Por Nahuel Croza | El periódico de la CGT de los Argentinos, semanario cuyo primer número salió a la calle el 1 de mayo de 1968, es sin dudas un hito en la prensa obrera y en el periodismo nacional. Con Rodolfo Walsh al frente como director, y Raimundo Ongaro y Ricardo de Luca -secretarios generales de los gráficos y los obreros navales, respectivamente- como editores responsables, esta publicación llegó a tener 55 números, hasta febrero de 1970, los últimos cinco de distribución clandestina.

En plena dictadura de Juan Carlos Onganía y a poco de nacer la CGT de los Argentinos, Ongaro (luego de disputarle la conducción al vandorismo, ganar el Congreso Normalizador Amado Olmos y ser elegido secretario general de la CGT) decidió lanzar este periódico. Junto a la de Walsh se destacan las firmas de periodistas como Rogelio García Lupo, un joven Horacio Verbitsky, Miguel Briante y Victoria Walsh, hija de Rodolfo; y en el arte contó con la colaboración de artistas icónicos como Ricardo Carpani y León Ferrari.
Lejos de ser una herramienta marginal de este ala combativa del movimiento obrero, el semanario llegó a tirar un millón de ejemplares de su edición número 33, del 12 de diciembre de 1968. Se vendía en los kioscos de diarios a la vez que se repartía en sindicatos, talleres y se distribuía mano en mano. Los gerentes de los monopolios mediáticos de hoy no deben poder acreditar estas tiradas (mucho menos los burócratas de la CGT), que reflejan la combatividad de la época. Pocos meses después, ese pueblo pariría el Rosariazo, el Cordobazo y otros acontecimientos de lucha que minaron las bases de las décadas de Revolución Argentina que el sueño afiebrado de Onganía planificaba.
“Conozcamos a nuestro gobierno”
Este subtítulo fue, en el semanario, un epígrafe. En cuerpo de título, acompañaba un facsímil de una lista de gerentes y funcionarios de empresas de la época publicado en la contratapa de la primera edición ilustrando una nota titulada “Los monopolios en el poder”. Ésta explicaba qué era un monopolio y describía profundamente la composición concentrada del empresariado a fines de los 60. También señalaba cómo, de los directorios de estas empresas, se nutrían el gabinete ministerial y el funcionariado de la dictadura.

En primer lugar, en la lista destaca la figura de Mario Hirsch, presidente de Bunge & Born y principal consejero del general Onganía. Luego se detalla cómo el gabinete del amigo de Hirsch… se puebla de amigos de Hirsch.
Al frente del seleccionado figura el ministro de Economía, Adalbert Krieger Vasena, en ese momento director de varias compañías mineras que compartían el mismo domicilio, el de uno de los más grandes monopolios mineros del momento, The National Lead Corporation, conglomerado de compañías norteamericanas que contaba con apellidos como Rockefeller y Morgan.
Krieger Vasena designa a su amigo Emilio van Peborgh al frente del Banco Industrial, institución que debía proveer de créditos a la industria. Éste era a su vez director de una minera norteamericana radicada en el país, Sominar S.A. y de otras ocho empresas de capital extranjero. Desde el banco, favoreció a las empresas de capital foráneo y fue premiado por sus amigos, quienes lo ascendieron a ministro de Defensa. En su reemplazo, frente a la entidad bancaria fue designado el gerente de Ducilo SA, una empresa química, de capital estadounidense, entrelazada con The National Lead, y con desviaciones monopólicas. Se trataba de otro amigo de Vasena, Rodolfo Guido Martelli.

La cadena amistosa continúa. En este caso, un hijo dilecto de la familia Bunge & Born, César Bunge, es nombrado secretario de Hacienda para lo que deja momentáneamente el rol de abogado consultor del monopolio familiar que preside Hirsch.
Y para cerrar esta lista -que obviamente se ramifica más allá del espacio que podría ofrecer la generosa página del semanario CGT, ¡de 40 x 54 centímetros!- se cita el caso de Nicanor Costa Méndez, ministro de Relaciones Exteriores de la dictadura. Cargo que este hombre acostumbrado a “dictadurar” ocuparía nuevamente en el gabinete de facto de Leopoldo Galtieri durante el período en el que tuvo que lidiar con la infausta Guerra de Malvinas, momento en el que creyó que tantos años de servicios a la madre patria inclinarían a Estados Unidos, sino a un apoyo, al menos a la neutralidad. También en aquellos años esta gente «pecaba de optimista».

Este último amigo de la cofradía Hirsch era parte del directorio de Field Argentina SA, compañía naviera que competía con la estatal ELMA (Empresa Líneas Marítimas Argentinas). Allí compartía cartel con Guillermo Rawson, capitán de navío que presidía… la propia ELMA.
Bajo el epígrafe-título, otra frase en cuerpo destacado reza: “Entretenimiento barato para fines de semana. ¿Cuántos Mister hay en el Gabinete Nacional?”.
“Conozcamos a nuestro gobierno II”
Cincuenta años después, no es difícil intuir los paralelismos con el presente. Nuevamente estamos siendo gobernados por representantes de lo más granado del empresariado nacional. Hoy los llaman CEOs (Chief Executive Officer, algo así como oficial ejecutivo en jefe) y no han llegado de la mano de un dictador sino del voto popular, que ha llevado a Mauricio Macri y sus amigos del Colegio Cardenal Newman a dirigir los destinos del Estado argentino. Lo de CEOs también denota un cambio de época: los muchachos no vienen con bosta en las suelas, sus zapatos de cuero italiano son duchos en moquetas de oficinas de financieras y corporaciones multinacionales.
Recorramos el espinel de los amigos presidenciales y citemos sólo algunos casos, a modo de ejemplo. El secretario de Coordinación de Políticas Públicas, Gustavo Lopetegui, fue CEO de la compañía aérea LAN. Fundó y dirigió Pampa Cheese en la que compartía participación accionaria y directorio con Miguel Braun, secretario de Comercio, vástago de los prolíficos Braun Menéndez (sí, aquellos que instigaron la masacre de los peones rurales de la Patagonia) y Mario Quintana, vicejefe de Gabinete, fundador e importante accionista de Farmacity y con paquetes accionarios en varias empresas (Banco Santander, Petrobras Argentina, Siderar, Tenaris, Grupo Galicia, Transportadora de Gas del Sur, Banco Macro, Pampa Energía -dueña de Edenor-, YPF, Grupo Clarín, el fondo de inversión Pegasus). No olvidemos a Juan José Aranguren, ministro de Energía, ex presidente y accionista de Shell Argentina. Desde su rol en el Estado definió la liberación de precios del mercado de combustibles, lo que elevó el precio de los mismos hasta ser de los más caros del continente. La medida le trajo generosas ganancias a la petrolera que meses antes dirigía.
Todos dicen haberse desentendido de sus empresas, haber vendido sus acciones o estar en proceso de hacerlo, pero -testaferros y paraísos fiscales mediante-, es público que estos muchachos saben esconder muy bien sus empresas a la vista de todos.
Aunque esta enumeración puede perpetuarse, citemos uno más: Andrés Ibarra, el ajustador. El ministro de Modernización es un afluente directo del mundo Macri. Ex gerente de Autopistas del Sol, del grupo SOCMA; gerente de control de gestión en SIDECO, la constructora familiar; director comercial corporativo y de Marketing del Correo Argentino SA., y gerente general del Club Atlético Boca Juniors, durante la gestión Macri. Andrés, el empleado del mes.
Esta evidente CEOcracia se prolonga y desparrama como metástasis en la administración central, en la que muchas veces se despiden cientos de trabajadores para incorporar luego una decena de funcionarios que multiplican en gasto gerencial el anterior “ahorro”. Para pagar sus salarios, el Estado traduce el déficit en políticas que ajustan mientras benefician al mundo y a la clase de la que vienen.
La historia de un puñado de familias encaramadas al Estado y favoreciendo a su clase se repite. Pero las condiciones se agudizan porque hoy el capital prescinde del trabajo para multiplicarse.
“Entretenimiento barato para fines de semana. ¿Cuántos miembros del Gabinete Nacional tienen sociedades offshore en algún paraíso fiscal?”.
FMI: historia de un amor tormentoso
Derrocado Perón, la Revolución Libertadora promovió el ingreso de Argentina al FMI. Vía el decreto-ley Nº 7103, con fecha 19 de abril de 1956, dispuso el inicio de los trámites para asociarse al FMI y el 31 de agosto de ese año, con el decreto-ley Nº 15.970, se aprobó el ingreso del país al Fondo y al Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento.
Años más tarde, a los seis meses de gobierno de Onganía, se destrabaron los préstamos standby con cláusulas de control hacia las cuentas públicas por parte del Fondo. En julio de 1968, el dictador decretó la primera Ley de Mercado de Capitales (Nº 17.811) y en enero del año siguiente, la primera Ley de Entidades Financieras (Nº 18.061) que luego perfeccionaría Martínez de Hoz en 1977. Los firmantes del Decreto-Ley fueron Juan Carlos y Adalberto, los amigos de Hirsch.
Desde entonces, la historia de amor entre la Argentina y el FMI continuó ininterrumpidamente. Incluso durante la gestión kirchnerista que, pese a vociferar contra el Fondo, pagó la deuda sin discutir su legitimidad y en 2013 -vía Ley 26.849 aprobada por el Congreso de la Nación-, aumentó la cuota de la República Argentina en el organismo.
Hoy, los amigos de Mauricio y el reciente súperministro Nicolás Dujovne Hirsch firman un nuevo salvataje del organismo internacional de crédito. Tras la corrida bancaria, sellarán un acuerdo que sin dudas será a cambio de más ajuste y justificará profundizar el que ya viene implementando el Gobierno con un supuesto “gradualismo”.
Aplicando la doctrina del shock, el Ejecutivo espera que este ajuste sea aceptado recurriendo al recuerdo fresco de las sucesivas crisis, hiperinflaciones y otras calamidades que el Fondo tuteló.
Si miramos en retrospectiva hasta aquellos años que relata el periódico de la CGT de los Argentinos, la pregunta que se impone es cuánto tardaremos en parir un Cordobazo.