuerpo (Salta el pez), de Claudia Sobico, que en esta entrevista con Canal Abierto habla del oficio de escribir y de las mujeres en la literatura.
¿Por qué esta novela podría leerse como narrativa poética?
-Porque no se ajusta a la gramática narrativa convencional donde priman la invención del conflicto y su resolución, sino que adscribe a la “Teoría de la bolsa” de Úrsula K Le Guin, quien usa la flecha o lanza como metáfora de la narrativa tradicional: una línea recta, con un comienzo definido, un conflicto y un desenlace contundente. En su teoría, la bolsa narrativa aparece como contrapunto, en lugar de una trayectoria unívoca y violenta, propone una que no está centrada en la conquista ni el choque, sino en la acumulación de elementos y vivencias, en la convivencia, en los tiempos compartidos. La novela puede leerse como narrativa poética porque usa recursos de la poesía.
¿Qué recursos usás de la poesía?
-Jugué con los límites del lenguaje y dejé entrar la forma de la poesía. Algunos párrafos se transforman en verso y trabajé el corte de verso para darle cierta música al texto. Además, la poesía no trabaja con el uso comunicacional del lenguaje, sino uno diferente que se revela, se aparece con un sentido diferente. Como dice María Negroni, “La poesía tiene que ver con la capacidad de hacerle decir al lenguaje lo que normalmente no dice”. Lo aborda de una manera disruptiva, una disrupción gramatical tal vez, o morfológica, entre otras tantas. Estaba buscando que la lectura de la novela fuera una experiencia literaria, algo que hubiera que atravesar con el cuerpo, un recorrido con el cuerpo/lenguaje. Hay un merodeo constante, un pensar la cosa que se asemeja mucho más a la poesía que a la narrativa. Creo que la flexibilidad formal de la novela nos permite bucear en los géneros.
¿Cómo hiciste para que los cuerpos fueran casi un protagonista más?
-Esto no fue un plan premeditado, sino algo que fue surgiendo en el hacer. Yo quería escribir sobre un amor que no estuviese contaminado con los intereses sociales, de clase, económicos, y obviamente con las implicancias patriarcales de celos y posesión del cuerpo ajeno que las relaciones de pareja conllevan en la sociedad. Quería llegar, como dice la protagonista, “a la sinceridad de los cuerpos”. ¿Cómo sería el amor despojado de todo lo impuesto? ¿Qué pasaría si quedaran sólo los cuerpos desnudos? ¿Cómo sería reconocer que los celos no son más que nuestro propio ego herido? Con esa ilusión de poder contar el devenir de la protagonista con esas inquietudes, inconscientes por cierto, sólo los cuerpos desnudos quedaban. No entraba contar de qué trabajan los personajes o a qué escuela habían ido, tampoco su estatura, o el color de sus ojos. Para construir el relato de esos cuerpos apelé a todos los sentidos que emergen en ese momento donde la razón nos libera y podemos conectarnos a algo más espiritual y amoroso en el sentido más profundo de la palabra: “Una conexión con el universo”.
¿Cómo está siendo recibido?
-Por un lado, está siendo recibida como una novela que se las arregla para tejer hilos narrativos a través de un recorrido sumamente poético. La escritora Yamila Bêgné afirma que “Tiene memoria un cuerpo no resigna lenguaje por trama. Un hilado fino donde la sintaxis se va desgajando hasta convertirse en verso”. Por otro lado, como una novela que trabaja el orden de lo femenino de una manera exhaustiva. La escritora Dolores Reyes sostiene que es una novela sobre una metamorfosis, pero no una metamorfosis para parecer algo diferente sino para convertirse en una misma. Una exploración de la identidad, los mandatos familiares, la maternidad, el amor y el deseo”.
¿En qué estás trabajando?
-Recién ahora, después de trabajar como docente en la Cátedra de inglés de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA por más de veinticinco años, y habiendo ya cursado la Maestría en Escritura Creativa en la UnTreF, recién ahora me aventuré a un trabajo de investigación y traducción que abarca la vida y escritura de Emily Dickinson y su compañera de vida Susan Gilbert. Es un trabajo de perfilado que comencé bajo la tutoría de María Sonia Cristoff en la Maestría y decidí expandir. Está basado en estudios recientes de especialistas que reconocen el amor lésbico de la poeta más importante de los Estados Unidos, y desdicen todo un discurso que la ubicaba como una poeta del encierro y el trauma. Sin embargo, mi trabajo no tiene la sexualidad como eje, sino que relee su escritura enlazada con la de Susan Gilbert, sus influencias mutuas y puntos en común, además de rescatar y visibilizar la escritura de Gilbert.